Desde el comienzo de la pandemia por el coronavirus, una de las medidas preventivas en las que más ha insistido la Organización Mundial de la Salud (OMS) es en el uso de mascarillas para evitar los contagios y la propagación del COVID-19.
En este contexto, distintas informaciones se han difundido sobre el daño que pueden ocasionar las mismas a nuestra salud.
La OMS ha advertido reiteradas veces sobre los efectos secundarios de la enfermedad en pacientes que ya la han superado.
Corazón, cerebro, pulmones o salud mental, son algunas de las consecuencias que se están empezando a observar entre los pacientes que han tenido Covid-19, independiente de la gravedad de la información.
Un trabajo liderado por el ingeniero español Jorge Rodríguez afirma que inmunizar a quienes tienen más intercambio social sería más eficaz que hacerlo con los adultos mayores.
En vísperas de la aprobación de las primeras vacunas para el COVID-19, el próximo desafío será determinar no solo la logística sino también los beneficiarios de las mismas.
Científicos se van convenciendo de que una mutación detectada en enero y que pronto se convirtió en la predominante en el mundo ha podido hacer al virus más contagioso. Sin embargo, el principal motor de los contagios sigue siendo errores en las medidas de mitigación.
Un nuevo estudio de la Universidad de Oxford, en Reino Unido, sugiere que es muy poco probable que las personas que han tenido COVID-19 anteriormente vuelvan a contraer la enfermedad durante al menos seis meses después de su primera infección.
A pesar de que se estima que 51 millones de personas están infectadas con el virus en todo el mundo, con altos niveles de transmisión en curso, los informes de pacientes que se vuelven a infectar después de haber tenido COVID-19 son raros.
Las hormonas sexuales femeninas, estrógeno y progesterona, y su metabolito fisiológicamente activo, alopregnanolona, proporcionan funciones antiinflamatorias, remodelan la competencia de las células inmunes, estimulan la producción de anticuerpos y promueven la reparación de las células epiteliales respiratorias e inhiben el receptor ACE2.
Esta es la puerta de acceso que utiliza el nuevo coronavirus para infectar el organismo.