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Las razones por las que corre riesgo si deja de asombrarse ante la corrupción

lunes, 28 septiembre 2020 - 09:53
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“Se encontraron irregularidades”, “se procedió a la detención”, “se capturó”... En los últimos meses las noticias sobre casos de corrupción detectados en la función pública se multiplicaron y llenaron titulares día tras día. Han sido tantos que parecería que se ha perdido la capacidad de asombro.

“A mi criterio, como que hemos perdido ese olfato que nos hacía dar asco frente a lo que está mal, hacia lo que daña a la comunidad y perjudica a la naturaleza humana”, sostiene María Gabriela Ottati, psicóloga clínica. “Sucede lo mismo que a las personas que viven en zonas cercanas a los esteros que emanan fuertes olores: que ellos dejan de percibirlo porque su cerebro bloquea los olores persistentes y los normaliza”.

Roberto M., quien prefirió renunciar a un negocio que pagar una coima, considera que no solo se ha normalizado la corrupción sino que se ha valorizado para algunos. “Se ha ido trastocando la escala de valores. Ahora aprovecharse de una situación para obtener beneficios rápidos y lucrativos se ha convertido en una cualidad celebrada en ciertos círculos”.

¿Cómo se llega a esto? La especialista consultada plantea algunas posibles causas desde su punto de vista. En primer lugar, indica que los adultos que confunden lo que necesitan con lo que quieren, transmiten esa distorsión a sus hijos. “El primer par de zapatos lo necesito, el segundo lo quiero y el cuarto es un capricho. Y cada vez más, los caprichos se vuelven necesidades. Poco a poco empieza a desaparecer la jerarquía de las necesidades y los “quereres”, señala. Se empieza a querer demasiado, como decía Alfred Adler, fundador de la Escuela de Psicología Individual.

Agrega que la corrupción se va gestando cuando una persona quiere algo y se hace la idea de que lo necesita y pronto. De este modo, cada vez habrá más cosas que cree necesitar, cuando en realidad solo las quiere tener. Como no puede conseguirlas de la manera correcta porque toma tiempo, se salta las etapas para tener todo de inmediato. Esa mentalidad es un caldo de cultivo para hacer actuar de manera dolosa.

Por otra parte, algunos niños crecen viendo que sus padres son capaces casi de cualquier cosa por tener más o para darles a ellos mismos todo lo que pidan. Hay que recordar que sentirse valorado es una necesidad básica del ser humano y que los problemas ocurren cuando se espera obtener esa validación a través de posesiones. No por ser sino por tener.

Otro tema que puede surgir es la asociación entre el dinero y la felicidad. Aunque los padres no digan nada al respecto, si un niño observa que cuando faltan recursos económicos los adultos se pelean y la casa se vuelve un lugar desagradable, empezará a asociar el dinero con la felicidad y su escasez como el origen de la desdicha.

“No hay que darle al dinero el poder de determinar la felicidad. Si un niño percibe que el único momento en el que los adultos están en paz es cuando hay plata, crecerá pensando que debe hacer lo que sea por conseguirla”.

Aclara que eso no significa que no deba informar a los pequeños cuando la familia pasa por aprietos financieros, pero que hay que hacerlo de un modo constructivo, consultándoles sobre cómo pueden colaborar frente a la situación, sin llegar a dramatizar.

La psicóloga explica que es importante que los niños entiendan el valor del dinero y que una buena manera de lograrlo es a través de comparaciones entre los precios de juguetes que quieran tener con la cantidad de horas que tiene que trabajar una persona que conozcan para obtenerlo. Decirles por ejemplo, “para ganar lo mismo que cuesta ese play station, tu papá debe trabajar días o semanas para ganar esa cifra o es lo que nos cuesta comprar la comida por x semanas”.

Concluye expresando que la coherencia es clave en la formación de los niños. No se enseña amabilidad, pregonándola sino dando un trato cortés a las personas con las que los padres interactúan. No se enseña hablando de honestidad, sino que se respeta los turnos en la fila del supermercado, así como la sobriedad de no comprar cosas superfluas aunque tenga el dinero para hacerlo. “Los valores no se enseñan, se encarnan”.

 

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