Hora de ser estadistas: Ecuador y México deben reencontrarse
Ecuador y México comparten más que una historia común: comparten sangre, lengua, desafíos y esperanzas. Son pueblos hermanos, primos en la historia latinoamericana, y como tales, no pueden permitirse el lujo de estar distanciados diplomáticamente en un momento en que la cooperación regional es más necesaria que nunca.
La reciente ruptura de relaciones entre nuestros países es un hecho lamentable. Pero lo sería aún más si los presidentes Daniel Noboa y Claudia Sheinbaum, ambos iniciando etapas clave en sus mandatos, dejaran que esta enemistad transitoria se prolongue por años, hipotecando así los intereses de nuestros ciudadanos en nombre de la obstinación política. Hoy, más que nunca, necesitamos estadistas, no solo presidentes. Líderes que estén a la altura de la historia y del futuro que merecemos construir juntos.
Es cierto que no se firma la paz con los amigos, sino con quienes se ha tenido diferencias. Y en este caso, la paz —la diplomática, la institucional, la que permite el diálogo sin estridencias— no solo es posible, sino urgente. Que prime la voluntad de los pueblos, que nos reconocemos como parte de la misma familia latinoamericana. Que prevalezca la cordura sobre la rabia, el entendimiento sobre la reacción.
El pueblo ecuatoriano ya expresó su voluntad democrática con claridad. Los veedores internacionales fueron categóricos: no hubo fraude. Once puntos de diferencia son un resultado contundente, transparente y legítimo. El relato del dictador Maduro, tratando de imponer una narrativa de deslegitimación, cae por su propio peso. Y es profundamente lamentable que desde Colombia, el presidente Petro haya optado por desautorizar la felicitación inicial de su canciller, en un claro retroceso que hiere la dignidad del propio oficio diplomático.
No se trata de avalar errores ni minimizar agravios. Se trata de ver más allá del presente, de construir puentes donde hoy hay muros. De recordar que las relaciones diplomáticas no son premios ni castigos, sino canales de entendimiento entre Estados que deben resistir incluso los momentos de mayor tensión.
Ecuador y México se necesitan. No solo en términos de comercio, cooperación y cultura, sino como ejemplo para la región de que los conflictos pueden superarse con madurez. Que un gesto de grandeza política puede tener más impacto que cien discursos encendidos. Que es posible bajar el tono sin rendirse, dialogar sin claudicar, acercarse sin perder dignidad.
Es momento de poner a prueba la estatura de nuestros mandatarios. El camino fácil es el silencio, el distanciamiento, la soberbia diplomática. El difícil —y el necesario— es el reencuentro. Que ambos presidentes recuerden que están escribiendo historia. Y que, al hacerlo, tienen el deber de no mancharla con orgullos mal entendidos.
Que prevalezca la altura, que vuelvan los embajadores. Que hable la diplomacia.