¡Es la Asamblea, estúpido..!

Carlos Rojas Araujo

POR CARLOS ROJAS ARAUJO
 
La política ecuatoriana es autodestructiva. Necesita del caos para esconder sus profundas limitaciones conceptuales, la informalidad como método de trabajo y su tendencia a alentar la corrupción. La Asamblea de hoy, con poquísimas excepciones, es la expresión de este deterioro.
 
El debate sobre la calidad de nuestros políticos lleva siempre a la misma conclusión: el sistema electoral y el régimen de partidos sobre los que opera la democracia ecuatoriana son el origen del desastre. Y en su nombre, cada cierto tiempo, se ensayan reformas que al final no arreglan nada.
 
Esta Asamblea, tal como se conformó en 2017, tenía un bloque mayoritario: Alianza PAIS y sus movimientos provinciales con 74 sillas; y dos bloques opositores importantes, Creo-SUMA con 34 legisladores y el PSC, con 15. Las minorías se expresaban en 14 curules.
 
Con esos números, el correísmo tenía fuerza hegemónica, pero la oposición, lejos de definir una estrategia que le hiciera contrapeso, optó por sus propias fracturas. Antes de que el presidente Moreno rompiera con Rafael Correa, el bloque de Guillermo Lasso lo hizo con el de Mauricio Rodas cuando la ‘flamante’ legislatura ni siquiera completaba dos meses en funciones.
 
Desde julio de 2017, las deserciones y el transfuguismo han sido la expresión del primer poder del Estado, al que hoy se le reprocha el miserable cobro de diezmos a asesores y funcionarios administrativos, el abuso de autoridad de los legisladores para interferir en la justicia o sacar carnés de discapacidad, así como el cinismo para conformar bloques fantasmas que obstaculizan juicios políticos y hacen dinero a costa del reparto y la salud pública, sin que las organizaciones que patrocinaron a estas figuras se responsabilicen por tantos delitos.
 
En la Asamblea de hoy nadie tiene mayoría. Ni siquiera los jefes de bancada saben con cuántos parlamentarios cuentan, y la cultura del bloqueo no se amilana ni con los indicadores terroríficos de la peor crisis nacional. El Gobierno, débil e improvisado, comprometió su reputación sometiéndose a todo tipo de coaliciones.
 
Para los próximos comicios regirá una reforma que en algo mejorará la calidad de la representación: voto en listas cerradas y un método de asignación de escaños menos acaparador. Sin embargo, nada regulará el comportamiento de los legisladores cuando entren en funciones. Difícilmente, la ciudadanía podrá establecer controles más rígidos que los que realizan la prensa y buena parte de la opinión pública.
 
Queda, entonces, corregir estas fallas desde el origen. La dispersión, fuera de toda lógica que se palpa en las precandidaturas presidenciales, advierte que la próxima Legislatura será mucho más atomizada. Así, el secuestro y la postración del nuevo mandatario se dan por descontado.
 
Por eso, cabe utilizar la frase que Bill Clinton acuñó sobre la economía, en la campaña de 1992, para decir que el verdadero desafío ¡es la Asamblea, estúpido!
 
A quienes aspiran llegar a Carondelet debemos exigirles un código ético y un plan político transparente sobre cómo se conducirán con el Legislativo. Si sus respuestas son vagas o torpes, será mejor cambiar de candidato; empecemos a reinaugurar la decencia.