No hay líderes

Raul Andrade

Con mucha frecuencia, escucho y leo esta queja en varios espacios. La frustración y el desgano son la respuesta a todas las arengas e invocaciones que, desde distintas tribunas, se lanzan para pedir reacciones de una multitud silenciosa, molesta y decepcionada. Y no les falta razón. El panorama electoral es incierto, las ofertas esquivas y las demandas urgentes. La debilidad de las instituciones se agranda ante la medianía de sus dirigentes. Un hedor a corrupción emana de casi todos los poderes, y no existe la voluntad política para erradicarla con hechos y decisiones drásticas. La incapacidad para dialogar ha llegado a niveles imperdonables, y desnuda el caciquismo imperante en los partidos, los movimientos y las agrupaciones de todo tipo. Los nombres se reciclan sin bases, sin programas, sin propuestas serias. Un galimatías sin solución inmediata. Los extremos se tocan y provocan reacciones cada vez más preocupantes. 
 
Nos acostumbramos al líder populista, aquel que ofrece en plural y actúa en singular. Aquel que pregona que todo lo sabe. Aquel que no acepta ideas en contrario porque tiene clara su meta y la impone. Y el resto le aplaude. Por eso su fracaso duele tanto. Porque es el fracaso de todos. De todos aquellos que en su momento no se atrevieron a contestar y develar sus abusos, de aquellos que miraron para otro lado cuando la institucionalidad era atacada y maltratada, y fueron mudos cómplices del descalabro. Y claro, ahora hay que buscar otro líder. En un círculo vicioso auspiciado desde las leyes electorales, la viveza criolla y el oportunismo. Somos supervivientes del providencialismo económico y político. Y no conseguimos despertar con una real visión de futuro.
 
Si una empresa eligiera a su principal ejecutivo a través del voto universal, esto es de quienes son o no son sus empleados, sin exigirle propuestas ni resultados tangibles, sin la mínima experiencia en el manejo de sus activos y sin información confiable en su balance, el resultado sería sin duda desastroso. Más grave aún, si se pretendiera elegir a los responsables del deterioro de la empresa para un nuevo período, poniendo así en riesgo a todos, es muy probable que habría una catástrofe. Pero aquí eso no nos preocupa. Parece ser que la destrucción y el fracaso están en los planes de quienes empujan y aplauden esas candidaturas.
 
Para el resto de aspirantes, mi pedido ferviente que dejen sus rencillas y sus egos en casa. Que apoyen y respalden un frente que hable un idioma constructivo y veraz. Que busquen unión antes que fraccionamiento. El Ecuador es de todos. Tenemos que entenderlo. Todos somos pueblo. Y todos anhelamos paz. Hay que sentarse a repensar en el país. En la forma de hacerlo mejor. Más compacto. Más serio. Único. Y para lograrlo, todos tenemos que ser líderes. En nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestra vida. Defender lo nuestro de la injerencia malévola de foros externos. Es el mejor país que tendremos siempre. Cuidémoslo.