¿Qué hay detrás de la maldición de Tutankamón? La ciencia lo explica

Redacción Vistazo
En 1922 la expedición encontró unos misteriosos escalones que descendían hasta el antiguo faraón, Tutankamón.

 

En la década de 1920, un tenaz egiptólogo llamado Howard Carter descubrió la existencia de la tumba de un farón que nunca había sido profanada. Tal era su entusiasmo que enseguida empezó a tratar de conseguir alguien que apadrinara una futura excavación. Finalmente, un aristócrata inglés conocido popularmente como Lord Carnarvon, decidió ser el mecenas del proyecto.

La excavación tuvo lugar en el Valle de los Reyes, al oeste del río Nilo, y en 1922 la expedición encontró unos misteriosos escalones que descendían hasta una impresionante puerta que conservaba sus sellos originales. No hubo reparos en perforarla, pese a los mitos de que quien ose a molestar el descanso eterno de los reyes del Antiguo Egipto será castigado con la muerte.

Alumbrados solo con velas y armados de incertidumbre, 58 exploradores y aristócratas se adentraron en la tumba faraónica mejor conservada de la historia. Ahí encontraron y abrieron un sarcófago, que le pertenecía a Tutankamón, el último de su dinastía y quien gobernó el imperio egipcio entre 1334 y 1325 a.C. Maravillados, los intrusos despojaron la galería de las joyas y los elementos de valor que hallaron: se encontraban también los bastones del antiguo rey, así como sus bumeranes, sus arcos y su máscara mortuoria.

Sin embargo, poco tiempo después sucedieron una serie de muertes, algunas inexplicables y otras, fruto de trágicos accidentes, alimentaron el rumor de la maldición de Tutankamón. Incluso personajes del mundo de la ciencia y la literatura como Arthur Conan Doyle (escritor de Sherlock Holmes) o el arqueólogo Arthur Weigall, declararon sobre la leyenda.

Así sería el rostro del antiguo Faraón. Foto: Clarín.

LAS MUERTES
La primera víctima fue Lord Carnarvon. El 5 de abril de 1923, el aristócrata murió en El Cairo por una neumonía, aunque la explicación que se difundió en el momento (y la que tenía más sentido en ese entonces) fue que murió de una septicemia bacteriana, que habría contraído tras cortar la picadura de un mosquito mientras de afeitaba.

En ese mismo año, el hermano de Carnarvon, Aubrey Herbert, y sir Archibald Douglas Reid, quien se encargó de hacer las radiografías de los restos del faraón, murieron sin explicación aparente.

Luego siguió el egiptólogo Arthur Mace y el magnate de los ferrocarriles George Jay Gould, ambos presentes en la apertura del sarcófago, y quienes también fallecieron a causa de una neumonía.

En 1929, el secretario del egiptólogo, Richar Bethell, murió debido a circunstancias extrañas. A su defunción le siguió la del director del Museo Metropolitano de Nueva York, Alby Lythgoe, y la del otro egiptólogo, George Bennedite.

Finalmente, la ‘lista negra’ la cerraron Gamel Mehrez y Mohamed Ibrahim, directores del Departamento de Antigüedades del Museo de El Cairo, donde se exhibieron los restos del faraón. Lo escalofriante es que ambas muertes se debieron a lo mismo: hemorragias cerebrales.

La leyenda perdió fuerza porque de las 58 personas que estuvieron en la apertura del sarcófago, solo ocho murieron y en periodo de tiempo grande, 12 años. Además, el arqueólogo principal, Howard Carter, no falleció hasta 1939, cuando tenía 64 años y se aquejaba de un linfoma.

El sarcófago de Tutankamón. Foto: Efe.

¿QUÉ DICE LA CIENCIA?
El doctor en Biología y profesor titular de Microbiología de la Universidad de Salamanca, Raúl Rivas, publicó un libro llamado 'La maldición de Tutankamón y otras historias de la Microbiología'. En el volumen, el científico atribuye las muertes a la proliferación de hongos y otros microorganismos patógenos en el interior de las tumbas; y no a una misteriosa y antigua maldición.

Aparentemente, en la cámara real y sobre la propia momia de Tutankamón, los milenios hicieron que crezcan diferentes especies de hongos Aspergillus, los cuales son sumamente peligrosos en pacientes inmunodeficientes severos. Las esporas de estos hongos son altamente resistentes y pueden permanecer viables durante siglos; y cuando invaden los vasos sanguíneos producen trombosis, isquemia, necrosis, edema y hemorragias.

Quienes entraron a la tumba de Tutankamón no pudieron evitar inhalar esas esporas, lo cual habría resultado mortal para aquellos cuyo sistema inmunológico no era muy fuerte. La muerte de Carnarvon encaja perfectamente, pues no tenía buena salud y padecía inmunodepresión. Al inhalar las esporas del hongo, contrajo una aspergilosis pulmonar de tipo invasivo.

Las esporas de estos hongos son capaces de permanecer dormidas durante largos periodos de tiempo en las cavidades pulmonares, lo cual explicaría por qué las víctimas empezaron a desarrollar síntomas infecciosos meses después de haber concluido la expedición.

La teoría de la maldición se volvió aún menos popular para el nuevo siglo. En 2010 y 2016 se constató la presencia de este tipo de hongos sobre varias momias del museo arqueológico de Zagreb, en Croacia. Los Aspergillus fueron hallados en restos de la familia Kuffner, encontrados en una cripta eslovaca; y varias momias Chinchorro, del desierto de Atacama en Chile.

Se dice que cuando a Howard Carter alguien le insinuaba la existencia de esta profecía, él respondía: "Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas".