Guardiola o las trampas de la fe

Santiago Roldós

Convengamos en que el Real Madrid es el lado oscuro de la fuerza, no sólo porque los del Imperio y los de Florentino Pérez se uniformen igual, sino que, al contrario de las falsas ilusiones del cine de simulacro, Trump, Correa, Darth Vader y Putin gobiernan la realidad con la misma impunidad con que el Madrid gana Champions tras Champions.
 
El Barça en cambio es la melancolía hecha fútbol. Si no fuera catalán sería portugués, y no al modo de Cristiano Ronaldo, sino de Pessoa y el fado. Trágico hasta el límite fársico del teatro del absurdo, un día cae humillado por un comparsa del Calcio y acto seguido ejecuta una de las sinfonías más bellas de los últimos tiempos… en la final de una copa difícil de valorar.
 
Pasolini, un homosexual amante del fútbol, como tantos futbolistas homosexuales de clóset, vio que el Mundial de México 70 Brasil se lo ganó a Italia porque, mientras su país jugaba en prosa, los brasileños jugaban en poesía. Un alto entendimiento herido de muerte en España 82, tras perder una de las selecciones más bonitas de la historia, la Brasil de Zico, Sócrates, Toninho Cerezo y Falcao, a manos de la prosaica Italia de Rossi, Dino Zoff, Altobelli y Gentile.
 
Desde entonces Brasil ha ganado otros dos mundiales, jugando más o menos horrible, y a los campeones de Estados Unidos 94 y Corea Japón 2002 les pasa lo mismo/lo contrario que a los subcampeones holandeses de Alemania 74 y Argentina 78: gracias a Maradona y a Messi, es decir gracias a Dios, no siempre se recuerda a los que ganan, sino a los que mejor juegan.
 
Ahí están los históricos dos no-goles de Pelé en México 70: el cabezazo imposible que le saca Gordon Banks en la línea; y la finta sin balón que termina esquinando demasiado, tras mandar al arquero rival a buscar la pelota a la cancha de Magic Jonhson.
 
La muerte del jogo bonito fue el primer signo y el más clarividente de la muerte de las utopías y los grandes relatos, muy anterior a la caída del Muro de Berlín. Pero en esos mismos años de desintegración del socialismo del siglo XX, uno de los hippies de la Holanda de los 70’s volvió al Barça como entrenador, y desde ahí nos devolvió la fe en la belleza.
 
Muerto hace bien poco, Johan Cruyff fue el padre de la transformación, no sólo del Barça de su época, sino de los del porvenir, en la Brasil + La Naranja Mecánica de la posmodernidad. De la mano de ese estilo Barça, amante de la posesión del balón y de defender atacando, España trocó su patriarcal e ineficaz “furia” por el mucho más femenino “tiki-taka”.
 
El “tiki-taka” era el “ven toca tuya mía triangula desdóblate ofrécete acompáñame que a su modo y en su tiempo practicaron dos insignes exjugadores del Atlético y el Madrid: Luis Aragonés y Vicente del Bosque, respectivamente. Ambos hicieron de la medular del Barça la base de los triunfos de España.
 
Pero el heredero más directo de Cruyff se llama Pep Guardiola. Jefe de máquinas del “dream team” de Stoichkov, Laudrup, Koeman o Romario, construido sobre el tesón de extraordinarios vascos (Zubizarreta, Bakero, Begiristain, etc.), el Guardiola ya entrenador hizo que mucha gente se preguntara si Víctor Valdés en el arco; Dani Alves, Piqué, Puyol y Abidal en defensa; Busquets/Yaya Touré, Xavi e Iniesta en la media; y Messi, Eto’o y Henry adelante, no fue el mejor equipo de todos los tiempos.
 
Difícil comparar épocas, el presente siempre inclina la cancha a su favor. Más interesante e importante resulta preguntarse cómo se muere de éxito, y cómo la belleza también intoxica.