El dilema de los trabajos futuros

Ana María Raad

Ha pasado casi una década desde la última vez que publiqué una columna en Vistazo. Sin duda el regreso a estas páginas es un hecho desafiante, porque este ha sido un tiempo en el cual nuestra sociedad se ha ido desarrollando de forma más volátil, incierta, compleja y ambigua y los efectos de la tecnología (tanto sociales como económicos) están a la vista.
 
Hace diez años no existían los desarrolladores de aplicaciones, conductores de Uber, analistas de big data. Estos eran trabajos no requeridos y hoy ampliamente demandados. 
 
La digitalización ha puesto en tensión la forma como pensamos y anticipamos los trabajos y la productividad en general. Es un hecho que la vertiginosa implementación de tecnologías y la rapidez de los cambios nos impacta y por eso es clave preguntarnos acerca de las capacidades, habilidades, competencias, que debemos asegurar para enfrentar esta avalancha. La amenaza concreta es que el 70 por ciento de los trabajos actuales van a ser automatizados en cincuenta años más.
 
Ante esto, hay dos desafíos que me parecen claves, por un lado es que hoy existen trabajadores con competencias técnicas y especializadas que en el futuro no se requerirán (como puede ser un operador en planta petrolera). Al automatizar esos procesos, los trabajadores enfrentan la amenaza de trabajos menos cualificados y por lo tanto menos remunerados. Por otro lado, se comprueba que a menor nivel de educación, mayor el riesgo de ser desplazados. Según el foro económico mundial, siete de cada 10 personas que han llegado solo a nivel primario y secundario arriesgan ser reemplazadas, mientras que si tienen estudios universitarios, la cifra se reduce en un 30 por ciento.
 
Ciertamente no se trata de caer en la trampa de volverse un agnóstico de los cambios futuros, o por el contrario, un optimista radical de los beneficios que se supone la digitalización ofrece. Requerimos poner los esfuerzos en los desbalances propios de la incorporación de innovaciones, es decir la denominada “creación destructiva” a la que se refería Schumpeter, en los años cuarenta. Hay que poner foco en la educación y desarrollo de competencias que permitan enfrentar el siglo 21, en especial la capacidad de aprender a aprender, de poder resolver problemas complejos, enfrentar situaciones no rutinarias con efectividad y creatividad. 
 
Otra medida clara es la retención escolar, el lograr que las personas sigan una trayectoria educativa e impulsar una educación técnica (tanto en el nivel medio como superior) pertinente a lo que las industrias requieren y ser una alternativa real para quienes buscan incorporarse al mercado laboral de manera temprana. 
 
La llegada de los robots está en pleno desarrollo, el impacto que tenga en nuestra productividad, pero sobre todo en la inclusión social y beneficio ampliado, es algo que no se va a dar solo, debe y requiere una articulación del mundo privado con capacidad y responsabilidad de anticipar su capital humano, así como políticas públicas en educación y trabajo que dialoguen con estos desafíos.