La historia de Marie-Christine de Bélgica, ‘la princesa desaparecida’

Gabriela Pinasco
Marie-Christine dejó el lujoso castillo de Laeken a los 29 años para radicarse en Estados Unidos.

No todas las mujeres disfrutan una vida de princesa. Así lo ha demostrado por años Marie-Christine de Bélgica, tía del rey Felipe de Bélgica, y quien estuvo ‘escondida’ o lo más alejada posible de los flashes y periodistas, por más de una década en la fría frontera de Estados Unidos con Canadá.
 
Después de haber vivido su niñez y juventud en el lujoso castillo de Laeken y de una vida rodeada de escándalos, problemas con el juego y fortunas dilapadas, desde 2007 no se supo más de la princesa, esa fue la última vez que concedió una entrevista. Aunque hace ya 40 años que renunció a sus privilegios para mudarse a Estados Unidos. 
 
Apodada como “la princesa desaparecida”, es la primera hija del rey Leopoldo III y su segunda esposa, Lilian Baels, princesa de Rhéty. Es, por tanto, hermana por parte de padre de Alberto II de Bélgica. 
 
"Marie-Christine no quiere mantener ningún contacto ni con la familia ni con los amigos del pasado. Es su elección. Dice que tiene una nueva vida. Me pone triste, pero respeto su decisión. Lo intenté durante 4 años, pero ella realmente no quiere y no puedo obligarla", dijo hace más de 12 años su hermana, Esmeralda de Bélgica. 
 
La historia de esta mujer, hoy con 68 años, dista mucho de ser un cuento de hadas. En 2004 se publicó un libro de sus memorias que relata una infancia dolorosa, marcada por la ausencia de su padre, el rey Leopoldo III, y los malos tratos de su madre Lilian. 
 
Una de estas historias sería quizás la más escabrosa. Cuando Marie-Christine tenía 18 años, culpó a uno de sus primos de haberla violado durante un baile. Su madre no le creyó y trató de encubrir el delito, castigándola además con un encierro de dos meses en su habitación. 
 
Según la princesa, este oscuro evento de su vida la llevó a marcar distancia de su familia y a sumergirse en una vida nocturna de alcohol y relaciones esporádicas. 
 
A los 29 años abandonó Europa para ir a vivir con una familia amiga de sus padres en Toronto, Canadá. Ahí comprueba lo que es verdadera libertad, lejos del castillo, de los bailes y los eventos de la monarquía. Pronto decide casarse en Florida el pianista homosexual Paul Drake. Con él obtuvo sus papeles de residencia y seis semanas después se separó. 
 
La familia real costeó aquel divorcio y su hermanastro, el rey Balduino, decidió ayudarla con dinero tras descubrir que se trabaja en todo lo que podía para conseguir sustentar su vida, incluso desfiló lencería en bares de “mala muerte”. 
 
El 28 de septiembre de 1989 se casa en California con el cocinero francés Jean Paul Gourgues, con quien abrió un restaurante que luego fracasó. Ambos deciden mudarse luego a Las Vegas, en donde la princesa gastará sus ahorros en casinos, dando lugar a un último rescate real liderado por otro de sus hermanastros, el rey Alberto II. Este cheque llegó acompañado de una carta llena de reproches, que terminaría por finiquitar su relación con la familia. Marie-Christine no fue ni al funeral de su padre, ni al de sus hermanos. 
 
El diario Het Laatste Nieuws localizó a la “princesa desaparecida” en Sequim, un pequeño pueblo del Estado de Washington, en donde vive junto a Gourgues en una casa de tres habitaciones con un jardín de árboles frutales por la que habría pagado cerca de 300.000 euros.