El confinamiento político de Yunda

Carlos Rojas Araujo

POR CARLOS ROJAS ARAUJO
 
En estos días se cumple un año de la violenta movilización que puso al Ecuador al borde de la ruptura y desnudó la crisis existencial que la Capital de la República acumulaba tiempo atrás.
 
Jorge Yunda se había inaugurado en la Alcaldía y sus gestiones fueron inútiles a la hora de defender una ciudad orgullosa de su patrimonio histórico y que, sin exagerar, terminó en llamas. En el fondo quedó la duda de si su despacho, por obra u omisión, permitió que el legítimo descontento popular se convirtiera en desestabilización y caos en beneficio de un sector político conocido.
 
Con la voz ahogada por las lágrimas y el agotamiento por la confusión, los reproches y la desconfianza, Yunda habló de reconciliación y sembró un nogal en el parque de La Alameda. El 16 de octubre del año pasado, pidió virar la página y dejar de lado el ambiente de odio.
 
Tal como le ocurrió al gobierno de Moreno, su Alcaldía encontró en la pandemia el paréntesis perfecto para desviar el origen y la discusión de los problemas que existen en la ciudad. Su condición de médico, comunicador y hombre sencillo, le permitió reivindicar su liderazgo. 
 
Quito le funcionó en la cuarentena, pero ese buen momento ha terminado. Otra vez hay voces de inconformidad y desconcierto; la de aquellos que creen que la Capital no va a ninguna parte.
 
Las denuncias en la importación de pruebas para el COVID-19, las compras de insumos con sobreprecios, el desvío de dineros de la empresa de Agua Potable o el carrusel de contratación de la obra pública, sacaron al Alcalde de la luna de miel, poniendo su gestión a merced de la Fiscalía. Es positivo que la bulla de estos casos haya perdido intensidad, mientras la justicia se encarga de ellos. Así, Yunda tendrá cabeza para enfrentar el desafío planteado el día del nogal en La Alameda.
 
Es inaudito que, a estas alturas de la crisis económica y sanitaria, la discusión sobre la reactivación productiva tenga prejuicios políticos y clasistas infames. Que la enfermedad y la muerte, la informalidad y el desempleo no se conviertan en un catalizador para que Yunda se acerque a todos los sectores de la ciudad.
 
La operación del Metro, símbolo del cambio urbanístico y de movilidad, sigue enterrado y aplazado. No hay una discusión de cómo Quito debe pasar del boom del empleo público a las plazas de trabajo y emprendimiento privados y no ver tanta gente de todos los acentos rebuscarse la vida en plazas y calles.
 
Es un error que Yunda alargue el confinamiento político y no enfrente los graves problemas a resolver. La crisis financiera del municipio puede estallar en cualquier momento; las mafias peligrosas de quienes administran el catastro de la ciudad y se han enriquecido a su costa son un secreto a voces y deben terminar por un mínimo sentido de transparencia, respeto y dignidad.
 
Yunda tiene que librarse de las cadenas de quienes en el concejo metropolitano viven del chantaje y el bloqueo y asumir que sí hay modelos ejemplares de gobierno por fuera del
reparto y la administración insensata de intereses particulares. Esto es posible cuando la convicción de un dignatario va más allá de la gestión clientelar con aquellos sectores que con un puñado de votos pueden garantizar una apretada reelección.