Guayaquil de mis dolores

Patricia Estupiñán

Por Patricia Esupiñán
 
Abril, lágrimas mil. Lágrimas de impotencia, indignación y dolor fueron derramadas por los familiares de 9.000 muertos adicionales que tuvo Guayaquil en el mes de abril y cuya probable causa fue COVID-19. Los muertos también sufrieron su propio viacrucis en plena Semana Santa: murieron en soledad, con las caídas de Cristo pero sin milagros ni evangelios.
 
Enfermos y familiares hicieron un peregrinaje por las instituciones de salud porque no hubo suficientes camas hospitalarias. Sin embargo, el gobierno hasta fines de abril oficialmente reportaba 871 fallecidos. Con esta cifra no hubiesen faltado camas ni servicios funerarios, ni tumbas para enterrar. Ignoró la impotencia de todos los que buscaron un lugar para atender a los enfermos. Casos dramáticos como el de un hijo que desesperado por no tener atención en Guayaquil, llevó a su padre a Milagro, donde murió a las puertas del hospital. Ahí comenzó otro dilema. Él tenía pagados los servicios exequiales en Guayaquil pero había turno para la cremación varios días después. Debió sepultarlo en Milagro, una ciudad ajena. Paradójicamente, en su dolor fue afortunado: al menos lo enterró a tiempo y sabe dónde está. Otros tuvieron los cadáveres en sus casas por varios días y se vieron obligados a sacarlos a la calle envueltos en sábanas o en fundas plásticas. Otros debieron buscarlos entre cuerpos amontonados en los desvanes de los hospitales. Al levantar la cuarentena, los familiares podrán ubicar las tumbas, pero nunca tendrán la certeza de que ahí descansa su ser querido. Hay casos de personas que fueron declaradas muertas pero están vivas.
 
Indignación y dolor también hubo para los familiares de aquellos que consiguieron una cama hospitalaria. No conocían del estado del paciente, sino por mensajes telefónicos esporádicos, enviados por alguien que se condolía en medio de la vorágine de una sala de cuidados intensivos. “Recé y nunca me aparté del celular”, cuenta la esposa de un fallecido. “Al final, llegó el tan temido anuncio: murió”. La muerte de un ser querido deja un vacío en el corazón que nadie puede llenar. Los ritos funerarios ayudan en el trance a quienes están vivos, pero cuando no es posible decir adiós el círculo de la vida y la muerte no se cierra.
 
Abril, lágrimas mil. Guayaquil es la ciudad con más alto número de víctimas por COVID-19 en el mundo y además, concentra el 60 por ciento de los casos del Ecuador. No obstante, el gobierno del presidente Moreno ha sido indolente ante estas lágrimas. En esta tragedia no solo no transparentó las cifras de los muertos o falló en la comunicación, sino que nunca estuvo en el terreno durante la emergencia. ¡Qué diferencia con el Guayaquil de mis amores de octubre de 2019, cuando todo el gobierno se trasladó en pleno para ‘defender la democracia’ durante la revuelta indígena! En abril de 2020, el gobierno en pleno ha dirigido la emergencia desde la Capital, ni siquiera el ministro de Salud se puso a comandar el frente en Guayaquil. Y cuando vino, probablemente por la “alta carga viral” de la ciudad se fue a Salinas. Y es más insensible aún al gravar con impuestos y contribuciones a los guayaquileños ignorando la magnitud de la tragedia humana y la hecatombe económica.