Linajes oscuros

Diana Romero
Linajes oscuros

"¿De dónde venimos los escritores de terror en Ecuador?” Se preguntó Solange Rodríguez en la Feria del Libro de Guayaquil, durante un encuentro que condujo bajo el concepto “Linajes oscuros”, y donde junto a Mariana Falconí (Riobamba) y Gabriel Fandiño (Guayaquil) se propuso encontrar algunas características de este género poco conocido dentro de la literatura ecuatoriana, y compartir sus propias motivaciones e influencias como autores.
 
“El terror es un género muy noble y antiguo –dijo Rodríguez–, un gesto ante lo inexplicable y lo desconocido, que nace de nuestra parte simbólica e irracional, una latencia bestial bajo la parte lógica del mundo”.
 
En Latinoamérica algunas reflexiones han girado en torno a la supuesta apropiación de un género extranjero. Sin embargo, en esta parte del mundo los mitos y leyendas de la tradición oral son gran cantera para esta literatura. Mariana Falconí recuerda que su fascinación por lo extraño surgió de las historias de encuentros y tratos con duendes y brujas que le contaba su madre. La autora de literatura juvenil y admiradora de Steven King, señala la predilección de los jóvenes por el cine y los libros que abordan lo siniestro: “Parece que con la edad vamos perdiendo la capacidad para asumir la adrenalina que produce el terror”.
 
 
Gabriel Fandiño también encuentra sus orígenes como lector y escritor en su infancia, en los relatos de su abuela manabita. “Supongo que es el tipo de cosas que se siembran en la niñez, edad de los primeros temores y los primeros miedos”. El también ilustrador y diseñador gráfico comenta que su linaje proviene, además, de la historia. Tras investigar sobre la epidemia de fiebre amarilla de 1842 surgió su novela “Guayaquil, ciudad muerta”, donde convierte a la enfermedad en un virus zombi. Fandiño recomienda el “Libro de Misterios” (2010) de Rodolfo Pérez Pimentel, que incluye crónicas como “La esquina del muerto” (de Cuenca), “El sacerdotes maldito” (ambientada en Guamote). “El misterio del segundo yo” (de Guayaquil), o “El gato descabezado” (de la Maná).
 
Propone también revisar al historiador ambateño Fausto Ramos, autor de “El señor de los cuentos I y II”, por él conoció a los espeluznantes yuchos, los perros del diablo. Mariana Falconí señala otra característica de la literatura de terror: cierto desprecio por el género. “Como que no queremos que sepan que escribimos terror. Hacemos un cuentito por aquí, otro por acá, pero al disimulo”. “Es una especie de tradición impúdica”, agrega por su parte Rodríguez, “quizá porque se lo ha asociado con cosas de montubios, de indios, de leyendas, y los escritores (y los lectores) queremos ser civilizados”, supone.
 
Por eso su propuesta es “salir del clóset”, en encuentros como el que se celebró en la FIL de Guayaquil, donde a sala llena se habló de la profunda humanidad que descubren nuestros miedos.