La vacuna del COVID-19 en el Ecuador: lejos y descuadrada

Cecilia Moreno
Según el ministro de Salud

El seis de diciembre empezó en Londres, Inglaterra, la ansiada vacunación masiva que evitará la infección por el nuevo coronavirus. En Moscú hacen lo mismo, pero con algo de escepticismo. Para la humanidad es el principio del fin de la pandemia. Una luz al final del macabro túnel por el que hemos transitado en este 2020.
 
Pero por ahora, esa primera luz está lejos del Ecuador. Alcanzarla costará tiempo, paciencia, algunas vidas más y mucho dinero. Afortunadamente no serán las únicas opciones. Hay 203 vacunas en desarrollo de las cuales 10 se consideran las más avanzadas y cuatro o cinco las que más posibilidades tendrían de aterrizar en el país.
 
El precio por cada inyección podría fluctuar desde los tres hasta los 25 dólares dependiendo de la complejidad tecnológica empleada por el fabricante. En la mayoría de los casos, a este valor hay que duplicarlo debido a que se necesitará una segunda dosis con 25 o 30 días de diferencia.
 
Entre Pfizer y Oxford
Empezar a vacunar contra una enfermedad cuando aún no se cumple un año de la identificación del virus causante es considerado por algunos como un hito de la medicina, aunque para otros es también un alto riesgo. Para empezar a aplicar una vacuna contra el Ébola debieron pasar 40 años desde que se identificó el virus a fines de los 70. Para el Sida aún no se ha logrado fabricarla.
 
La primera vacuna contra el COVID-19 ha sido desarrollada por la norteamericana Pfizer en conjunto con la alemana BioNTech. Las vacunas que hasta ahora conocíamos son en realidad proteínas que ingresan al organismo con la misión de simular una infección y activar la producción de anticuerpos. La nueva propuesta que parece inspirada en la ciencia ficción es inyectar moléculas que llevan microscópicos mensajes genéticos para que nuestro cuerpo produzca las proteínas que nos defenderán del virus.
 
Técnicamente se habla de la utilización del ácido ribonucleico apodado mensajero (ARNm) y que es como una parte de la “memoria ram” celular. De hecho, lo único que tienen los virus es precisamente un ARN y un poco de grasa que los protege. Eso sí, el ARN no puede actuar solo, necesita que una célula lo reciba, lo lea y siga sus instrucciones.
 
Pfizer y Moderna -esta última basada en Massachusetts y dedicada exclusivamente a la biotecnología- ya venían trabajando, cada una por su lado, en la idea de elaborar vacunas antivirales usando estos microelementos. Cuando apareció el nuevo coronavirus redirigieron su enfoque y pisaron el acelerador.
 
La otra vacuna que seguramente alcanzará la medalla de plata es la desarrollada por la universidad británica de Oxford -la más antigua del mundo de habla inglesa- en conjunto con AstraZeneca que integra el top 5 de las farmacéuticas.
 
Para diciembre del año pasado, los científicos ingleses ya habían desarrollado una técnica de producción de vacunas a la que denominaban ChAdOx. Entonces su mira era combatir el Zika y el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS). El código empieza por las letras Ch porque usaron como “caballo de troya” un virus que produce gripe en los chimpancés pero que es inofensivo a los humanos. Tras algunas modificaciones intracelulares lograron que el virus del simio se asemeje al SARS-CoV-2 y produzca anticuerpos que en definitiva son los soldados de elite llamados a derrotar al coronavirus.
 
 
El complicado transporte
Manejar mercancías farmacéuticas no es sencillo. Las vacunas, en 2009, representaron el 2,5 por ciento del total de productos farmacéuticos que se movieron por vía aérea en el mundo. Se calcula que el mercado de vacunas en un año normal es de 1.800 millones de unidades de todo tipo y que la mitad viaja en avión. Toda vacuna necesita ser transportada dentro de una cadena de frío especial.
 
Desde 2014, la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) ha desarrollado una certificación denominada CEIV que acredita a las aerolíneas a llevar a bordo productos farmacéuticos. Pocas lo tienen.
 
Las previsiones para 2021 son que las cifras de transporte de vacunas se quintupliquen alrededor del mundo. “Es el desafío del siglo”, dice Daniel Leng, CEO de Latam Ecuador. “Probablemente la industria más golpeada por la pandemia, la aérea, es finalmente la llamada a traer la solución”, añadió.
 
Hasta diciembre de 2021, Pfizer ha anunciado que podrá fabricar 1.500 millones de vacunas. El problema de su innovador antídoto es que la molécula de la que está compuesto es altamente inestable y necesita mantenerse a por lo menos 70 grados bajo cero para que no pierda efectividad.
 
Ningún otro producto farmacéutico conocido tiene esa limitación. Incluso son pocos los laboratorios que poseen pequeños contenedores donde se pueden “criopreservar” algunos elementos. Eso se usa por ejemplo en bancos de espermatozoides o de células madre. Para lograr esas temperaturas se manipulan gases ultracongelantes como el CO2 en estado sólido, más conocido como hielo seco.
 
Llevar en avión estos super congelantes tiene sus peros. Les llaman mercancías peligrosas y son prohibidos de llevar en aviones de pasajeros. Y en los de carga no deben sobrepasar un límite establecido. Es decir que un gran cargamento de esas vacunas tendría que volar en varios aviones.
 
Esos vuelos podrían llegar a Quito donde Latam Cargo ya tiene un punto de manipulación certificado. Pero esas mismas vacunas no podrían llegar a Galápagos porque en las islas está prohibida la operación de aviones de carga y menos el ingreso de mercancías peligrosas.
 
Las otras vacunas como la de Oxford son más benevolentes en cuanto a cadena de frío. Necesitan solo menos cuatro grados centígrados, cosa que cualquier congelador de gaseosas lo puede logar. El transporte aéreo, en ese caso sería menos complicado ya que esas temperaturas se utilizan a diario en el transporte de flores o camarón. Y tampoco habría restricción para llevarlas a Galápagos.
 
¿Cuándo llegarán?
Por las razones logísticas mencionadas, la aplicación masiva o inmediata de la vacuna de Pfizer estaría casi descartada. Un acuerdo firmado con esa farmacéutica habla de dos millones de dosis que se recibirían durante 2021, sin especificar aún las fechas de entrega ni el destino final.
 
También se anunció la firma de un contrato por cinco millones de dosis de la vacuna de Oxford y una carta de intención por dos millones de dosis con la organización Covax, una entidad promovida por la Organización Mundial de la Salud que busca un reparto equitativo de las vacunas -de varios orígenes- a 184 países. Covax espera iniciar sus envíos en marzo. “El plazo de entrega de la vacuna no se puede precisar porque los laboratorios deben cumplir con todos los procedimientos en organismos como la FDA en Estados Unidos o la EMA en Europa”, dice una comunicación del Ministerio de Salud enviada a Vistazo el cuatro de diciembre. “Se aspira que al país llegue el primer cargamento durante el primer trimestre de 2021”, añade oficialmente.
 
Para el doctor Santiago Carrasco, presidente de la Federación Médica Ecuatoriana y también presidente de la Federación unida de profesionales de la salud, “El tema para nosotros es supremamente serio y grave. No vengan a decir que en enero, que en marzo, cuando probablemente estas vacunas puedan estar a disposición de un país de bajos ingresos como el nuestro para mediados del año que viene”. Este sector sería el primero en recibir la vacuna.
 
 
El Ministerio espera vacunar a 10 millones de personas hasta el fin de 2021. Pero al parecer los números no cuadran. Lo “palabreado” hasta ahora suma nueve millones de dosis. Cada individuo necesita dos dosis. Es decir que habrá vacuna para 4,5 millones de personas, una cuarta parte de la población. Pero el Ministerio asegura que “se piensa llegar al 60 por ciento (10,5 millones) en 18 meses”.
 
La capacidad de vacunación es también preocupante. Según el ministro Juan Carlos Zevallos, entre la infraestructura estatal y la ayuda del sector privado se podrían vacunar unas 30 mil personas al día. A ese ritmo y si cada ecuatoriano deberá ponerse dos dosis, en dos años se llegaría al 60 por ciento y tres para vacunar a todos.
 
Eso sin contar que la inmunidad posvacunación podría durar solo seis meses. Eso multiplicaría los tiempos. El cambio de gobierno en mayo de 2021 es el tercer factor de incertidumbre. ¿Qué pasará? Para el doctor Jhon Cuenca, intensivista guayaquileño: “Dios quiera que todo vaya bien, que las vacunas sean seguras, que su producción sea en forma coordinada y que mientras, más pronto vengan al país, mejor…”.