¿Ganamos o perdemos la guerra contra las drogas?

Carolina Farfán
100 toneladas al año en promedio se captura en el país. Se estima que eso podría ser una cuarta parte de todo el negocio.

Este año se podría batir el récord de incautación de droga. Pero también hay laboratorios y bodegas para la exportación o el consumo interno. Los esfuerzos policiales se limitan por su reducido presupuesto. Es una pandemia paralela que aún no encuentra una vacuna efectiva.
 
En septiembre, un avión de la Armada detectó una embarcación propulsada con tres motores fuera de borda a 340 kilómetros al oeste de Salinas. Cuando un barco militar los abordó les encontró una tonelada de cocaína que iba a ser “sembrada” en alta mar y marcada con sonoboyas hasta que alguien las recoja y las lleve a Estados Unidos.
 
Al sur de Montecristi, a 20 minutos de Puerto Cayo, en Manabí, está el recinto Manantiales. Allí, se encontró la mayor cantidad de cocaína incautada en un solo operativo. Fueron 3,8 toneladas enterradas en una finca que además contaba con una pista aérea. Cuando llegó la Policía una sola persona custodiaba la propiedad. Un año atrás, el 23 de noviembre, a las cuatro de la madrugada, por allí se accidentó una aeronave Cessna donde murieron sus dos ocupantes. Esa y la mayoría de las avionetas encontradas en el país son mexicanas.
 
Hace un par de semanas, atravesó el puente internacional de Rumichaca un camión conducido por un ecuatoriano. Iba escoltado por dos vehículos 4x4. Una alerta de la policía colombiana y el nerviosismo del chofer al momento de la inspección permitieron descubrir la carga oculta. En el techo y paredes laterales de ese furgón color verde, estaba una tonelada de marihuana. En septiembre había ocurrido una captura similar donde el conductor reveló que su destino final era Perú.
 
En Angostura, sitio de Sucumbíos famoso tras el sorpresivo ataque colombiano a un campamento de las FARC en 2008, se encontró un laboratorio de conversión de pasta de cocaína en polvo blanco o clorhidrato. Fue una novedad ya que el Ecuador no había entrado en la cadena de producción de droga. Eso fue en septiembre y un mes después se descubrió otro similar en San Marcos, una zona fronteriza de Carchi.
 
En los últimos cinco años se han capturado 491 toneladas de droga, 13 aeronaves, 72 embarcaciones de superficie y tres sumergibles. Entre enero y mediados de noviembre de 2020 se ha decomisado una cantidad de alcaloides casi similar al récord obtenido en 2016. Se presume que hasta el 31 de diciembre próximo se romperá la marca. Los operativos han sido más frecuentes luego de la cuarentena.
 
Pero no todo es para exportación. El Ecuador es el cuarto país, luego de Chile, Colombia y Canadá, en prevalencia de consumo de cocaína entre estudiantes secundarios, reveló el informe sobre consumo de drogas en las Américas 2019 de la Organización de Estados Americanos. El académico Fernando Carrión, en su proyecto “Economía política de la violencia en las regiones fronterizas de América Latina” estimó que el 15 por ciento de la droga que ingresa al país es para consumo interno.
 
Nuevas estrategias
El informe mundial sobre drogas 2020 de las Naciones Unidas dice que “alrededor de 269 millones de personas usaron drogas en el mundo en 2018, lo cual supone un aumento del 30 por ciento con respecto a 2009”. Y añade que, “más de 35 millones de personas sufren trastornos por el uso de drogas”. De esos trastornos, durante la última década, las muertes relacionadas con el consumo aumentaron un 71 por ciento, con un incremento del 92 por ciento entre las mujeres.
 
El arbusto de coca tiene una particularidad, solo se cultiva con éxito en esta región del planeta. Eso hace que los grandes comercializadores basados en México o Europa vuelvan sus miradas a Colombia, Perú y Bolivia.
 
También han cambiado las estrategias del negocio. En los años 80, los reyes de la droga eran quienes controlaban la producción. De allí la fama de los carteles de Cali o Medellín. La revista colombiana Semana recordaba que “los grandes carteles colombianos tuvieron a los mexicanos de empleados. Su labor consistía en pasar a los Estados Unidos la droga que enviaban desde Colombia”.
 
Refiere la misma publicación que “tras la muerte, captura o extradición de los capos, pequeños narcos, bandas criminales y facciones de guerrillas quedaron al frente. Sin embrago, ninguno tenía la infraestructura y mucho menos el poder económico y militar para impedir que los mexicanos se apoderaran de toda la cadena del negocio”.
 
Por eso son delegados mexicanos, verdaderos embajadores de esos carteles, quienes controlan la producción, compran in situ y organizan las rutas para la exportación. Cada paquete de coca tiene un peso de un kilogramo y su valor en origen es de 1.500 dólares. Por ese mismo “ladrillo” en México se paga 15.000 dólares y 25 mil en Nueva York.
 
 
Pequeños capos
El aumento en el desempleo y la disminución de oportunidades causadas por la pandemia pueden afectar de manera desproporcionada a las personas en mayor situación de pobreza, volviéndolas más vulnerables al consumo de drogas, así como al tráfico y cultivo para ganar dinero, señala el último informe de la ONU.
 
La producción colombiana mayoritaria está localizada al sur de ese país, en la frontera con el Ecuador.
 
Para el coronel Erik Benítez, subdirector nacional de investigaciones antidroga, “eso ayuda a que ellos ingresen por toda la línea de frontera formada por las provincias de Esmeraldas, Carchi y Sucumbíos. Al hablar de Esmeraldas hay otro inconveniente que es la frontera marítima la que utilizan para ingresar la mercancía a nuestro territorio”.
 
Una vez en el Ecuador, la droga llega a todas las provincias del país para la exportación o el consumo doméstico. En El Oro, al sur del país, a mediados de noviembre se descubrió droga camuflada en cajas de banano que iban a ser embarcadas en un contenedor que tenía a Bélgica como destino final. El año pasado, en la parroquia Xavier Loyola, provincia del Cañar, a solo 40 minutos del centro de Cuenca, se encontró droga a dos metros bajo tierra. Este era un centro de distribución a microtraficantes.
 
“Ecuador es una de las superautopistas de la cocaína del mundo. Es tal como le gusta al narcotráfico internacional: poco ruido y bajo perfil”, se lee en una publicación de Insigh Crime, una fundación dedicada al estudio del crimen organizado en Latinoamérica y el Caribe.
 
No hay una cifra confiable de cuántas personas estarían directa o indirectamente involucradas en el narcotráfico. Tampoco entre los más buscados aparecen capos de la droga. En parte lo explica la revista colombiana Dinero: “Ahora se trata de una red con múltiples actores y ubicaciones que encontró la rentabilidad de exportar pequeñas cantidades de cocaína”.
 
El último capo ecuatoriano, Gerald, no fue conocido sino tras su detención en Colombia y posterior extradición a Estados Unidos. Recién allí se supo que era de
Manta, que tenía más de 12 millones de dólares encaletados en tres de sus viviendas, dos de ellas en Guayaquil y que incluso habría financiado una campaña electoral en Manabí. ¿De dónde salió? La revista Semana contó que Washington Pardo, su nombre real, en 2004 era un simple pero experimentado lanchero que llevaba droga por alta mar. Que trabajó para varios jefes de Colombia y que “en la medida que ellos cayeron presos o asesinados, comenzó a ascender. Por su trabajo conoció a narcos mexicanos hasta que se convirtió en su hombre clave en Colombia”. Cada tres meses exportaba 250 toneladas con una flota de 150 embarcaciones.
 
 
Las cifras del negocio
“La presencia de organizaciones transnacionales criminales tiene impactos muy severos sobre un país pequeño como Ecuador, porque manejan mucho dinero y tienen poder de fuego”, dijo Bruce Bagley, profesor de Estudios Internacionales de la Universidad de Miami, Florida.
 
En los años 90 se decía que la cantidad de droga incautada era apenas el 10 por ciento de la realmente producida. Actualmente se manejan cifras del 27 por ciento, según el Centro de Estudios sobre Seguridad y Droga de la Universidad de Los Andes de Bogotá.
 
El último reporte del Observatorio de la Droga de Colombia revela que mientras en 2017 el Ejército colombiano pudo destruir el 35 por ciento de las plantaciones, en 2019 este porcentaje alcanzó  el 60 por ciento.
 
Pero también es cierto que las técnicas de cultivo han mejorado. La superficie cultivada de coca en Colombia suma 155 mil hectáreas, cinco veces el tamaño de la ciudad de Guayaquil. Se estima que la producción es de 5,5 kilogramos de clorhidrato de cocaína por hectárea sembrada y que al año hay tres cosechas.
 
En el Ecuador, en 2016 se produjo un hito. Se llegó a las 110 toneladas incautadas. En los dos años siguientes la cifra bajó a 100 mil toneladas, cayendo a 82 en 2019. El repunte se ha dado en 2020 donde al ritmo actual, el récord puede romperse hasta el 31 de diciembre.
 
En este año no solo cambió la cúpula de la Dirección Nacional Antinarcóticos, sino que también se ha recibido asesoramiento y cooperación de Estados Unidos y la Unión Europea. Lo que no ha crecido es el presupuesto de la Unidad que se mantiene en unos 3,4 millones de dólares anuales. Hasta hace unos años, este presupuesto era “engordado” por asignaciones provenientes de la Secretaría Nacional de Inteligencia que eran usadas para gastos operativos. Para el coronel Erik Benítez, estos gastos son naturales y muy necesarios en esta lucha: “Existen fuentes humanas que nos brindan información, pero ellas necesitan recursos, necesitan dinero a cambio. Tenemos bastante déficit en eso y muy poco también para equipos tecnológicos”.
 
Para el columnista Giovanni Tipanluisa, de El Comercio, “El país tiene que saber que estas mafias operan con estructuras internacionales. Mueven cocaína, heroína y precursores químicos a través de 51 países. Lo que queda es buscar estrategias sólidas para hacerles frente”.