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Fiestas para contagiarse de COVID-19 y otros riesgos durante la pandemia

lunes, 24 agosto 2020 - 07:15
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Desde las fiestas de jóvenes que desafían el contagio hasta el abrazo contenido entre nietos y abuelos, las medidas que limitan el contacto humano frente al coronavirus tienen un efecto en las acciones y en las emociones.

"Creo que cometí un error. Pensé que todo era un invento pero me equivoqué”. Esta confesión fue hecha por un paciente con COVID-19 a una de las enfermeras que lo atendía en el Hospital Metodista de San Antonio, Texas, según declaró públicamente una vocera de la institución.

El joven de 30 años habría asistido a una fiesta, donde expresamente se encuentra una persona infectada con el virus. La idea de este tipo de reuniones justamente es “jugar” a quién se contagia primero.

Desde otros puntos geográficos se mencionan en redes sociales fiestas en las que supuestamente se recoge un “pozo” de dinero en efectivo al inicio de la celebración, que se guarda hasta que alguno de los asistentes demuestra en los días posteriores que tiene el virus. Las denuncias por reuniones sociales clandestinas entre jóvenes también se reportan por cientos en Ecuador desde que inició la pandemia.

Quizás, alentados por las noticias que circularon cuando se declaró la pandemia, de que el COVID-19 solo afecta a personas mayores, muchos jóvenes han dado por sentado que no podrían infectarse o que si lo hacían, tendrían síntomas muy leves. Las estadísticas fueron demostrando que no era así.

La necesidad de “el otro”
La pandemia ha afectado profundamente a los seres humanos, no solo por el temor al contagio sino porque ha significado una privación de la libertad de cada uno de elegir dónde estar y con quién.

Si bien la medida era y sigue siendo indispensable para contener la propagación del virus, ha representado pérdidas importantes no solo por las vidas de seres queridos que se enfermaron y murieron, sino también de las pérdidas personales que representan la limitación de toma de decisiones, las pérdidas laborales y las económicas, entre otras muchas.

La psicóloga clínica Yvette Andrade Martino recuerda que, por naturaleza, los seres humanos somos seres sociales, que necesitamos el contacto con los demás para sobrevivir. “Después de cuatro meses de confinamiento tratando de evadir el peligro del virus, se hace cada vez más palpable la necesidad de ese encuentro con el otro, para recibir un abrazo, para sentirse reconocido, apreciado”.

Aunque la tecnología ha contribuido a aliviar los efectos del distanciamiento a través de sus dispositivos de comunicación, sigue añorándose ese contacto personal perdido que, aunque no se procese de manera consciente, crea la sensación interna de que falta algo y que afecta a toda la sociedad.

“Hay que considerar dos etapas: La primera, de pánico, donde casi todos aceptamos el confinamiento. Y una segunda, meses después, en la que se ha generado la percepción de que lo peor ha pasado y se empieza a evidenciar un cierto relajamiento, como un reacomodo”, dice la psicóloga. Ella explica que en el caso de los adolescentes, la necesidad de reunirse con sus pares es más imperiosa que en personas de otras edades porque significa conectarse con otros que están pasando por las mismas inquietudes que ese periodo de la vida genera.

Aclara, sin embargo, que el caso de las fiestas Covid, cuyo objetivo es buscar el contagio, tienen otro componente: El de tratar de atentar contra la propia integridad, la rebeldía extrema de irse en contra de las reglas que imponen los adultos aunque signifique que se enfermen o más bien, adquirir la infección se asume como una especie de medalla al mérito. Aunque en ambos casos es irse contra las reglas, vienen de motivaciones diferentes.

Un caso muy doloroso es el que están viviendo los adultos mayores. Son los más vulnerables emocionalmente, ya no tienen actividades laborales, ya están retirados en sus casas, donde esperan con mucha avidez ese contacto con sus nietos y con sus hijos.

“Hay casos de estos adultos mayores que caen en depresión profunda porque se les ha privado de las manifestaciones de afecto que tanto requieren”. Recalca que es muy importante que sus familiares estén conscientes de lo grave que puede ser esta carencia y que, mientras no sea posible el contacto físico, se recurra con frecuencia a los contactos telefónicos o a través de video llamadas grupales para hacerles sentir que son queridos.

Sugiere crear horarios para estas reuniones familiares de intercambio de afecto, en las que se les haga mu- chas preguntas, se les pida su opinión sobre diversos temas para que sientan que sus puntos de vista son conside- rados y apreciados.

Menciona que no siempre la emoción que genera ese falta de contacto es la tristeza, en algunos casos es la cólera o la ira, “que si no son expresadas y tratadas, quedan ubicadas en el cuerpo y pueden producir enfermedades psicosomáticas. Lo que no se habla, se queda en el cuerpo y de alguna manera sale a relucir”.

Abrazos que dan vida
Por su parte, Daniela Cattan, psicóloga clínica, reflexiona sobre el daño emocional y social que ha generado el distanciamiento por la pandemia. “La paradoja que presenta la pandemia es que para no morir contagiados hay que recurrir a un acto contrario a la vida, que es el no tener contacto con los otros. El daño del alma de los que no podemos tocarnos, abrazarnos, es muy profundo”.

Para ayudar a comprender la importancia de ese contacto, hace mención a los programas de “madres canguro” que con el contacto piel a piel ayudan a que sus bebés prematuros se restablezcan orgánicamente más pronto y a que fortalezcan su sistema inmunitario favoreciendo su desarrollo, su supervivencia. Considera que esa comprobación biológica puede dar una idea de lo que está sucediendo con los adultos mayores privados del contacto físico.

“El abrazo es una de las necesidades humanas más importantes en nuestra interacción con los demás. Desde un punto de vista orgánico, los abrazos y el contacto físico disminuyen la producción de cortisol, que es la hormona responsable del estrés y favorecen la producción de serotonina y dopamina, responsables de la sensación de bienestar y tranquilidad”, explica.

Retrata con una experiencia personal el dolor que pueden causar esos encuentros, esos abrazos negados. Después de varias semanas sin verse, le llevaron a su nieta de cuatro años para que la salude, ni bien se bajó del carro, la niña corrió con los brazos extendidos a abrazarla. Ella también los extendió y miró a su yerno, pidiendo aprobación para el abrazo pero él con mucha tristeza le dijo: “No puedes abrazarla, es por cuidarte a ti”. La madre corrió a completar el abrazo que no era para ella, para aliviar en algo el dolor de la niña que no entendía porque no podía sentir el amor de su abuelita como siempre. “Si yo que soy una mujer madura, una profesional de la psicología, acostumbrada a elaborar este tipo de situaciones, viví un momento muy difícil, ¿cómo puede elaborarlo ella, una niña pequeña?”

Reflexiona sobre las consecuencias que traerá en los seres humanos un distanciamiento más prolongado, pero hace una aclaración: “No estoy diciendo que salgamos a la calle a abrazarnos, porque el virus es real y todos debemos cuidarnos. Pero sí es importante saber que se está viviendo algo grave, que lesiona la esencia de lo humano”.

Así, el péndulo se mueve entre el temor a la muerte por el contagio y la fatuidad de pensar “no pasa nada, esto no me va a pasar a mí”. Sostiene que las personas que responden a la segunda descripción son las que aparecen en los no- ticieros por violar los protocolos de seguridad en fiestas y celebraciones. Son aquellas que solo piensan en la satisfacción personal del momento y no miden las consecuencias que tendrán sus actos para ellos mismos y para los demás.

 

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