Empleo, por favor

Patricia Estupiñán

Ángel se levantó a las cuatro de la mañana, para hacer cola y entregar su carpeta en la cadena de distribución de alimentos. El lunes de la semana anterior en que llegó a las siete, había más de cien personas antes que él y ni siquiera recibieron sus papeles. Ángel es uno de los miles de jóvenes que corren el peligro de caer en la categoría que los sociólogos describen como los “NINIS”, ni estudian ni trabajan, que según el Banco Interamericano son alrededor de 900 mil en nuestro país. Si no consigue empleo, a pesar de que se graduó como el primero de su clase, no podrá pagar los gastos de la universidad pública. Estará condenado a una vida de pobreza.
 
Apenas uno de cada tres ecuatorianos en edad productiva tiene un empleo pleno, es decir con derechos laborales como: afiliación al seguro social y pago de otras prestaciones. Los dos tercios de la población o está desempleado o tiene un empleo irregular. Y en medio de una crisis económica, llegaron 500 mil venezolanos, agobiados por la ineptitud del régimen de Nicolás Maduro. No hay duda, sobre todos los males que afectan a Ecuador, el más grave es que no hay empleo.
 
La falta de empleo ha generado una sociedad perversa, donde se extorsiona a los más débiles por una oportunidad de trabajo. Lo hacen los capos de la droga que emplean a jóvenes drogadictos para vender la “H”. Igualmente perversos son los coyotes que llevan a migrantes en viajes suicidas que convierten el “sueño norteamericano” en pesadilla. Y tan repugnantes como ellos son los criminales de cuello blanco, que exigen diezmos a sus subalternos, que venden cargos mayores por millonarias sumas y cargos menores, como se denunció recientemente en el IESS, por una suma que para quien lo paga, también es inalcanzable: dos mil dólares.
 
Y en medio de la vorágine, los que cuentan con los privilegios de “derechos adquiridos” o sus representantes sindicales, no quieren ceder un ápice para generar alguna oportunidad para los que no la tienen. Por meses se ha discutido una reforma laboral, que abra el abanico de la contratación, que permita el trabajo por horas, que no vuelva inflexible los despidos, que se ajuste a los tiempos modernos, donde se puede trabajar desde casa. Sin embargo, la reforma camina con pies de plomo, no hay acuerdos mínimos. Mientras tanto, Ángel y personas como él, solo piden una oportunidad de vida. ¿Hasta cuándo?