Perdimos el centro

Carlos Rojas Araujo

El sentido de transición que encarnaba el presidente Lenín Moreno debía ir más allá de la gestión de su gobierno. Las reformas para limitar la reelección indefinida o los cambios que se impulsaron en la Justicia, los organismos de control y en la Ley de Comunicación, no serían suficientes si no se atacaban dos frentes adicionales: la economía y el ejercicio orgánico de la política. La reorientación ha sido dura, confusa y frustrante.
 
La apuesta por derrumbar el mito de los subsidios y el bienestar lesionó la convivencia de una sociedad que en adelante entenderá el ejercicio de la democracia desde una sola dimensión: la desconfianza. En un pueblo desconfiado se profundiza la polarización y esta volverá más complejo el análisis de los de problemas que el país debe resolver. El pretexto fueron los combustibles, lo de fondo, que la interacción con el Estado se resuelve hoy, y con evidente éxito, a punta de golpes físicos y discursivos.
 
Es aquí donde las angustias cobran sentido. En 2017, Moreno se comprometió a acercar a los ecuatorianos. La reconciliación estaba implícita y muchos creyeron que con la descorreización se podría re-crear el centro político.
 
En él tendrían que estar todos los heridos de la década ganada y no solo la facción más citadina de Ruptura. El movimiento indígena, siempre indescifrable; los estudiantes agredidos y enjuiciados; los trabajadores minimizados; los ambientalistas engañados... 
 
Pero Moreno se equivocó. Pensó que su discurso de la ‘ternura’ era suficiente para mantener la cohesión de un país que a la mínima chispa se cubrió de fuego, demostrando, además, que no está dispuesto a hacer renunciamientos.
 
El centro político está más vacío que nunca: no tiene ideas, líderes ni instrumentos. No sabe adónde ir. La presión por el orden fiscal y el ajuste copó todos los temas de la discusión económica, quedándose sin un relato claro sobre la reactivación productiva o la generación del empleo, temas que otra vez serán las bambalinas de la campaña 2021.
 
Después de estos acontecimientos, los políticos del centro izquierda que hoy nos gobiernan quedan seriamente lesionados, al punto de que las perspectivas electorales del morenismo no pintan bien. Y quienes podrían tomarles la posta, demostraron ser tan radicales como siempre. La Conaie y su fuerza desestabilizadora, 30 años después, sigue siendo sectaria y profundamente anticuada, al igual que sus organizaciones satélites, integradas por millennials educados en las grandes urbes. Ahí no hay un solo esfuerzo pedagógico para entender hacia dónde va el siglo XXI.
 
La ausencia de un proyecto político pensado desde las élites quiteñas (económicas, académicas, culturales, barriales) abona la orfandad, mientras que Jaime Nebot y Guillermo Lasso tendrán que redoblar sus esfuerzos para cubrir esos pasivos, porque sin ideas ni líderes, los instrumentos democráticos para conquistar el poder, desde el centro político, también flaquearán. 
 
En estos días de paro, la tendencia del ecuatoriano, como sociedad, a inobservar la ley y relativizar la democracia, adquirió un matiz más peligroso: la violencia organizada e importada. Y de ella hay un sector que quiere sacar provecho, tengamos cuidado.