En busca del paraíso

Patricia Estupiñán

Una marea rosa vuelve a tocar las costas de América Latina. Por primera vez en Colombia la izquierda ha ganado una elección presidencial y Chile, el país de la región que estuvo más cerca a llegar a ser una economía desarrollada busca la aprobación de una Constitución, que significará un retroceso en su desarrollo.

La región no ha aprendido de los experimentos sociales fracasados y continúa empeñada en nuevos ensayos de utopías pese a que ha visto que Cuba es una dictadura que no puede satisfacer las necesidades básicas de sus habitantes. O que Venezuela se ha convertido en el segundo país más pobre de la región, estando sentada sobre las mayores reservas petroleras del mundo. Tampoco protesta porque Nicaragua se ha transformado en la hacienda de una nueva dinastía de tiranos, los Ortega, más cruenta que la que un día fueron los Somoza y que con el libreto de las dictaduras comunistas del pasado, hasta haya eliminado la religión.

Sin llegar a esas variantes extremas están México, Argentina y Perú. El primero gobernado por un populista de izquierda, que no controla amplias zonas del país donde gobiernan los narcos, para quienes aplica la política de “los abrazos en lugar de los balazos”, sin disminuir los índices de violencia. A comienzos del siglo pasado, Argentina despuntaba como una nación rica, superando a Australia y Nueva Zelanda, hasta que el populismo le condenó a vivir en ciclos de inestabilidad política y crisis económicas. Hoy tiene la inflación más alta del continente. Y Perú, que prometía unirse a Chile en el progreso hacia el desarrollo, se ha quedado estancado en la rodada de cabezas de sus presidentes, sin alcanzar la estabilidad requerida para lograr un alto y permanente crecimiento económico que saque a las masas de la pobreza.

La región es cada vez menos relevante en el contexto internacional. Expertos como Steven Hanke, catedrático de la Universidad de Princeton, inclusive proyectan que en las próximas décadas el desarrollo llegará al África antes que a nuestro continente.

La principal causa para volvernos irrelevantes está en la búsqueda constante de paraísos terrenales, a los cuales pretendemos llegar guiados de mesías que ofrecen soluciones inmediatas, compradas por poblaciones desesperanzadas por la pobreza y la desigualdad. Todos estos mesías proponen al Estado como generador de riqueza y repartidor de prebendas y desprecian el capitalismo y la iniciativa individual que brindan las mejores posibilidades para un crecimiento sostenido, que en décadas pueda disminuir las brechas sociales. Esta fórmula ha sido probada con éxito en varios países asiáticos: China, Vietnam, Corea del Sur, Singapur y Taiwán, pero los políticos latinoamericanos mayoritariamente repelen este modelo. Según la reciente obra monumental del ensayista colombiano Carlos Granés, “Delirio Americano”, el acendrado nacionalismo regional y el descrédito a la democracia liberal se enraizaron a comienzos del siglo XX, dominados por las ideas del uruguayo José Enrique Rodó. Estas ideas fueron convirtiéndose casi en un credo cultural, que ha dominado la literatura, la teoría económica, la política, las artes plásticas. Se transformó en una suerte de opereta que se ha interpretado en diversas versiones, donde se vende utopías, héroes supuestamente altruistas como el Che Guevara y el subcomandante Marcos, pero se ha ignorado que las utopías se transformaron en estados policiales y que la riqueza que supuestamente iba a repartirse a las masas desposeídas se ha quedado en los bolsillos de quienes administran la vaca de prebendas: el Estado. Y la obra trágica se repite una y otra vez, sin que los pueblos aprendan de su historia. Por eso, la región es cada vez más irrelevante, mientras en otros continentes, varios países que antes estuvieron subdesarrollados logran el desarrollo. No lo han hecho con fantasías sino con décadas de orden, seguridad, iniciativa privada, trabajo y productividad. No hay otra receta.