De la explotación laboral desde niño, al éxito: la historia de Jesús Fichamba

Jesús Fichamba
Redacción Vistazo

El 4 de octubre de 1985 Revista Vistazo publicaba un especial dedicado a Jesús Fichamba, el entonces reciente ganador del Festival de la canción OTI. Tras hacerse público su fallecimiento este lunes 26 de abril, a causa de complicaciones por la COVID-19, recordamos a ese joven talentoso y valiente que hablaba con orgullo de su poncho, pero también hacía crítica de la situación de abuso y explotación que vivían entonces las comunidades indígenas de Ecuador.

El siguiente es un reportaje que habla de la vida de Fichamba y lo que tuvo que atravesar antes de convertirse en cantante insignia del país:  

“Jesús Fichamba representa a una raza y una cultura ancestrales. Es la expresión sencilla de esos hombres que comen maíz y surcan la tierra ataviados con sus ponchos. Su figura nos recuerda a los seres anónimos que viven en los cerros nevados del Ecuador, un paisaje de vegetación desafiante y tremenda, que es geografía propicia para preservar las tradiciones.

Hoy esta voz de los Andes es la presencia de un triunfo. Hace pocos días su canción “La Pinta, La Santa María y la Niña” hizo vibrar a españoles e iberoamericanos en el XVI Festival de la OTI que se realizó en Sevilla.

Él vive aún la emoción de ese triunfo porque su público ha sabido transmitírselo. Su canción mereció ser la ganadora, así lo ha afirmado el periodismo que ha visto en el premio a la canción mexicana un triunfo necesario para levantar la moral de un pueblo necesitado de solidaridad y consuelo a causa del trágico terremoto que le asolaba. En opinión de muchos, su canción ha sido virtualmente la ganadora.

En Madrid, Jesús Fichamba ha accedido a conversar con Vistazo. Acaba de regresar de una de sus grabaciones en los estudios de Hispavox y a pesar de su cansancio del ajetreo de estos días, su optimismo no decae”.

“Yo no me imaginaba que algún día me ocurriría esto”, dice con una expresión de protagonista no asumido mientras evoca esa despedida del día que partió desde Guayaquil, donde más de tres mil personas fueron a brindarle sus augurios de éxito. Después acota: “Esa misma partida fue un estímulo, desde ese momento me jugué al todo o nada”.

APOSTAR POR EL TRIUNFO
A Jesús Fichamba esa noche en el Teatro Cervantes de Sevilla no lo condicionaron sus emociones. “Desde el primer instante que pisé España, me jugué por el triunfo. Sabía que llegaría desde el primer ensayo. Salí al escenario con algo de experiencia, los 20 minutos que uno dispone para ensayar con el coro y la orquesta, pero llegué a coordinar todo gracias al consejo de mi arreglista que tiene una personalidad impecable.

Técnicamente el Festival no tuvo desperdicios. El profesionalismo del equipo técnico que apoyó a los cantores y la escenografía fueron impecables según nuestro protagonista.

El también fue peón de hacienda. Supo de la cabeza sumisa y espalda doblada por la servidumbre y el trabajo de sol a sol. Pero supo, asimismo, del espíritu rebelde que se acumula y crece ante la injusticia. “Cuando era aún muchacho, durante una fiesta de Otavalo, tropecé con el hijo del patrón y este escupió mi rostro, después me dijo que me arrodillase y pidiera perdón. Me negué a hacerlo por considerarlo injusto. Entonces él me pateó. Yo le tiré piedras porque salió de dentro de mí una rabia indescriptible”.

Jesús Fichamba, casado y con dos hijos, el ganador moral del Festival Internacional de la Canción OTI 85 realizado en Sevilla, España, habla sin rencores, con sencillez, y aunque sea lugar común decirlo, sin que el triunfo se le haya subido a la cabeza.

Cuando cuenta las historias de su vida se nota en su voz un dejo de nostalgia pero también orgullo definitivo de que las cosas hubieses cambiado como sucedieron.

“Yo detesto los problemas y la violencia, aunque hasta hace dos años atrás yo fui violento, me gustaba ver sangre, trenzarme a golpes”.

Jesús Fichamba quiso ser boxeador e incursionó por el cuadrilátero en el que consiguió sobre todo golpes. Un K.O. fulminante mandó a la lona sus sueños deportivos pero mientras, horizontal, escuchaba de manera lejana la cuenta de diez, ya su garganta se preparaba para levantar los brazos de triunfo en el difícil escenario de la canción.

EL HIJO DEL PORTERO
Jesús Fichamba nación en Peguche, Otavalo, un 7 de febrero hace 36 años. Su padre, Manuel, era conserje de un convento de monjas Lauritas que se dedicaba a la catequización de los indígenas. Su madre se llama María. Manuel, María y Jesús, una familia que tuvo Navidades tristes. “Nunca estuve a la expectativa de que me dieron un regalo de Navidad. Sólo en mis adentros era una especie de coraje lo que me daba. Las monjas del convento no se acordaron de mí. Yo me apartaba como para demostrar que no quería que me tomasen en cuenta, pero en el fondo estaba desesperado porque me dieran mi regalo. Pero las monjas se olvidaron. Yo me tuve que quedar conforme con la funda de caramelos que me dio un tío y a los ocho días regresé al colegio resentido. Una de las monjas me preguntó: Jesús, y tu juguete ¿dónde está? A mí no me han dado respondí. Entonces ella me dio bastante”.

El hogar de los Fichamba fue pobre, pero en él, los cuatro hijos del portero Manuel, de la laboriosa tejedora María, siempre fueron el centro de las alegrías y preocupaciones. Sólo la pobreza proyectaba su sombra. “Nunca me faltó comida ni amor. Sí me faltó dinero”.

ORGULLOSO DE SU RAZA
Jesús, que vivió en una choza de Peguche, ahora se pasea por hoteles de lujo y le llueven contratos. El éxito se ha metido en su casa. Pero Fichamba no olvida su condición primaria. “Yo fui muy rebelde, pero lloro y sufro con la pobreza y la miseria. La injusticia pone de relieve la sensibilidad de los seres humanos. La pobreza provoca una reacción violenta”.

Su presencia en los escenarios, en las discotecas y en salones privados siempre ha estado precedida por el anuncio del exotismo, de lo raro: “el indio que canta”.

Fichamba ha sabido explotar esta condición pero no únicamente movido por el aspecto publicitario, sino por un amor incorruptible a su origen.

“Yo salgo con el poncho para identificarme. Para sentirme que soy yo mismo, que las luces no pueden hacerme cambiar. Con un terno llegaría a sentirme muy ridículo. Yo soy muy orgulloso de mi raza”.

Su segundo LP salió con portada de Guayasamín, cantaba en el coro de la escuela, en reuniones con amigos en donde nunca faltaban ni la chicha, ni el mote, ni el cuy, y en los inicios de su carrera profesional tuvo un resbalón terrible cuando en una presentación en el Teatro 9 de Octubre de Guayaquil mostró un “gallo” de corte fatal.

Ahora su voz está altamente cotizada y se ha convertido en el conquistador del continente que nos conquistó. Su rebeldía y orgullo desde niño los ha sabido llevar: “Yo nunca agaché la cabeza. Iba a tomar agua, en cierta ocasión y el hijo del administrador me invitó a montar a caballo. De regreso me encontró el administrador y me dio un latigazo en la espalda. Yo tenía ocho años pero me indigné. Él me gritó que regresara a trabajar. Yo le dije que no regresaría y lo insulté y no regresé a trabajar aunque necesitaba el trabajo. Mi papá, cuando lo supo, me felicitó”.

LA REBELDÍA Y EL TRIUNFO
Jesús Fichamba ha sabido esperar y ha sabido construir con constancia. Desde hace 15 años cuando llegó a Guayaquil y comenzó a participar como artista de relleno en unas giras organizadas por una empresa farmacéutica por los pueblos del país, hasta el momento cuando España lo consagra ha sabido madurar. Su actual manager, Pablo Salame, lo escuchó entonces y se dio cuenta de todo el potencial artístico que podía sacar de su voz y no se equivocó.

“El dolor de México ganó la OTI”, fue el titular del Diario 16 de Andalucía comentando la injusticia del fallo con respecto de Fichamba, y sin embargo, ni él, ni el compositor, ni la representación ecuatoriana ante el Festival quisieron impugnar nada. Los fallos se aceptan y se agranda la naturaleza humana. Pero la cortesía no quita el empuje y el espíritu de lucha que en Fichamba quiere estar siempre presente: “A veces quisiera haber sido como Rumiñahui y Atahualpa. Ser rebelde, valiente y terminar con mi ejemplo la sumisión que sigue caracterizando al indio”.