La política sin odio

Patricia Estupiñán

Por Patricia Estupiñán
 
Ambos presidentes uruguayos fueron rivales por décadas. No obstante, en su despedida el liberal Julio María Sanguinetti y el socialista José Mujica dieron el mejor ejemplo de lo que deberían ser los políticos. Después de maravillosos discursos, se abrazaron con respeto y se desearon buena suerte. Esto es tan inusual en Latinoamérica, una región crispada por odio y visiones dogmáticas.
 
Por un momento, al escuchar en el Consejo Nacional Electoral a Yaku Pérez y Guillermo Lasso, la escena de Sanguinetti y Mujica me vino a la memoria. Pérez y Lasso fueron corteses y coincidieron en la necesidad de recontar los votos, para que no quede ninguna sombra de duda sobre quién debía pasar a la segunda vuelta. Esa civilidad fue un rayo de esperanza: a pesar de las diferencias era posible llegar a los acuerdos también en Ecuador. Lastimosamente duró lo que dura un instante. Las declaraciones posteriores de Yaku Pérez reflejaron la terrible realidad. En la política nacional es imposible vencer a la práctica de hacer enemigos a los rivales. Pueden más las taras de premiar con votos a quien insulta más y de creer que no se obtiene réditos por respetuosos con los demás.
 
Un Yaku Pérez furibundo en sus expresiones no fue diferente del ala más radical de la Conaie: los Iza y los Vargas, que se aproximan al comportamiento incivilizado del expresidente Rafael Correa, quien con sus expresiones es un recuerdo permanentemente de que no son demócratas sino aprendices de tiranos. Tal vez, Yaku quiso apelar a las bases de su movimiento que no lo respaldaron, pero al hacerlo se distanció de quienes habían visto con simpatía su candidatura, por su serenidad y buen talante. Se inmoló. En ese instante consumió la empatía que despertó su relato de la niñez, cuando rompió el cuenco que llevaba agua y su emoción cuando el agua potable llegó a su vivienda y se bañó. También quemó la imagen del saxofonista arrastrado por la policía por protestar contra la minería. Ha ofrecido disculpas, asegurando que no se refería a Lasso en sus comentarios sobre el fraude, aunque acto seguido dijo que no lo apoyará si pierde en el conteo de votos. El defensor del agua no pudo apagar el incendio de su imagen. Cuánto bien le haría seguir los consejos de Mujica y escuchar su discurso de despedida.
 
“En mi jardín desde hace décadas no cultivo el odio, porque aprendí una dura lección que la vida me impuso. El odio acaba idiotizando, hace perder la objetividad”. Después de haber sido condenado por guerrillero y pasado 15 años en la cárcel donde fue torturado, gracias a una amnistía se involucró en la política y llegó a ocupar cargos como ministro, senador y presidente. No perdió su convicción y pasión por el socialismo, pero respetó la democracia y la libertad como derechos inalienables de los seres humanos.
 
Ecuador será diferente cuando sus líderes no cultiven el odio, ni busquen profundizar las divisiones para ganar el poder. Como decía otro gran uruguayo, el poeta Mario Benedetti cuando prefiramos: “La gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones. La gente capaz de criticar constructivamente y de frente, pero sin lastimar ni herir”.