Petra y el fútbol

Santiago Roldós

¿Cuántas Petras Laszlos y Cristianos Ronaldos necesitará el éxodo sirio para abrir la sensibilidad Pixar de una comunidad internacional a la que le fascinan los cuentos de hadas?

El mismo ajedrez geopolítico que orilló al patriota de la humanidad Edward Snowden a buscar paradójico refugio en los brazos del dictador democrático Vladimir Putin, o al hacker Julian Asange a asilarse en la Embajada londinense de un país donde por la milésima parte de sus acciones hubiera acabado en la cárcel sin mediar un debido proceso, acaba de erigir en héroe de nuestra aldea global al modesto entrenador de fútbol Osama Abdul Mohsen. Su gesta: haber sido zancadilleado, con todo y su pequeño hijo en brazos, por una camarógrafa, Petra Laszlo, erigida en border patrol en la frontera de Serbia con su país, corredor predilecto de los refugiados sirios que buscan desesperadamente llegar a Alemania.

Difícil encontrar a alguien que no haya al menos oído hablar de las inverosímiles imágenes: no hay brutalidad extrema, apenas un piecito instintivo te coloca en un santiamén en el bando de los neonazis. Bueno, no sólo: casi de inmediato, Petra fue despedida de la televisora minoritaria vocera del partido de extrema derecha que lucha por endurecer las leyes migratorias en Hungría, donde casi un 70 por ciento considera a los sirios unos viles invasores, pero no todos correrían el riesgo de ser cazados en la era del Instagram cayéndoles a patadas. Petra ha pedido disculpas: “Mi vida está destrozada”. Quizás Donald Trump la saque algún día del paro, quién sabe si de la depresión que provoca el sentirse abandonada por su propio bando.

Quien ya recibió un contrato laboral fue Osama, de parte de una asociación de entrenadores de fútbol de la pequeña ciudad obrera española de Getafe. Un guionista de Halmark no hubiera podido imaginar un final más feliz que el concretizado pocos días después, con Osama y su pequeño hijo acudiendo como invitados de honor al estadio Santiago Bernabéu, con todo y camiseta de Cristiano Ronaldo de por medio.

La familia de Osama, sin embargo, continúa partida. En su largo destierro de más de un año, huyendo del régimen guerrerista de Bashar al- Asad y de la ignominia de la organización criminal auto denominada Estado Islámico, la mitad de su familia, incluyendo a su esposa, permanece todavía en Turquía. Ojalá la mediatización de su caso contribuya, antes de agotarse sus 15 minutos de celebridad, a una reunificación bastante o completamente improbable para la mayoría de sus conciudadanos. ¿Cuántas Petras Laszlos y Cristianos Ronaldos necesitará el éxodo sirio para abrir la sensibilidad Pixar de una comunidad internacional a la que le fascinan los cuentos de hadas?

Días antes de la inmunda, delirante e incorrecta acción de Petra, la escritora española Almudena Grandes confundió a sus oyentes de la Cadena SER con una crónica que parecía salida de otro campo de refugiados sirios, cuando en realidad se trataba de una chabola, como llaman allá a las villas miserias, ubicada apenas a 13 kilómetros de la madrileña Puerta del Sol, ahí donde la pequeña estatua de El Oso y el Madroño sirvió de punto de encuentro durante lustros al exilio económico de los ecuatorianos, en los años anteriores el boom administrado, con distintas eficacias, por los socialismos del siglo XXI, descritos con exactitud por el economista Pablo Dávalos como “posneoliberales”.

Almudena se sentía particularmente asqueada de la hipócrita iniciativa del Real Madrid y el FC Barcelona de portar camisetas a las entradas de sus respectivos cotejos con la leyenda “Bienvenidos”, en alusión a los refugiados sirios, cuando la realidad es bastante ominosa dentro de sus propios perímetros. Pero la gente no es idiota, al menos no únicamente, más allá del pan y el circo y los desgarramientos espirituales de los intelectuales. En verdad la mayoría de pobladores de este pañuelo que es la Tierra vivimos abrumados en un mundo donde no hay muchas alternativas a este permanente insertarnos en la auto explotación y promoción de un consumo que nos enajena.

En esa rutina cotidiana, casi sin oxígeno, dejarse tocar por las imágenes de los que Susan Sontag llamó “ante el dolor de los demás”, expresa a la vez los límites y la potencia de nuestra lesionada y cercenada humanidad.