Escuchar y acompañar

Melisa Spurrier

“A medida que las necesidades de alimentación y cobijo (al menos provisional) se van parcialmente satisfaciendo, cada día que pasa, se vuelven más evidentes las marcas emocionales”.

16 de abril del 2016. Amaneció como cualquier sábado. Día de descanso familiar para algunos, y una nueva jornada laboral para otros. Todo parecía desenvolverse con normalidad, pero cerca de las 19H00, la tierra empezó a temblar. Nos atemorizamos, sí, pensé “está fuerte, cómo habrá sido en la zona cercana al epicentro”. Me preocupé, pero nunca imaginé la real magnitud del mismo. A partir de allí, el tema que centró la atención y la discusión de los ecuatorianos fue el terremoto. Las redes sociales explotaban de comentarios, la televisión y los diarios mostraban una tras otra imágenes de destrucción, llanto, muerte. Y la solidaridad de la gente, que está en cada persona, pero a veces adormitada, despertó, y toneladas de alimentos y muchos voluntarios viajaron a las zonas afectadas. Eso sí, a medida que las necesidades de alimentación y cobijo (al menos provisional) se van parcialmente satisfaciendo, cada día que pasa, se vuelven más evidentes las marcas emocionales.

Según la Asociación Americana de Psicología (APA), tras un desastre natural, es frecuente, entre aquellas personas que lo vivieron, experimentar emociones impredecibles e intensas. Surgen alteraciones del sueño, concentración y alimentación. Síntomas como náusea, dolores de cabezas y de pecho pueden aparecer. Las relaciones interpersonales pueden tornarse tensas. ¿Cómo manejar esta situación? Esta asociación proporciona algunas sugerencias:

- Si usted ha perdido seres queridos o estuvo en el lugar de la tragedia, llore, comparta sus emociones y preocupaciones con personas cercanas: familia, amigos, guía espiritual, grupos de apoyo. Evite el consumo de drogas (alcohol y otros), que aunque aparentemente proporcionan alivio momentáneo, lo que hacen es suprimir temporalmente las emociones, cuando lo más indicado es enfrentarlas, hablarlas, darles un sentido. El uso de drogas además trae otros problemas.

- Si está a su alcance, ayude a otros, lo hará sentirse mejor y le dará una mayor sensación de control sobre usted mismo.

¿Y los niños? Tanto aquellos que vivieron la experiencia, como aquellos que perdieron a seres queridos, o están expuestos continuamente a imágenes del desastre, pueden angustiarse. Entre los síntomas se encuentran temor a quedarse dormidos, pesadillas, pataletas repentinas, aislamiento. Es por esto que ellos también necesitan atención:

- Proporcione afecto físico. Es posible que los niños estén más necesitados de abrazos, de estar cargados, de estar acompañados. Permita que los chicos hagan preguntas, compartan sus preocupaciones y emociones, esto ayuda a reducir la ansiedad. Responda las preguntas en un lenguaje apropiado para ellos y hágalos sentir que ustedes comprenden sus emociones, y que están allí para ellos. Para los niños más pequeños, dibujar y jugar, son formas de manejar la angustia y expresar sus preocupaciones.

En ciertos casos, apagar el televisor o las redes sociales es también recomendable, tanto para niños como adultos. Estar continuamente observando imágenes destructivas del evento, solo exacerba la angustia.

Hay muchas personas que sintieron la necesidad de correr a Manabí, para ayudar, pero que no lo hicieron pues no contaban con el estado físico ni el conocimiento para actuar como socorristas. Pronto, algunos tendrán una nueva oportunidad, se necesitarán muchos oídos para escuchar y acompañar. Será importante desarrollar alguna iniciativa, para preparar a voluntarios que proporcionen el tan necesario apoyo emocional.