Eficiencia es la clave

Victor Cabezas

La corrupción es una de las preocupaciones más agudas en nuestra sociedad. Y frente a los casos que a diario salen en los titulares nos preguntamos, ¿cómo extirparla?, ¿cómo evitar que se utilicen indebidamente nuestros recursos?
 
La primera respuesta es “elevemos las penas”, “fortalezcamos la justicia”, “eduquemos” y, si bien todas son formas de abordar el asunto, la evidencia nos muestra que eliminar la corrupción es imposible y minimizarla es altamente complejo.
 
La corrupción que percibimos es solo la punta de un iceberg. Cuando un titular anuncia que un juez ha recibido un soborno, estamos frente a la manifestación visible de la corrupción y, si nos quedamos ahí, solo habremos presenciado el tráiler de una película. La corrupción está más cerca de lo que pensamos: saltarnos la fila, sobornar un policía, copiar un examen, llamar a un amigo poderoso para que haga un favor, etc. Lo peor es que esas formas de corrupción no solo ocurren, sino que son normales y socialmente exaltadas. Quien es atrapado después de infringir una norma, es un “vivo”. Quien sabe cómo pasar por alto un trámite es “sabido”. La corrupción, entonces, cuando aparece en nuestra esfera más cercana es elogiada, no condenada y eso no es casual, responde a un fenómeno mayor: nuestra sociedad no puede actuar con fuerza contra la corrupción del Estado porque para ello deberíamos repensarnos como individuos.
 
Ahora bien, si eliminar la corrupción pareciera un objetivo imposible o, al menos, remoto, me pregunto: ¿qué debería indignarnos más?, ¿un político corrupto o un incompetente? En Latinoamérica, con razón, tendemos a pensar que lo peor que le puede pasar al sistema es la corrupción y, si bien estoy de acuerdo con esa premisa en el fondo, creo que, siendo prácticos y viendo lo complejo que es combatirla, deberíamos prestarle más atención a la eficiencia.
 
En Estados Unidos en Austria, en Suiza se dan casos de corrupción. Lo que sucede es que hay instituciones competentes. Hay una ciudadanía que exige eficiencia en la justicia, en las obras públicas, en el transporte, en la educación, etc.
 
Espero que pueda explicarme adecuadamente. Jamás estaría de acuerdo con una sociedad que no condene la corrupción. Lo ideal es tener un Estado libre ese mal. Sin embargo, a la luz de la complejidad, o imposibilidad, de eliminarla, creo que deberíamos ponderar más la eficiencia que es un valor de la administración pública olvidado en medio de nuestra concentración, justificada pero inútil, de eliminar la corrupción, mientras el gran foco de la problemática está en la incompetencia, la mediocridad en la administración pública, la sobrerregulación, etc.
 
En fin, la sociedad ideal y por la quisiera luchar es una en la que la corrupción no exista. Creo que eso es una quimera y, por ello, con más vergüenza que orgullo, preferiría enfocarme en controlar que los servidores sean eficientes, aunque al final del día tanto la incompetencia, la ineficiencia y la corrupción sean caras de la misma moneda.