El inmortal legado de Pasolini

Redacción
Pier Paolo Pasolini. Bolonia

En 1975 las fuerzas más siniestras de Italia asesinaron a un artista excepcional, cuya obra sigue revelándosenos hoy como una cruel profecía del mundo actual.

Profeta. Así definen a Pier Paolo Pasolini tanto sus amigos cercanos como sus herederos distantes. Willem Dafoe, actor encargado de encarnarlo en el filme de Abel Ferrara (2014), ha confesado que tras bucear en su obra y pensamiento ya nunca podrá dejar de considerarlo un referente fundamental de su propio quehacer, no sólo artístico. Tal es la claridad y hondura de la mirada de un poeta que atravesó el cine y la escritura con la misma transversalidad y ferocidad con la que amó el fútbol, el marxismo y la mitología.

Cuatro horas antes de ser asesinado en la madrugada del 2 de noviembre de 1975, Pasolini declaró a La Stampa, sin saber que sería su entrevista póstuma: “Mientras charlamos en este bar, alguien puede estar planeando exterminarnos” (dicha entrevista cierra la antología “Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas”).


Un empresario en crisis existencial. Massimo Girotti y el paisaje lunar
o apocalíptico del famoso final de “Teorema”, una de las obras más
sofisticadas, tristes y vigentes de Pasolini.

Pasolini se sabía en la mira de los asesinos porque llevaba denunciándolos durante lustros y en distintos registros. Justo antes de morir acababa de terminar la probablemente más cruel y perturbadora película de la historia: “Saló o los 120 días de Sodoma”, mixtura magistral y nauseabunda de una ficción del Marqués de Sade y la verídica República de Saló, fundada durante la II Guerra Mundial por aristócratas fascistas italianos, ancestros de la tan cercana a Silvio Berlusconi Liga del Norte; y dejó inconclusa, lamentablemente, su novela “Petróleo”, donde desarrollaba la denuncia de la colusión entre la mafia, la democracia cristiana, el neofascismo y la CIA, ya apuntada en uno de sus más célebres “Escritos corsarios”.


La propia madre de Pasolini fue la seleccionada para representar
a la anciana Virgen María, en la escena de la crucifixión de
“El Evangelio según San Mateo”.

Pese a ello, y a que las pruebas forenses –tal como lo recuerdan la reciente novela de José María García López, “Pasolini o la noche de las luciérnagas”, y “El caso Pasolini”, muestra organizada este año por el Museo de la Criminología de Roma–, apuntaban con claridad “a más de un responsable”, la justicia italiana de entonces, rauda y veloz, aceptó la versión de un joven de 17 años que alegó haberlo matado defendiéndose de un intento de violación.

Muchas voces se alzaron contra ese intento de rematar moralmente a Pasolini, que además buscaba encubrir, sobre todo, a los verdaderos móviles y autores de un asesinato que, tal como pasaría años después con el de John Lennon, iba a facilitar la docilidad y adecuación del mundo a la homologación de la utopía con la barbarie y el confort, las dos derivas contra las que su obra luchó permanente y conscientemente.


Sobre todo poeta y pensador, en su pasaporte no ponía
“cineasta”, sino “escritor”. Y su osado periodismo fue
altamente beligerante contra el poder.

Pasolini fue un hereje para todas las capillas: la prensa católica premió y consideró “El evangelio según San Mateo”, segundo filme de su carrera como cineasta, como el más emocionante testimonio de la vida de Jesucristo, antes de saber que era la obra de un comunista homosexual; el Partido Comunista Italiano lo expulsó por esta última causa, considerada por muchos camaradas “una desviación burguesa”; y en uno de sus textos de mayor vigencia para nuestra contemporaneidad, tan exangüe de disidencias radicales, rechazó la “normalización” y “aceptación” que ya se empezaba a profesar hacia su opción sexual:

“No creo que la actual forma de tolerancia sea real. Ha sido decidida ‘desde arriba’: es la tolerancia del poder del consumo la que precisa una total elasticidad formal en las ‘existencias’ para que cada uno se convierta en un buen consumidor”.


“La Medea de Pasolini”, con Maria Callas, se alejó de la
visión androcéntrica de la tragedia griega, apoyándose
en los estudios antropológicos de Mircea Eliade.

Este cuarenta aniversario de su muerte, además de como telón de fondo para poner en valor su menos conocida veta como escritor, y para el reconocimiento del Estado italiano de la deuda que mantiene su justicia con la verdad de su asesinato, puede servir para re visitar su cine, que desde la rudimentaria “Accattone” hasta la sofisticada “Teorema” consistió en un intento de aunar lo popular a la exigencia de rigurosa codificación metafórica. En estos tiempos de apogeo del concepto de industrias culturales, conviene recordar también esto.


“Pocilga” quizás es, junto a “Teorema”, su película más
críptica. Él defendía la dificultad como una resistencia
en contra del consumismo.