Las tres plagas del Estado

Victor Cabezas

POR VÍCTOR CABEZAS
 
Hay tres problemas fundamentales en la concepción del Estado ecuatoriano: La capacidad de crear necesidades artificiales, la doble moral y la impersonalidad.
 
Abordemos el primer problema. El Ministerio reglamenta el teletrabajo y a un funcionario se le ocurre que el empleador debe proveer sillas ergonómicas y un lugar seguro para laborar, pese a que el trabajador está en su hogar. Entonces, desde su escritorio, formula un manual para la seguridad en el teletrabajo e incluye multas si se incumplen las regulaciones. Ahora, para aplicar estas ideas que ya se volvieron normas, se necesitan inspectores, vehículos, choferes, formularios, archivos, comunicación, entre otras cosas.
 
Y así, sencillamente, ante ustedes ha nacido un mundo de necesidades artificiales: procesos, personas y gastos. Todo a partir de la simple decisión, buena o mala, del funcionario. Eso, en Ecuador,
ocurre todos los días, si no veamos la Secretaría de la Felicidad o de la igualdad intergeneracional. Y el panorama se pone aún más gris. Diversos estudios demuestran que las necesidades que crea el Estado tienden a escalar exponencialmente, o sea, es muy probable que una “idea” requiera inicialmente cinco personas y llegue a involucrar a 50, luego cien y así sucesivamente.
 
Vamos con el segundo rasgo crítico: la doble moral. Para muestra, un sencillo botón: el Estado nos multa si invadimos el carril exclusivo de transporte público y, peor, si lo hacemos en un auto polarizado y sin placas. No obstante, los funcionarios del Gobierno, que por excelencia deberían cumplir al menos las mismas normas de los ciudadanos, circulan a diestra y siniestra por esos carriles y en automóviles fantasma. ¿Otro ejemplo? El Estado exige a los empleadores privados que paguen utilidades a sus trabajadores, que los indemnicen si los despiden, que garanticen las asociaciones sindicales, etc. Sin embargo, cuando se trata de sus empleados, el Estado puede cerrar contratos sin procesos previos, sin indemnizaciones ni bonificaciones, puede limitar la organización de trabajadores e, incluso, anularla.
 
Llegamos a la última plaga: la impersonalidad. La tragedia del Estado estriba en ser de todos y de nadie. A la vez, nos presenta una disyuntiva fatal: por un lado, nadie lo siente suyo y, por eso, los
miles de millones que se perdieron en la refinería del pacífico nos duelen, pero no lo tomamos como un asalto directo a nuestros bienes. Es la plata del Estado, ¡qué más da! Lo trágico es que, cuando esa nebulosa llamada Estado necesita recursos, ahí sí el ciudadano lo padece, lo siente, debe rescatarlo. Para gastar es efímero e invisible, para cobrar efectivo.