Somos el país que se creyó el relato de la isla de paz que nunca fue y que ahora navega a la deriva

Esteban Santos López
Varios asistentes al último mitin político de Fernando Villavicencio se tiran al suelo ante los disparos perpetrados durante el atentado que acabó con la vida del candidato presidencial.

A una semana de las elecciones presidenciales anticipadas, en el Ecuador absolutamente TODO puede acontecer. Nos convencimos durante mucho de una realidad que nunca fue, quisimos creer que la violencia y el narcotráfico eran externos y problema de nuestros vecinos, que por ser pequeños “y un país solo de paso” la droga no iba a permear y destruir a nuestra sociedad.

Hoy este mal chiste se cuenta solo, nuestra tolerancia colectiva al caos alcanzó una nueva dimensión, muchos no lo queríamos reconocer y por eso la gran mayoría de ecuatorianos empezamos a convivir con el hecho de tener que sobrevivir con una nueva realidad, el entender que ya no solo éramos un país pobre, sino que además uno profundamente inseguro y de futuro incierto, no solo y en gran medida gracias a la falta de entendimiento y de liderazgo que demostró nuestra clase política, que sabemos jamás estuvo a la altura de la historia, sino y porque literalmente ahora tenemos que reconocer que el narcotráfico sin más nos explotó en la cara.

El asesinato del periodista, ex asambleísta y candidato a la Presidencia Fernando Villavicencio, abre un oscuro nuevo capítulo en nuestra historia país y esta semana previa a las elecciones anticipadas será absolutamente decisiva.

Las teorías conspirativas sobran, desde el tener que preparamos para un nuevo régimen militar porque no existen las condiciones para una elección democrática, a quienes se convencen que los que llegarán a la presidencia son precisamente los socios de los carteles del narcotráfico.

Ni en Macondo se atreven a descartar ya ninguna de estas teorías, más cuando tenemos que lamentar y reconocer nuestro actual desgobierno y absoluta falta de liderazgo. Puedo por consiguiente solo concluir esta columna de opinión, aferrándome a seguir teniendo aún la capacidad de contar con la libertad de expresión para hacerlo, reconociéndoles ya mi temor a tener que opinar del narco a sabiendas que son ellos y no nuestras fuerzas de seguridad y del orden de un estado ausente, desquebrajado y venido a menos quienes verdaderamente lo controlan.