La trágica historia de la madre del príncipe Felipe: entró en un manicomio, se hizo monja y fue víctima de Freud
Usaba hábito, trabajaba como voluntaria de la Cruz Roja y salía en las noches, incluso en medio de los toques de queda en la Segunda Guerra Mundial, para alimentar a los pobres y acompañar a los enfermos. Pocos sabían que se trataba de la princesa Alicia de Battenberg y menos que era la suegra de la reina Isabel II.
Los vaivenes de la casa real griega fueron muchos a lo largo del siglo XX y el entonces príncipe Felipe de Battenberg (luego Mountbatten) tan solo sería uno de los protagonistas, y aunque sus raíces griegas son menos conocidas que las alemanas, no por ello son menos convulsas.
Felipe de Edimburgo, sexto hijo y único varón del príncipe Andrés de Grecia y la princesa Alicia de Battenberg, nació en el Palacio de Mon Repos (hoy es tan solo un museo) el 10 de junio de 1921, adonde se había trasladado su familia tras la muerte del Rey de Grecia Jorge I, en 1913.
Su estancia en esta isla y en el país heleno fue corta, pues cuando tan solo contaba 18 meses, su padre tuvo que abandonar Grecia después de ser condenado a muerte al ser considerado uno de los principales responsables de la desastrosa campaña del Ejército heleno en Turquía.
Quizás aún mas dramática fue la historia de su madre, la princesa Alicia de Battenberg. Sorda desde los cuatro años fue tratada de autismo, porque nadie reconoció lo que le estaba pasando. Mientras tanto, la joven aprendió ocho idiomas mediante lectura labial.
La princesa Alicia de Battenberg nació sorda en 1885, en el castillo de Windsor y en presencia de su bisabuela, la reina Victoria. Se casó con solo 18 años con el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca y juntos tuvieron cinco niños: cuatro hijas y un varón, Felipe, que se convertiría en consorte de Isabel II de Inglaterra.
Durante las Guerras de los Balcanes (1912-1913) trabajó como enfermera voluntaria de la Cruz Roja, pero después de su marcha a Francia, su situación volvió a caer en picado. Su relación con el príncipe se deterioró hasta tal punto que fue internada en un sanatorio después de que Sigmund Freud le diagnosticará una esquizofrenia y la sometiera a electroshocks.
La suegra de la reina Isabel tuvo que sufrir en sus carnes los experimentos de Sigmund Freud. Como contaba un documental de 2012, el padre del psicoanálisis diagnosticó que todos los problemas de la princesa se debían a sus niveles de hormonas y a su “frustración sexual” y le recetó que se le aplicaran rayos X sobre los ovarios para acelerar la menopausia. Sorprendentemente el tratamiento fue un fracaso y solo le proporcionó secuelas de por vida.
Escapó del sanatorio para regresar a Grecia, donde fundó una orden ortodoxa de monjas. Como en una tragedia griega, solo se reunió de nuevo con su familia en 1937, cuando todos asistieron al funeral de su hija Cecilia, que falleció en un accidente aéreo junto a su marido y dos de sus hijos, recoge diario El País.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la príncesa continuó en la Grecia ocupada por la Alemania nazi: rescató a judíos de los nazis (pese a que sus hijas estaban casadas con figuras prominentes del partido).
Después de la liberación, la princesa siguió trabajando décadas como monja e intentó establecer un monasterio en la localidad griega de Tinos. “Dirigía una orden religiosa y siempre estaba buscando fondos. Vendió la mayor parte de sus posesiones y, en tiempos de guerra, cedió sus raciones de comida a los huérfanos o a cualquiera que lo necesitara”, explica el historiador Hugo Vickers en The Crown Dissected.
Asistió a la boda real de su hijo y a la coronación de Isabel II en 1953. Eso sí, a esta última acudió ya vistiendo los hábitos. Con las pocas joyas que no había vendido en los años cuarenta, fabricó el anillo de compromiso que Felipe utilizó para pedir la mano a Isabel.
La historia griega de Felipe concluye el 21 de noviembre de 1947, antes de casarse con Isabel II, cuando renuncia a su título real heleno, toma el apellido de la familia de su madre (Mountbatten) y se convierte en ciudadano británico.
Finalmente, en 1967 el príncipe de Edimburgo trasladó a su madre al Palacio de Buckingham, donde se instaló con su hijo y su nuera hasta su muerte dos años después, en 1969.