El tipo de violencia que permanece estadísticamente oculta en el país

Ana Rivera
Entre 2014 y 2020 se reportaron 3.607 denuncias con más de 4.200 niñas, niños y adolescentes violentados. Foto: Archivo

 
"El hombre es lobo para el hombre”, escribió el filósofo inglés Thomas Hobbes en el “Leviatán”, la obra con la que justificaba un Estado absolutista que imponga la paz, dado que, con esta imagen de la “maldad natural” del hombre, haría que viva en una permanente guerra. En contraste, el suizo Jean Jacques Rousseau afirmaba que el hombre es bueno y libre en su estado natural, siendo la civilización la que lo encadena y corrompe, por lo que, a su juicio, se requería de un contrato social para vivir en común acuerdo.
 
Sea cual sea la apreciación, las sociedades modernas se estremecen por la violencia omnipresente en todas las dimensiones de la vida cotidiana: política, económica, social, religiosa y cultural. 
 
Una de sus manifestaciones más evidente: la violencia criminal, es amplificada en su crudeza y repetida muchas veces al día por las pantallas. Se visibiliza y potencializa con sucesos como el reciente asesinato del presentador Efraín Ruales. 
 
Hechos como este logran penetrar espacios y niveles públicos y privados, que apuntan a convertirse en objeto de morbo, ficción e imaginación que se expresa particularmente en el mundo de la producción literaria, fílmica y mediática. Para muestra un botón: recién trascendió la intención de escribir el libreto de una serie de 65 capítulos sobre la vida del exlíder de Los Choneros, José Luis Zambrano, alias “Rasquiña”, asesinado en Manta, poco después de salir de prisión. 
 
La violencia criminal es privilegiada en las estadísticas oficiales, pero además se ha constituido en el indicador para medir el grado de inseguridad de un país. Según datos de la Policía Nacional, la tasa de muertes violentas por cada 100 mil habitantes pasó de 6,8 en 2019, a 7,7 el año pasado. Una tasa aceptable a nivel regional, pues la media de América Latina es de 17 y escala hasta 82 en Venezuela. Pero eso es solo una parte del problema. 
 
Violencia social 
 
Hay otro tipo de violencia que no está muy visibilizada: la social. Es producto de una relación social específica del conflicto y se manifiesta e incluye múltiples actitudes de insolidaridad e intolerancia. 
 
Solo unos datos: desde 2014, cuando se tipificó el femicidio, hasta noviembre de 2020, se reportaron 439 casos, pero solo el 37 por ciento fueron judicializados. En el país hay un femicidio cada 72 horas. 
 
Violencia social también es el abuso a niños en el sistema escolar. Human Rights Watch devela “altos niveles de violencia sexual en el nivel preescolar hasta el bachillerato. En el Ministerio de Educación del Ecuador se reportaron 3.607 denuncias entre 2014 y mayo de 2020, con más de 4.200 niñas, niños y adolescentes violentados. 
 
Son estadísticas que normalmente permanecen ocultas, no suelen ser objeto de preocupación política ni académica, lo que se refleja en la precariedad de recursos económicos y humanos destinados al conocimiento de sus causas y efectos. Son las expresiones más frecuentes de “resolución de conflictos”, venganza, desquite, “arreglo de cuentas”. Violencias motivadas por el consumo excesivo de alcohol y drogas, por factores culturales como el machismo y por factores pasionales y culturales como “defensa del honor” y de la dignidad. 
 
El hecho de reducir la seguridad ciudadana a una sola dimensión, la tasa de homicidios por 100 mil habitantes, presenta una imagen de la seguridad ciudadana en buena medida deformante, incompleta y rudimentaria; pero, además, rentable políticamente pues permite al gobernante sostener que el Ecuador es uno de los países más seguros de la región.
 
Esta imagen contrastada con la violencia social, presenta una realidad distinta. Esto es, una sociedad con profundos problemas de violencia cotidiana. Por eso es necesario trascender el análisis cuantitativo y fenomenológico por medio de investigaciones sobre las causas. Se necesita crear o fortalecer los servicios de seguridad ciudadana orientados a la asistencia integral a las víctimas, y fortalecer la participación en los procesos de diseño, ejecución y evaluación de los programas. Ya lo alertaba Edgar Morin: “La violencia se ha vuelto loca, supera todo tipo de racionalidad, sobrepasa y desborda todo alcance estratégico”.