Devuelvan los sánduches

Simón Espinosa Cordero

Los Siete Magníficos: Dávila, Hernández, Félix, Macas, Mendoza, Trujillo, Zavala enfundaron sus pistolas y se dirigieron al centro del pueblo de los Quitus.
 
Iban a entregar sus armas transitorias, y a pasar revista de sus combates para liberar la villa tomada por malandrines. Iban a rendir homenaje a Yul Brinner Hernández, por buen pistolero, por buen camarada, por el ascenso a general, por vencedor en la guerra contra los nipones del sur. El evento iba a tener lugar en Cofiec.
 
Una veintena de idólatras del dios Rafa se habían apostado en las afueras del edificio Cofiec, bajo la luz de un tibio sol, a la hora canónica de nona. Eran las tres en punto de una tarde cruel y bruta.
 
Un anciano de noventa años y ocho meses de lunas y serpientes se dirigía al mismo lugar en la avenida Patria. La patria de Correa, de Pedro Delgado y de los ochocientos mil dólares regalados a Duzac, el cambalachero argentino.
 
-“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor”. Cambalache, siglo Rafa. Cambalache, siglo Boys and Girls Scouts. Cambalache caso Pedro el Sinvergüenza.
 
Y a la vera del camino, el cadáver de María Fernanda Luzuriaga, ejecutiva del Banco Cofiec y denunciante del caso Duzac, supuestamente, asesinada por la mafia carondeña en la Simón Bolívar a la altura del puente de Guápulo, donde desde entonces están tocando a duelo las campanas del olvido.
 
El anciano entraba a Cofiec. Se topó de manos a boca con la plebe correísta. -“¡Julio Cesar Trujillo, vago, ladrón, devuelve lo robado!” grita, regrita y vomita una arpía, toda chispa en los ojos, todo furia en la voz, todo babas en la glándula pineal.
 
Y la turba repetía: - “¡Julio Cesar Trujillo, ocioso, vago, ladrón, devuelve lo robado!” Y un galarifo con título de tercer nivel perifoneaba: “¡Julio Cesar Trujillo, vago, ocioso, devuelve lo robado!”.
 
Acompañaba al anciano el lojano Walter Mera, alto, blanco, rubio. Y la arpía se desgañitaba repitiendo: - “Gringo, qué haces aquí. Regresa a tu país”.
 
Perdió la paciencia el anciano, tomo su bastón y enfrentó a la arpía: - “Mama Lucha, devuelva los sánduches”, le dijo, y al darse la vuelta, sintió en su clavícula derecha el golpe de un huevazo, lanzado por la arpía, pícher del equipo de baseball del barrio de la Libertad.
 
Esta escena bochornosa fue la gota de agua que derramó el vaso del hemisferio cerebral derecho de Julio César Trujillo, un hombre que jamás hizo mal a nadie, un hijo que jamás se avergonzó de que su madre usara bolsicón, un buen pastor.
 
En menos de un año, en compañía de sus seis magníficos, Julio César puso las bases para un Ecuador honesto. “Ya pasa el cortejo. / Señala el abuelo los héroes al niño. / Ved cómo la barba del viejo/ los bucles de oro circunda de armiño”.