El crimen de la Directora de la cárcel

Santiago Roldós

Dicen que no hay muerto malo, al menosmientras dure el velorio. Pero en el caso de la ahora exdirectora de la cárcel de mujeres de Guayaquil, acribillada con 12 balazos a quemarropa en plena Vía Perimetral –siniestro anillo periférico del puerto principal del Ecuador–, la dificultad de encontrar a alguien crítico o que hable mal de Gavis Moreno no se relaciona a convencionalismo social alguno, sino al reconocimiento de sus empeños: tratar de colocar a los derechos humanos de las reas y a su efectiva rehabilitación por encima de todo.
 
Al menos desde Nietzche sabemos que la realidad no es un conjunto de hechos puros y duros, sino sobre todo el debate de sus interpretaciones, un campo de batalla semiótico, razón por la cual siempre fue tan impertinente, propio de un cuento de Borges, que una Ley de Comunicación pensara la posibilidad de erigir un tribunal capaz de deliberar tajantemente lo que los mensajes mediáticos significaban “en realidad”. Una estupidez y un infierno.
 
Afirmar que los hechos no existen como tales no es salirse por la tangente de las durísimas y extremas condiciones de ese vértice de la sociedad que es la cárcel como mazmorra, encargada de naturalizar la explotación, el hacinamiento y la esclavitud de presos y presas reducidas, especialmente a estas últimas, en su doble condición marginal de rea y mujer –cada vez más si son extranjeras, afrodescendientes, lesbianas o trans, etc.–, carne de cañón de los ejércitos de las mafias efectivamente gobernantes.
 
Es inevitable pensar que a Gavis Moreno le costó la vida el posicionarse en las antípodas de dichas concepciones y modos de actuar. Las imágenes de su sepelio, a través de las cuales nos enteramos de que vivía en la humilde Isla Trinitaria, apuntalan preguntas sobre la propia Gavis como una anomalía del sistema, como de las condiciones de vida de celadoras y autoridades carcelarias en general.
 
En medio de esas incógnitas, es obligatorio inquirir si la justicia ecuatoriana, tan incapaz en tantos órdenes –por su servilismo manifiesto a criminales ampliamente conocidos–, será capaz de identificar y perseguir a los asesinos de Gavis Moreno. Quizás sea ingenuo, ¿estará esa justicia realmente interesada en hacerlo?
 
El magnicidio de Gavis Moreno no sólo truncó violenta e injustamente una vida comprometida con el cambio, ni buscó únicamente quitar de en medio a un incómodo obstáculo para las redes de corrupción que edifican su poder desde el nuclear micro sometimiento de cada cuerpo reducido a prisión; en nuestra ley del oeste, se trata de una señal ejemplificadora. Las cosas “son como son”, y todo aquel o aquella que se oponga seguirá el mismo camino del acribillamiento.
 
Por supuesto, Gavis Moreno no es la primera directora de prisión víctima de esa evangelización relativa a la pedagogía de la crueldad de la que habla la feminista Rita Segato. No se trata del crimen como marginalidad, sino de lo que significa como articulador del statu quo en general. El sicariato no es sólo una herramienta del sistema, es la síntesis de su ética y su doctrina.
 
Pido disculpas a quienes esperaban que esta columna terminara de hablar del fascismo progresista del Hollywood reciente, problematizando el filme “Tres anuncios en las afueras”. La violencia desatada en Ecuador me empujó a posponerlo.