Una vida que importa

Patricia Estupiñán

1967. La única mujer en la Asamblea Constituyente, la senadora Isabel Robalino Bolle, representante de los trabajadores pidió la palabra. El senador Assad Bucaram le dijo: “Adelante señora Robalino”. Robalino le respondió: “Señorita”. Bucaram hizo una broma de doble sentido: “Le dije así por la manera cómo sostiene el micrófono”. El recinto estalló en risas, pero ella inmutable continuó con su exposición. Acostumbrada desde su infancia a vivir en un mundo dominado por hombres y en una sociedad cargada de prejuicios, en 104 años de vida Robalino demostró que la educación, los valores y la ética vencen cualquier muralla.

Hija de Luis Robalino Dávila, un intelectual ultraconservador recordado como el biógrafo defensor de Gabriel García Moreno y de una ciudadana alemana Elsbeth Bolle, ella tuvo la fortuna de estudiar en Europa y con la disciplina y empuje de su madre romper una a una las barreras que encontró a su paso: se graduó del colegio Mejía, un plantel laico y dominado por hombres; estudió Derecho Laboral en la Universidad Central, donde fue la única mujer de su promoción; fue la primera concejala de Quito y la primera senadora funcional; catedrática de las universidades Católica y Central y activista de las causas democráticas hasta su muerte.

De su padre heredó el apego a la religión católica y tras un viaje a Roma, donde escuchó al papa León XIII decidió practicar la doctrina social de la Iglesia y ser una defensora a ultranza de los derechos de los trabajadores. Según el historiador Enrique Ayala, participó en la creación de más de 2.500 sindicatos y acompañó a la CEDOC desde sus inicios y propuso la creación del FUT.

Esta defensa de los trabajadores la ubicó en la orilla opuesta de algunos presidentes como León Febres-Cordero, quien la tildó de comunista o de Rafael Correa cuya corrupción denunció a través de la Comisión Nacional Anticorrupción en 2015, cuando tenía 96 años. No rehuyó a las manifestaciones públicas para exigir derechos. Nunca se consideró comunista, porque ese sistema destruye la libertad individual y la libertad de expresión, pero creía en la justicia y los derechos como la semana laboral de 40 horas, que ayudó a promulgar en el período de un presidente al que tuvo mucha fe: Jaime Roldós Aguilera.

No solo fue activista, sino que muchísimos estudiantes tuvieron la oportunidad de escucharla en su cátedra y también escribió varios libros sobre la historia sindical y el Derecho Laboral ecuatoriano. Al final de sus días dio el ejemplo maravilloso de una vida que importa, cuando en silla de ruedas y con su rostro marchito por el paso de las décadas escuchó la sentencia de una justicia corrupta, manejada por el poder de entonces que le sentenció a ella y los demás miembros de la Comisión Anticorrupción a un año de prisión por injurias al contralor Carlos Pólit. Pocos meses después, cuando cambió el régimen y se pudo esclarecer el rol de aquel contralor se descubrió que las denuncias fueron correctas.

Desde los 96 años, en que sufrió una caída y fractura de pierna vivió hasta su muerte en el Convento de Santo Domingo en Quito. Como dice el poema de Michael Josephson: “Al final lo que importa no es lo que se acumula, sino lo que se entrega” e Isabel Robalino será un símbolo histórico por esta razón.