¿Un país dividido?

Cecilio Moreno Mendoza
¿Un país dividido?

Visto desde arriba, la Costa ecuatoriana tiene intereses diversos en relación con la Sierra y la Amazonia. Recorriendo provincia por provincia se entiende mejor el porqué la fidelidad es variable. Hubo una tendencia que ganó el primer lugar, pero a la vez una mayoría que estaría pensando lo contrario.
 
En Manabí, Los Ríos, Esmeraldas, Santa Elena y Guayas, provincias de la Costa, el candidato Andrés Arauz, heredero de Rafael Correa, obtuvo unos porcentajes superiores a 40 puntos, techo mínimo para ganar en primera vuelta. Pero en Tungurahua, Napo, Bolívar y Pastaza ni siquiera alcanzó el 15 por ciento. Y en Azuay y Pichincha apenas superó el 20 por ciento. Es decir que en Sierra y Amazonia, el panorama fue diferente. ¿Estamos ante dos países? “En un colectivo heterogéneo donde las dos terceras partes viven del día a día… la ideología no forma parte de sus prioridades y, obviamente, les es indiferente este requerimiento sociopolítico”, opinó el profesor manabita Lenín Moreira Moreira. Y en eso casi concuerda con el politólogo Joseph Alois Schumpeter, profesor de la Universidad de Harvard desde 1932 hasta su muerte en 1950. Este pensador de origen austríaco explicaba que las decisiones políticas de los ciudadanos en la democracia moderna van de la mano de su vida diaria: “Comprende las cosas que conciernen directamente a él, a su familia, a sus negocios, a sus aficiones, a sus amigos y enemigos, a su municipio o barrio, a su clase, iglesia, sindicato o cualquier otro grupo social del que sea un miembro activo, esto es, las cosas que están bajo su observación personal, las cosas que le son familiares”.
 
La mancha verde
Al observar el mapa electoral 2021 queda clara la influencia del voto correísta en la Costa. En las siete provincias del Litoral, el candidato Arauz logra una votación superior al 35 por ciento. En la Sierra gana en Imbabura, pero allí hubo un voto más disperso por lo que el primer lugar se definió con menos del 30 por ciento.
 
La mancha verde fue más intensa en Manabí. Y aunque las expectativas antes de los comicios eran que se superaría el 60 por ciento, el resultado final fue del 52 por ciento. Vale recordar que, en 2006, Manabí no era bastión correísta. En esa segunda vuelta, los manabitas simpatizaron mayoritariamente con Álvaro Noboa y en primera vuelta le habían dado un apoyo importante a Gilmar Gutiérrez, hermano del expresidente Lucio Gutiérrez.
 
¿Por qué Lucio era entonces popular en Manabí? Porque durante su gobierno, Manta ya cosechaba algunas de las ventajas que trajo la instalación de un “Puesto de Avanzada” de los Estados Unidos en su aeropuerto, ya se hablaba de la concesión del puerto de Manta a una de las mayores operadoras portuarias del mundo e, incluso ya se ilusionaban con que una nueva refinería estaría en Jaramijó, suelo manabita.
 
Portoviejo en cambio, no había quedado muy satisfecho cuando a Rafael Correa como ministro de Economía de Alfredo Palacio, le tocó visitar la capital manabita para aplacar un paro que buscaba más recursos. Era tan tensa la situación que la reunión con las autoridades locales debió darse dentro del Fuerte Militar Manabí.
 
Quizás esa experiencia fue la que lo motivó para haber convertido a Manabí en su provincia mimada. La convocatoria a una Asamblea Constituyente con sede en Montecristi enamoró a los manabitas de la Revolución Ciudadana. A eso le siguió la resurrección histórica de Eloy Alfaro, un exmandatario a quien meses antes el país lo había reconocido como el mejor ecuatoriano de todos los tiempos, galardón que hinchó de orgullo a esa provincia. Para redondear el flirteo, Rafael Correa se reivindicó como descendiente directo del “Viejo Luchador” e hizo obras importantes.
 
El exministro correísta, Héctor Villagrán, hoy profesor en una universidad en China, atribuye la simpatía de los manabitas con la Revolución Ciudadana a la memoria histórica que tiene la población y que la comparan con la Revolución Liberal por la que sus antepasados lucharon en batallas reales donde muchos ofrendaron su vida. Recuerda además que Alfaro, al igual que Correa, dejó en el poder a un presidente que lo traicionó.
 
A Manabí, le siguieron en preferencia, sus vecinas provincias Los Ríos y Esmeraldas. En la primera, la vinculación correísta fue más cercana a Quevedo que a Babahoyo. Allí se construyeron varias obras largamente esperadas por los fluminenses. Entre ellas, el anillo vial de Quevedo, el hospital del IESS y el estratégico puente Velasco Ibarra. En Esmeraldas, atribuyen a un circuito vial que mejoró el ingreso y salida de la capital provincial y al aumento del circulante que se dio en esa provincia impulsado por la megalómana rehabilitación de la refinería.
 
En Guayas y El Oro, los antiguos imbatibles líderes socialcristianos, Jamie Nebot y Carlos Falquez, respectivamente, ya se alejaron del servicio público. Además, son provincias en donde ya desde años anteriores se veía la aparente contradicción de que el electorado votaba 6 para alcalde y 35 para presidente.
 
Para los analistas este comportamiento aparentemente errático de la población tiene un significado claro: populismo. El fenómeno ha sido científicamente estudiado y ha provocado reconocidas publicaciones como “La conquista del voto en el Ecuador” donde Amparo Menéndez Carrión explica el comportamiento desde Velasco Ibarra hasta Jaime Roldós. Viéndolo con ojos recientes, el columnista Lolo Echeverría, opina que “el populismo cuenta con un electorado duro que no obedece a argumentos, se entrega con fe ciega a su líder. Tampoco al caudillo le interesan ideologías, reclama adhesión emocional y valora la lealtad por encima de todo”.
 
La ola Pachakutik
“La base electoral de Correa ha cambiado fuertemente”, lo advirtió desde 2017 el profesor investigador de la Universidad Andina, Carlos Larrea Maldonado. 
 
Para Larrea, existen “configuraciones subregionales inestables en el tiempo, pero bien definidas. Hay nuevas subregiones de fidelidad variable. El voto mantiene una racionalidad social, condicionada por varios factores”. Pero sobre todo, él cree que “El voto indígena tiene identidad fuerte y consistente en el tiempo”.
 
En 2006, la primera vez en que Correa apareció en una papeleta, lo hizo de la mano de lo que llamó “Alianza PAÍS”, que estaba integrado por casi todas las organizaciones políticas de izquierda. Dentro de ellas, destacaba el movimiento indígena, relevante en Sierra y Amazonia.
 
Y fueron precisamente esas dos regiones las que aportaron al triunfo, en noviembre de 2006, en segunda vuelta, sobre Álvaro Noboa. Pero esa luna de miel duró poco y muchos dirigentes indígenas fueron maltratados física y verbalmente y hasta encarcelados durante la década pasada. Hasta la sede en Quito, les quitaron.
 
En 2021, el movimiento indígena resurge con fuerza, fortalecido por las protestas de octubre de 2019 y de la mano de su brazo político, Pachakutik, alcanza el primer lugar en el 70 por ciento de las provincias de la Sierra y en el 100 por ciento de la Amazonia. Y aunque en la Costa no les fue tan bien, ellos destacan que en provincias como El Oro, por primera vez en la historia lograron conseguir un escaño al Parlamento.
 
El ansiado 40 por ciento fue superado por el candidato Yaku Pérez Guartambel en las provincias de Bolívar, Cañar, Cotopaxi, Azuay, Chimborazo, Napo y Morona Santiago. La respetable votación deja un poco sin piso a los temores de fraccionamiento que existían, impulsados por el ala más radical de la Conaie. 
 
Un país anticorreísta
De los 16 candidatos, más de la mitad eran nacidos en Quito o percibidos como quiteños. Esto influyó para que, en la Capital, el voto haya sido más disperso, sin una clara mayoría para ninguno. De los cuatro más visibles, tres tuvieron porcentajes entre 20 y 25 por ciento. Paradójicamente, de esos cuatro, solo uno es quiteño, Andrés Arauz pero apenas alcanzó el bronce. En Quito triunfó Guillermo Lasso, ratificando las buenas cifras que en elecciones anteriores también tuvo en esa ciudad.
 
Lo que Lasso y varios sectores han resaltado es que una abrumadora mayoría, casi sin distingo de región, habría manifestado, con su voto, una condena al anterior gobierno. Las voces en ese sentido, provienen de diversos ámbitos geográficos. En Machala, el diario El Correo editorializó: “Cerca del 70 por ciento de los ecuatorianos no quiere vivir el hambre, la necesidad, la falta de empleo que hoy atraviesan los hermanos venezolanos. Por eso, con decisión y altivez, le dijeron al unísono al correísmo ¡No!”.
 
Y desde Cuenca, Juan Castanier, columnista de diario El Mercurio de esa ciudad, da una aproximación del porqué la sombra de Rafael Correa sigue en el imaginario popular: “La explicación no es difícil. Por un lado, el correísmo detentó el poder durante 10 años y en ese tiempo, valiéndose de un aparato propagandístico nunca visto en el país, de mentiras repetidas mil veces, de un clientelismo rampante, lograron ‘galvanizar’ a buena parte del electorado, volcándolo a su favor. Los bonos por doquier y el aumento de 150 mil cargos públicos son solo una muestra de cómo se ferió el gasto corriente”. La reacción del país del 7 de febrero está dada. “Pocas veces en nuestra historia se ha presentado un escenario como el actual. Este nos abre una oportunidad para reconocernos como una nación diversa, en términos geográficos, generacionales y políticos”, escribió Hernán Pérez Loose.