40 años de democracia

Carlos Rojas Araujo

Los sobornos que financiaron el autoritarismo de la década ganada desfilaron por las narices de nuestras instituciones, gracias a la sumisión, los vericuetos legales y la complicidad de los políticos que recitaban un discurso incompleto de progreso e inclusión.
 
Un sacerdote profano sueña con una nueva constituyente, mientras una comisión de ‘notables’ desempolva la figura del Senado (vigente en 1946 y 1967) para corregir de una vez por todas, los desequilibrios de una institucionalidad tramposa desde siempre.
 
El Gobierno se desgasta en el inevitable ajuste fiscal, mientras su popularidad se enfría a la misma velocidad que las perspectivas económicas. Y desde el exilio, el caudillo que más tiempo gobernó, esquiva una justicia poco confiable, mientras sus sofismas se cuelan por las redes sociales.
 
Ecuador todavía es vulnerable, a pesar de que su democracia cumple 40 años. Por lo tanto, retratarlo bajo la mirada de estos párrafos puede ser desalentador.
 
Conviene, entonces, mirar hacia atrás y ver que el progreso de nuestra sociedad puede narrarse desde otros referentes para entusiasmarse por estas décadas, aunque la propaganda nos hacía creer, hasta hace poco, que nada tenía más valor que el correísmo instaurado en 2007.
 
Pues no. Desde los años 80, Ecuador se interesó por la electrificación nacional, por crear programas de vacunación y alfabetización que, pese a las sucesivas crisis económicas, mejoraron la vida de muchas familias. Hay que ver cómo era este país en 1979.
 
Luego de 40 años, y pese a muchos episodios de autoritarismo, cabe destacar la vocación de esta democracia, respetuosa de los derechos humanos. La grandeza de Jaime Roldós, que fortaleció el sistema interamericano, servirá para luchar contra los tiranos y exigirles cuentas donde quiera que se encuentren.
 
El país debe sentir orgullo por cómo, en 1990, los grupos indígenas dieron una lección de rebeldía, convirtiéndose en el movimiento social más importante de la región, gracias a que, en buena medida, los líderes y los partidos de entonces entendieron que esas reivindicaciones eran justas y necesarias. Hoy se desmerece la lucha feminista y el desprecio a las minorías sexuales brota por los poros de muchas élites contemporáneas.
 
Ecuador supo crear un consenso para poner fin a su dolorosa historia de límites y entendió que la integración era la puerta para desarrollarse. ¿Qué acuerdos lo inspiran hoy? ¿No será momento de que el país, como lo anheló el primer presidente de estos 40 años, se una para inaugurar la justicia?
 
Proclamas como esta se estancan en el fracaso; en cambio, los ecuatorianos luchan por emprender y abrirse al mundo, pues el vehículo de la dolarización supuso el fin de una inflación que los ensimismaba, como sucede hoy con Venezuela o Argentina.
 
Es lamentable que tal y como ha sucedido en estas décadas, el país siga sometido a poderosos grupos de interés: unos se festinaron los ahorros de los ecuatorianos en el crack de 1999 y otros no dan explicaciones de lo que se derrochó en el reciente ‘boom petrolero’. Ojalá, también hayamos aprendido a no botar presidentes.