Honor de mi mamá y mis hermanas

Santiago Roldós

Desde 1988 mis hermanas y yo hemos denunciado públicamente la criminal manipulación del mal llamado Partido Roldosista Ecuatoriano contra la memoria de nuestra madre y nuestro padre: Martha Bucaram Ortiz y Jaime Roldós Aguilera. Y en esta tribuna, que mantengo hace 20 años, en distintas etapas he problematizado tanto la inconsecuencia singular de que un partido estructuralmente corrupto, mafioso y derechista llevase el nombre de una herencia política a la que su accionar traicionaba todos los días, como la irrupción de un loco/nazi que ama dentro de un contexto propiciatorio y convenientemente machista, cristiano y conservador.
 
Hito crucial de la cruel historia que nos llevó a romper completamente con toda la familia de nuestra madre –dado el entendimiento, también de sus miembros más inocentes, de la familia como un combo cercenador de deliberaciones personales a favor de la sumisión en torno al proyecto del líder varón de la manada–, en el documental “La muerte de Jaime Roldós” (2013), además de volver a señalar la sombra e impunidad en que se mantienen los probables autores de los magnicidios de nuestra madre, nuestro padre y su comitiva, creo que logré tomar distancia, politizar y desmontar toda esa tragedia familiar sin reproducir la violencia propia de nuestra clase política y nuestra sociedad patriarcal.
 
Curiosamente, para entonces la ignominia y el secuestro de los anhelos populares ya había cobrado nuevo rostro, en la también mal llamada Revolución Ciudadana, y a mi hermana Martha y a mí, en muchísima menor medida que a ella, los corifeos del patriarca Rafael Correa llevan 12 años buscando hacernos trizas, por el crimen de haber mantenido una postura crítica desde la propia izquierda. Y una de las calumnias más comunes con la que han intentado fracturar a mi hermana desde la médula, con la contundencia de un golpeador de mujeres convencido de la virtud teologal de su proceder, ha sido sacar a pastorear nuestro parentesco familiar con un sujeto al que llevamos tres décadas denunciando, por decirlo así, por su accionar pre-Correa.
 
Más allá de la corrupción e ignorancia del correísmo, convencido de que la Historia empieza con su curuchupa líder, el problema del Ecuador no se consume en nombres propios, ni en la genética, ni en las sagas alucinadas de nuestra mediocre pequeña burguesía ilustrada: tras la caída de Abdalá Bucaram en 1997, círculos intelectuales quiteños cercanos a la Democracia Popular y a la Izquierda Democrática acuñaron el término “Los Bucaram”, para designar una suerte de maldición sanguínea, sumamente cómoda y conveniente, en tanto liberaba al resto de la clase política corrupta –es decir: los amos, patrones y financistas de esa intelectualidad– de ser medida con la misma vara de obscenidad y locura del PRE.
 
De vuelta a mi subjetividad: no siento deshonra alguna por llevar el apellido de mi madre, una proto feminista guayaquileña que me enseñó a buscar la integridad propia en la defensa, preservación y exigencia de la integridad de los demás. Y cuando el otro día mi hijo me dijo que tal vez algún día cambiaría el orden de sus apellidos, para poner por delante el de su mamá, me pareció ejemplar. Sé que mi madre y mi padre no fueron feministas en el sentido en que mis hermanas y yo lo somos, pero afortunadamente mi hijo y mi sobrina ya lo son de una manera más potente y radical que yo.