Las décadas perdidas

Patricia Estupiñán

POR PATRICIA ESTUPIÑÁN
 
Después de la Segunda Guerra Mundial, la actual pandemia del COVID-19 es considerada como la peor crisis que ha sufrido el mundo. Sin embargo, para América Latina no existe en los últimos cien años un evento de mayor magnitud. La región es la más afectada en número de fallecidos por cada cien mil habitantes. En la lista de los 10 países con la tasa más alta de muertos, la mitad son latinoamericanos: Perú (101), Bolivia (70), Brasil (68), Ecuador (67) y México (62). Es un testimonio doloroso sobre la deficiencia crónica de los servicios de salud pública.
 
Al dolor de los muertos hay que añadir el colapso de la economía. La contracción será la peor en el mundo. La Cepal estima que la región decrecerá en 9,3 por ciento este año. La pandemia borró de un plumazo los
avances sociales de la década del boom de las materias primas. Unos 45 millones de personas que habían ingresado a la clase media se convirtieron en pobres, esto equivale a un 37 por ciento de la población total. También han sido gravemente afectados aquellos que conservan un empleo, pues según la Organización Internacional del Trabajo, sus ingresos salariales se han reducido en 19 por ciento, casi el doble de la tasa de reducción de 10 por ciento a nivel mundial. Estudios del Banco Interamericano han determinado que tras una contracción de cinco por ciento en el Producto Interno Bruto, un país latinoamericano requiere de nueve años para volver a los índices anteriores. Estamos ante una realidad de desesperanza, recuperar lo perdido tomará más de nueve años. América Latina se desarrollará menos que África. ¿Por qué?
 
El virus mata aun a los países desarrollados, pero hubiera matado menos a nuestra región si los latinoamericanos no tuviéramos gobiernos incompetentes y corruptos, dominados por el clientelismo político. Es un círculo vicioso. La desigualdad y la desesperanza permiten que vendedores de fantasías y espejismo capturen el voto de las masas. Es una tragedia que se llama populismo y cuyo gen perverso está en el ADN de nuestra política. Ocurre con distintos matices ideológicos, a veces en un mismo partido como en Argentina, donde el peronismo de izquierda está representado por la pareja de los Kirchner y de derecha en Menem. No importa, el resultado es siempre el mismo: enriquecimiento de los populistas y empobrecimiento de los más pobres, a quienes dicen representar. Logran imposibles como lo ocurrido en Venezuela, que pasó de ser el más próspero de la región a uno de los más pobres, superado solo en miseria por Haití, pero sentado en las mayores reservas de petróleo del mundo.
 
Y de estas crisis, hay un temor mayor. La región comienza un ciclo electoral de cambios presidenciales y de legislaturas. ¿Habrán comprendido los electores que para salir de la crisis se necesitan de buenos gobiernos y no de buenos charlatanes? ¿Podrán enterrar aquel concepto de que no importa que roben pero que hagan obras? Solo los buenos gobiernos salvarán a la región y los buenos gobiernos son aquellos que administran con eficiencia y honestidad. Piense eso antes de entregar su voto, si no quiere alternar entre falsa bonanza y crisis.