La hora de Lenín, la hora de la sociedad

Santiago Roldós

No voté por Lenín Moreno. Creo que su triunfo pasó por el fraude, fraguado por las líneas más duras y corruptas del mismo correísmo que destrozó y manipuló toda institucionalidad en el Ecuador. Desde su elección como compañero de Correa en 2006, Lenín ha sido antes que nada una apariencia, la simpática figura mediática encargada de equilibrar la irrefrenable y sacrosanta violencia y prepotencia de su exlíder. Y su grado de protagonismo y complicidad con él, aunque sólo fuese por omisión, no se limita a sus seis años como vicepresidente.
 
Dicho todo esto, nunca como hoy entiendo la lógica y la obligación de desearle todo el bien posible al gobierno de turno, aun cuando uno no comulgue con él. El desafío que tiene delante es demasiado grande como para dejarlo peor que solo, tan mal acompañado como está.
 
¿Cómo se traduce eso pragmáticamente? No abrigué expectativa alguna sobre el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social transitorio, cuya existencia me parece cuestionable. Sin embargo, su conformación actual echa luces de las reformas necesarias en el gobierno y el gabinete de Lenín, empezando por algo tan simple como la ubicación de nuevas funcionarias y funcionarios del talante de Julio César Trujillo, Luis Macas, el coronel Hernández, etc.
 
Enfocada exclusivamente como guerra y exclusivamente contra el narco, esa guerra está perdida. La desatención a las fronteras encarna la jerarquía demencial que puso a la Secretaría Nacional de Inteligencia a perseguir a contendores políticos, y se despreocupó de cuestiones tan básicas como enviar municiones no caducadas a cuerpos de seguridad integrados por trabajadores que deben reembolsar al Estado el costo de cada bala disparada.
 
Como recordó Decio Machado en entrevista en Radio Visión, se trata de crear las condiciones materiales para que la población de esos problemáticos lugares limítrofes tenga otras opciones de producción y subsistencia: igual que en México, Bolivia, Perú y Colombia, la guerra contra el narco ha de ser también y principalmente una guerra contra la precariedad y la pobreza.
 
Siguiendo a Decio, estamos viviendo el cruel despertar del sueño narcotizado y falaz del jaguar latinoamericano que intelectuales y políticos de otras latitudes debían conocer. Eso nunca tuvo nada que ver con la realidad del desinterés o incapacidad de desarrollar algún tipo de incentivo o política agrícola a favor de los pequeños productores de cacao en la región, por ejemplo.
 
Mi hijo de 10 años me pregunta si es verdad el rumor escuchado en un almuerzo de domingo, relativo a que alias “Guacho” ya ha sido detenido. “Me sentiría más seguro si esto fuera cierto”, dice mi hijo, intempestivamente envejecido.
 
Mientras cotejo que contestarle, para no mentirle y a la vez no colocar sobre su cuerpo una carga inmerecida, imagino a los niños y a las niñas de esa frontera herida, donde no sólo faltan tres compañeros de diario El Comercio y cuatro infantes de marina, sino innumerables e innumeradas vidas anónimas, de este y el otro lado. Y fuera de ahí también nos faltan centenas de mujeres asesinadas y maltratadas, niñas y niños violados dentro del sistema de enseñanza, y otros miles de atropellos.