Sin sentido de la urgencia

Carlos Rojas Araujo

Hasta ahora, el hecho más relevante de la Asamblea que comanda César Litardo ha sido el orín de una cachorra en la alfombra roja que conduce al salón del Pleno.
 
Relevante, porque el can tiene pedigrí: es un regalo del alcalde Jorge Yunda para que se asuma el animalismo como la política pública de moda, en medio de la contemplación de muchos periodistas para quienes la suciedad de la perrita ameritaba un gran titular.
 
Quizás un mes sea poco tiempo para encontrar en las acciones de Litardo alguna pizca de optimismo. Pero su presidencia es el resultado de un pacto impostergable por la gobernabilidad de un país que solo tiene dos años para impulsar las reformas que cierren esta transición.
 
De ahí que más allá de las gracias de una mascota, la disputa casi a empellones de las presidencias de tres comisiones y de la fallida censura a la excanciller Espinosa, donde se demostró que entre correístas y morenistas aún hay mucho en común, en la Asamblea parece no haber prisa por legislar sobre lo urgente.
 
Bajo el pretexto de que la agenda económica debe aguardar por los proyectos del presidente Moreno, el debate sobre reforma laboral, cambios tributarios o el replanteamiento del modelo de seguridad social no se siente indispensable.
 
Tampoco hay seriedad para asumir la discusión sobre el papel institucional que debe cumplir a futuro el Consejo de Participación Ciudadana. Y qué decir de los temas polémicos para la sociedad como las reformas al COIP sobre despenalización del aborto en casos de violación o el uso del cannabis medicinal, en el Código de Salud.
 
Lo políticamente estratégico es patear el tablero lo que más se pueda, porque no hay la capacidad de crear un solo consenso responsable. Así, la agenda de Litardo se diluye en cambios de orden del día y exhortos anodinos. 
 
Solo quedan nueve meses para construir una reforma electoral potente que garantice, hacia 2021, comicios transparentes y democráticos. Pero a la clase política no le estresa el paso del tiempo ni Litardo demuestra su convicción por
empujar este tema esencial.
 
De nada sirve que los asambleístas, en un acto de contrición, dispongan una investigación por el caso Arroz Verde, porque de la Comisión de Fiscalización no saldrá nada provechoso, como todo lo que ha ocurrido desde 2017. En cambio, lo que sí debiera convocarles es que el Código de la Democracia prohíba y sancione de inmediato a los candidatos que reciban aportes sucios durante sus campañas electorales, para luego pagar favores cuando llegan al poder.
 
O que en lugar de tener tantas estructuras políticas dedicadas a lavar dinero, se propenda a tres o cuatro partidos serios a los que se les pueda fiscalizar. Si Moreno y Guillermo Lasso, María Paula Romo o José Serrano apostaron por Litardo, es para que su gestión camine a la velocidad que necesitan los ecuatorianos a fin de que se resuelvan sus problemas.
 
Para jugar con Pacha, la perrita que le regaló Yunda, habrá otros momentos.