Consejos para Chile

Victor Cabezas

POR VÍCTOR CABEZAS
 
Recientemente, los chilenos votaron abrumadoramente a favor de redactar una nueva Constitución que reemplace la que dejó Pinochet en 1980. Esa voluntad popular es el termómetro de los problemas sociales, políticos y económicos de un país que, al menos desde fuera, era ejemplo para seguir, rompía récords y se posicionaba como la nación que más rápido ascendería al “primer mundo”.
 
Las protestas del año pasado en Santiago de Chile trastocaron esa imagen de progreso y la mostraron como un proyecto desarrollista que daba la espalda a la gran mayoría de la población. La inequidad en la distribución de la gran riqueza chilena, el sistema pensional, el costo de la educación y la seguridad social fueron el combustible para que la población decidiera que había que cambiar la Constitución.
 
En pocas cosas somos tan expertos los ecuatorianos como en cambiar la Constitución. Hemos tenido más de 20, de todas las corrientes, extensiones y sabores. Esa expertise, quizá, nos avala a presentarle a Chile tres consejos.
 
El primero: lLos membretes no son buenos amigos. En Ecuador tenemos la Constitución más garantista del mundo, un canto a la vida, un texto para los siguientes mil años. Ostentamos todas las preseas, incluso, competimos por tener la Constitución más larga. Créanos, las distinciones de poco han servido.
 
La segunda sencilla recomendación: La novelería es una mala consejera. Los Estados se construyen a partir de instituciones forjadas y probadas por siglos, los experimentos políticos normalmente acaban siendo caldo de cultivo del autoritarismo. En Ecuador negamos a Montesquieu y al diseño clásico del balance de poderes, creamos cinco poderes, burocratizamos la participación ciudadana en un consejo de notables y nos ganamos, por eso, muchos buenos apelativos. El tiempo, implacable, nos enseñó que las instituciones no se improvisan.
 
Por último, la Constitución es solo un engranaje más del poder y no puede abstraerse de la realidad. A su lado, coexiste la economía que tiene una potencialidad implacable de anular de un tajo los más maravillosos derechos constitucionales.
 
Créanme, no hay peor escenario que una Constitución política con garantías maravillosas y realidades aplastantes.