Lasso, descafeinado

Carlos Rojas Araujo

Fue en una conversación informal, un par de semanas antes de su renuncia al Ministerio de Gobierno, que Alexandra Vela habló de los dos temas que en ese momento le preocupaban.

Uno era la posibilidad de que el correísmo y los socialcristianos pudieran tener los votos para tumbarse a Guadalupe Llori y, vía juicio político, reestructurar el Consejo de Participación Ciudadana para nombrar el Contralor, Fiscal y la Judicatura de sus sueños.

Ante una arremetida política de esa magnitud, Vela no veía otra salida que la muerte cruzada, tal y como lo confesó en la carta de dimisión que hizo pública.

La otra inquietud hacía referencia al grado de contaminación que, a su juicio, mostraban ciertos elementos de la fuerza pública (militares y policías) en torno al dinero ilícito de la minería ilegal y sus macabros nexos con el narcotráfico. Eran los días del operativo contra el desastre ecológico en Yutzupino (Napo) que supuso la fiebre del oro. Vela sugería un proceso interno de depuración que fuera serio, urgente e implacable.

Días después de su salida del Gabinete, al presidente Guillermo Lasso le estallaron dos escándalos de peligrosísima proporción: la excarcelación del exvicepresidente Jorge Glas, condenado por corrupción; y el asesinato de ‘Don Naza’, luego de que se lo viera escapar del Ministerio de Defensa, constatándose que hay militares alimentando esa pirámide ilegal.

El Gobierno minimizó el contenido premonitorio de la carta de renuncia de Vela, negando cualquier posibilidad de un pacto político con el correísmo, así decenas de juristas y líderes de opinión le cuestionen por la actuación negligente del servicio carcelario (SNAI) en la audiencia de habeas corpus que facilitó la salida de Glas.

En cambio, del avispero en el que se transformó el frente militar por los tentáculos de ‘Don Naza’, solo habla el ministro de Defensa, Luis Hernández.

Con una indiferencia que sorprende, el presidente Lasso busca no enfrascarse en estos asuntos. Ni una sola señal de preocupación por la crisis militar; y sobre la libertad de Glas, insiste en no ser un hombre de odio pues, como gobernante republicano, lo suyo es respetar la independencia de poderes y no meter la mano en la justicia.

Una confesión a título personal con la que Lasso busca apaciguar el desaliento que ha generado en la opinión pública y las clases medias, la libertad de uno de los hombres más poderosos del correísmo.

Quizás, en esta lectura descafeinada frente a lo que ocurre en el país se explica la estrategia de Lasso para su segundo año de mandato. Es decir, la de un presidente concentrado en ‘administrar’ el país, poniendo en segundo plano las grandes reformas institucionales por las que muchos le dieron el voto en abril de 2021. Sí, la consulta popular es un plan de Carondelet para octubre próximo. Pero de momento no hay nada que garantice la voluntad (o popularidad) por cambiar la Asamblea, el Cpccs o la maltrecha justicia...

Es como si Lasso, de repente, retomara la fórmula de Jaime Durán Barba tan atractiva para el tocayo Nebot: la de un presidente que hace obra y ‘resuelve’ los problemas económicos de la gente, apalancado en un extraño mapa de gobernabilidad que Alexandra Vela no creía conveniente. ¿Le dará resultado?