Los separatismos

Gabriel Rovayo

No pretendo, porque no es mi campo, opinar sobre política, legitimar o deslegitimar los deseos de Cataluña de dejar de ser territorio español. Tampoco pretendo darle o quitarle la razón a quienes se oponen a este movimiento. Pero sí señalar las consecuencias que, en materia económica, estos acontecimientos han traído, traen y seguirán trayendo.
 
Lo que empezó a tomar fuerza en 2012 ya venía dando de qué hablar en la economía de Cataluña. Allí y en toda España, es un secreto a voces la fuga de empresas debido al riesgo que acarrea un proceso como el que se está promoviendo. He estado navegando y leyendo documentos, artículos y análisis al respecto y la cifra de empresas que han abandonado el territorio catalán no es despreciable: 2.600 en lo que va de la década.
 
El éxodo empresarial empezó a raíz de las políticas económicas, pero sobre todo fiscales, que la Generalitat impuso durante los años de la recesión. Y entiendo a las cabezas de estas empresas: las condiciones eran adversas.
 
Pero hay más: otro secreto a voces y que es una de las armas esgrimidas por quienes se oponen a la separación es el estado de insolvencia de la Generalitat dada su elevada e inmanejable deuda pública. Para quienes están inmersos en el mundo de las finanzas y la economía mundial no son lejanos ni desconocidos los casi 77 mil millones de dólares que el Estado español inyectó a Cataluña en una de las últimas crisis económicas.
 
Entre los movimientos separatistas latentes y cada vez más caldeados (Ucrania, Gales, Irlanda, Escocia, Baviera), el Brexit y la crisis económica general, este continente y su aparente sólido bloque económico conformado por la Eurozona, parecen empezar a hacer aguas. Nadie puede negar que la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea fue como una bomba, cuya onda expansiva se deja sentir política y económicamente.
 
El mundo sería diferente (y para bien) si aprendiéramos las lecciones que nos deja la historia. Me refiero a las consecuencias que trajo el movimiento separatista de Quebec, en Canadá. Por cierto, muy admirado por quienes propugnan lo mismo en Cataluña. Y repito: mi opinión no tiene nada que ver con la política, yo solo me refiero a los números. Pero es bueno que recordemos el negativo impacto económico que el proceso separatista quebequés produjo en esa región.
 
Al igual que en Cataluña, tras la victoria del Partido Quebequés en 1976, los principales bancos canadienses, dejaron Montreal y se mudaron a Toronto. De hecho, los datos más relevantes al respecto indican que hay una brecha de 0,3 por ciento en el crecimiento del PIB de Quebec, respecto al del resto de Canadá. Y que hay otra brecha significativa en el aumento de la riqueza entre 1981 y 2009, del 79 por ciento en Quebec, respecto al 109,9 por ciento logrado en el resto de Canadá.
 
Hay anhelos legítimos y no pongo en duda el anhelo catalán. Pero hacer números en calma, siempre es necesario antes de emprender una aventura que puede cambiarnos la vida.