El populismo, en serio...

Carlos Rojas Araujo

Por Carlos Rojas Araujo
 
Desde un estricto sentido sociológico, el populismo es mucho más de lo que hasta ahora hemos visto en estas semanas de ambiente electoral: candidatos en ropa interior o recitando frases chabacanas con el propósito de ser populares o de mimetizarse con el votante indeciso.
 
Calificar un determinado comportamiento disparatado o una recitadera de ofertas irresponsables como la típica expresión de un candidato populista es caer en un análisis simple y peligroso.
 
Autores como Enrique Peruzzotti y Carlos de la Torre han estudiado este fenómeno en varios países de América Latina, con rigor y por muchos años, para asegurar que el populismo encarna un proyecto democratizador que ante el desprestigio de las instituciones conecta de forma directa al líder con unas masas ávidas de reivindicaciones y desquites.
 
El discurso populista es impecable porque llega al corazón desatando adhesiones inquebrantables. Perón, Haya de la Torre, Velasco Ibarra, Carlos Guevara Moreno… fueron sus
precursores y en el Ecuador reciente, el carisma que tanto emana de la personalidad de un dirigente de estas condiciones, estuvo presente en Roldós, Febres-Cordero, en el tío Asaad Bucaram, en su sobrino Abdalá y también en Rafael Correa. Chávez desde la izquierda y Uribe en la derecha lograron que su relación con los pueblos que gobernaron sea emotiva, política y profundamente clientelar, donde no se consienten mediadores ni contrapesos democráticos. Por eso, una vez que el líder populista llega al poder opera con autoritarismo y restricciones en cuanto a libertades democráticas y económicas.
 
A simple vista, el proceso electoral que está por comenzar carece de este tipo de candidatos. El saxofón de Yaku Pérez y su promesa de quitarle controles a los choferes no lo ponen en esta categoría. Tampoco, las inexplicables intermitencias del precandidato Álvaro Noboa o el nostálgico traje militar de Lucio Gutiérrez. Qué decir del intento de Guillermo Lasso por forzar un lenguaje coloquial que no va con su esencia…
 
Sus estrategias de campaña pueden derivar en una pérdida de tiempo y esfuerzos sensatos por encaminar el debate político sobre las causas que hoy mueven al país. El ajuste económico -más allá de que haya sido necesario-, el azote de la pandemia con pobreza y muerte o el deterioro del empleo crean el ambiente propicio para que haga ‘click’ un discurso democratizador como el que encarna el populismo, pero con todos sus peligros.
 
Andrés Arauz, por su cuenta, no cubre la mínima expectativa mesiánica de un dirigente de esas características. Pero lo cobija una corriente populista que sabe de campañas electorales, que puede transar con dirigentes antisistema como Leonidas Iza o Jaime Vargas o, que en su afán por prometer un alivio económico fácil y rápido a los más necesitados, es capaz de arriesgar el único patrimonio que le funciona al país, la dolarización.
 
Es paradójico que tras 20 años de un efecto económico y social tan exitoso como este esquema monetario hoy se convierta en la piedra angular de esta campaña electoral, donde las comparaciones con las tragedias de Argentina o Venezuela resultan pertinentes…
 
¿Queremos hablar de populismo?, pues entonces hagámoslo en serio…