Qué peso debe tener el Estado

Carlos Rojas Araujo

POR CARLOS ROJAS ARAUJO
 
Durante este año de pandemia, en varios países de América Latina cobró fuerza aquella discusión insufrible sobre el papel del Estado en la solución de los problemas de la gente. Y como es una región donde la política permanece anclada a los dogmas, para los estatistas, el gran tamaño es lo único que importa.
 
El fracaso de Lenín Moreno, por el empobrecimiento de la sociedad, el sistema hospitalario siempre al borde del colapso y por la gestión de las vacunas, puede leerse como el resultado del típico e inhumano ajuste neoliberal.
 
La indignación colectiva es más grande cuando se constata que, en estos años de estrechez económica y colapso de muchos servicios públicos, hay pocas personas privilegiadas que sí reciben beneficios de ese Estado tan vilipendiado y en soletas, como lo ocurrido con las vacunas VIP.
 
Lo emocional pesa más que lo técnico. Por eso, en la conversación diaria, marcada por esta campaña electoral, añoramos un Estado que, por esas inmensas dimensiones, consume con voracidad y corrupción la riqueza nacional para poder subsistir.
 
Este 11 de abril se escogerá a un nuevo presidente. Uno de los finalistas, Andrés Arauz, enarbola como principal eje de su gobierno la recuperación inmediata del aparato estatal para ponerlo al servicio de los ecuatorianos. Promete salud, educación, trabajo, alimentación, cumplimiento de derechos, obra pública, bonos, sueldos y subvenciones. El problema es que no dice cómo financiará ese gigantesco cheque mensual sin dañar las fibras más sensibles del esquema de dolarización.
 
Arauz cree que todo debe darlo el Estado y ha confesado, por cierto, ser un entusiasta del gobierno argentino de Fernández y Kirchner que, embriagado de populismo, tiene a ese país al borde de la hiperinflación, la emisión descontrolada de billetes y una cada vez más peligrosa política de racionamientos.
 
En Ecuador, en cambio, se habla muy poco del Estado chico pero eficiente que plantea el modelo chileno. Todos nos espantamos cómo 17 meses atrás, ese poderoso país, laboratorio del neoliberalismo, sucumbía ante una movilización de izquierda, harta de los techos de cristal que impedían a las clases medias expandirse más allá de los privilegios demarcados por los grupos de poder. Aquella protesta legítima derivó en vandalismo y saqueos oprobiosos. El gobierno de Sebastián Piñera estuvo por caer y se vio forzado a emprender la ruta hacia una nueva Constitución, aún sin redactarse.
 
La pandemia aletargó el ímpetu de la izquierda chilena y, muy a su pesar, ese Estado neoliberal demostró ser uno de los más eficientes del mundo a la hora de vacunar a sus habitantes, lo que les permitirá recuperar su economía y libertades más rápido que el resto de latinoamericanos. Piñera ganó popularidad; ojalá que el debate ideológico en Chile gane también en mesura.
 
A Guillermo Lasso le interesa que Ecuador se parezca a Chile, aunque ahora reconozca, como no lo hizo en 2017, que el Estado es ese espacio inevitable de la convivencia pacífica y la supervivencia de los gobiernos. Si gana no podrá hacerle más recortes, pues lo urgente es ver cómo lo pone a funcionar con poco dinero, sin privilegios, ineficiencia ni corrupción.