OPINIÓN: La mujer en la política en el Ecuador

Jessica Jaramillo

*Jéssica Jaramillo es sobreviviente de violencia de género, activista feminista y abogada especializada en Derecho y Modernización del Estado, fue además quien patrocinó el pedido de remoción de Jorge Yunda Machado, de la Alcaldía de Quito.

En el territorio ecuatoriano, el vínculo existente entre los diferentes componentes que conforman el juego político y las mujeres, se ha visto marcado por el desinterés y la exclusión; sin embargo, los derechos de las ecuatorianas con relación a la política se han ido reconociendo en el tiempo.

En la Constitución del 2008, se pudo observar cierta evolución en los Derechos políticos de las mujeres para garantizar una mayor inclusión electoral.

Los cambios se vieron, sobre todo, en candidaturas electorales y las decisiones dentro de las áreas de administración de justicia, partidos políticos y organismos de control.

De este modo, las mujeres ecuatorianas pueden ocupar cargos políticos de relevancia e influir en la toma de ciertas decisiones que beneficien al país, pero las reformas dadas no son suficientes.

En la actualidad, las mujeres ya ocupan cargos dentro de la Asamblea Nacional (alrededor del 32%) y tienen activa participación en la legislatura del país, pero no siempre son cabezas de listas en Asamblea, ni Prefecturas, Alcaldías o Presidencia de la República.

La presencia femenina en la política advierte una situación de complejidad; se evidencian barreras que influyen en su participación y esto genera una afectación en su potencial para formar parte de la acción política y ser líderes de un cambio en el país.

Estos obstáculos inciden en la poca representación, la priorización de otras agendas o el sometimiento a los intereses del caudillo o dueño del partido; y a esto se suma la masculinización del ejercicio del poder para lograr un reconocimiento social. Todo esto se observa cuando algunas mujeres ascienden a un alto cargo directivo o político en el Estado. Esos obstáculo también están presentes en el área académica, en la administración pública o dentro del sector privado, en donde las mujeres siguen siendo minoría.

De esta manera, se hace referencia a una realidad que, de alguna forma, ejerce un contraste con la gran capacidad que poseen las ecuatorianas para administrar, gobernar, convertirse en agentes de cambio y líderes en el Ecuador.

Además, agregamos el derecho de las mujeres para tener una participación de manera igualitaria dentro de un gobierno democrático o con el apoyo a un partido en específico; en este sentido, los partidos políticos siguen siendo estructuras patriarcales que aún se resisten a los liderazgos femeninos. Ante esto cabe preguntarnos: ¿en el Ecuador existen mujeres presidentas de organizaciones políticas? No, ahí siguen decidiendo los varones.

Entre las barreras presentadas para una mujer al momento de tener una vida política más activa, se encuentran la violencia digital, subvaloración, discriminación o menosprecio; pero también está el techo billetera, las mujeres tienen menos recursos económicos para invertir en política y se les “apuesta” menos.

A la hora de pensar en liderazgos, la “opinión pública” suele razonar en masculino; y el reto es dotar de identidad femenina al ejercicio del poder, reconociendo a las mujeres con trayectoria, y con valores como valentía y honestidad para darle el lugar que merecen.

El Ecuador debe cambiar, y lo hará siempre que estemos dispuestas a disputar el poder contra todo prejuicio. El mundo ha dado ejemplos: Kamala Harris ha sido la primera mujer Vicepresidenta de los Estados Unidos; Anne Hidalgo pasó de ser la Alcaldesa de París a ser la candidata a la Presidencia de Francia. En Chile Irací Hassler (31 años de edad) se convirtió en la Alcaldesa de Santiago. Estos hechos solo reafirman que es el siglo de las mujeres, el siglo en donde se abrirán los espacios para miles de niñas que sueñan con dirigir su Nación.

Cada 8 de marzo se debe mirar hacia el futuro, sabiendo que con liderazgo, fortaleza y decisión romperemos los moldes del papel secundario que la sociedad suele destinar para nosotras, porque nos atreveremos a cambiar.