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Crímenes sin castigo: 82 % de causas queda impune en Ecuador

viernes, 22 enero 2021 - 05:53
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Crímenes sin castigo. Eso explica las razones por las cuales los afectados se niegan a presentar denuncias. Ante la evidencia de que no habrá sanciones, crece la corrupción.
 
La impunidad es probablemente uno de los principales factores de ruptura de la ley, de abuso de autoridad o de delincuencia. Son  públicas las numerosas violaciones de los derechos humanos, el aumento de  secuestros, atracos o asesinatos cometidos incluso por personajes de la vida  política y económica; sin embargo, estos delitos permanecen impunes, como reflejo de que la justicia no opera.
 
Según la Comisión de Derechos  Humanos de Naciones Unidas, “impunidad es la inexistencia, de hechos, de  derechos, de responsabilidad penal por parte de los autores de conductas delictivas”, sin embargo, no se reduce a lo  jurídico, pues también involucra diversas  condiciones sociopolíticas que la alimenta, como la corrupción.
 
De manera general, la impunidad es  la falta de castigo o respuesta por una infracción, los elementos se concretarían  en relación a los delitos cuando las víctimas o sus familiares no tienen acceso a  la justicia; por tanto, no pueden conocer  la verdad de lo sucedido, no tienen acceso a la reparación de los daños y a estar  protegidos contra la repetición de estos  hechos. Por tanto, el derecho a la justicia  se concreta en el acceso a recursos judiciales efectivos que permitan “… obtener  de los órganos competentes del Estado el  esclarecimiento de los hechos violatorios  y las responsabilidades correspondientes”. En este derecho se considera subsumido el derecho a la verdad.
 
La impunidad en la que se hallan implicadas las mismas autoridades, sumada a su incapacidad para detener los crecientes niveles de corrupción, genera en la población un estado de indefensión y desconfianza que difícilmente puede recuperarse.
 
A propósito de la  corrupción la periodista guatemalteca Marta Altolaguirre afirma  “Cuando en una sociedad los desvergonzados triunfan. Cuando los abusadores son  admirados; cuando ya  no hay principios y solo impera el oportunismo; cuando los insolentes mandan y el pueblo  los tolera; cuando todo  se vuelve corrupto, pero la mayoría guarda silencio; cuando tantos “cuándos” se unen,  quizá sea hora de esconderse; hora de interrumpir la batalla; hora de dejar de ser  Quijote”.
 
La letra del tango “Cambalache” de  Discépolo parecería expresar el sentimiento de corrupción que anida en muchas personas: “Hoy resulta que es lo mismo, ser derecho que traidor, ignorante,  sabio, chorro, generoso, estafador ¡todo  es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un  burro que un buen profesor! No hay aplazaos ni escalafón; los inmorales nos han igualao. Si uno vive de  la impostura y otro roba en su  ambición, da lo mismo que si es  cura, colchonero, rey de bastos,  caradura o polizón…”.
 
 
Una mirada en Ecuador
Sin duda la corrupción en Ecuador es uno de los problemas  económicos, éticos y sociales  que más oprime.
 
La lista de casos de corrupción en Ecuador es larga entre los más importantes están: Odebrecht, Petroecuador, Petrochina, INA Papers, aportes ilegales a la campaña de Alianza PAIS, etc.
 
La Fiscalía identificó 90 procesos  abiertos de corrupción y los agrupó en  20 casos, que conmocionan al país. En  todos están investigados funcionarios  del correísmo y de la actual administración. De hecho, solo Rafael Correa y su  exvicepresidente Jorge Glas están señalados en 26 expedientes. Entre esos constan, por ejemplo, peculado, delincuencia organizada, cohecho, concusión,tráfico de influencias, lavado, falsificación de firmas, asociación ilícita.
 
El más reciente estudio del Barómetro de las Américas, titulado “Cultura  política de la democracia en Ecuador y  en las Américas 2018/19”, subraya que  los ecuatorianos sienten que la corrupción en la política es generalizada y admiten haber sido afectados por alguna  forma de inmoralidad.
 
A pesar de la gravedad del problema  Ecuador es el cuarto país que más tolera  la corrupción en América Latina y el Caribe. En el que más ciudadanos afirmaron haber sido afectados directamente  por la corrupción, con un 26,6 por ciento, solo superado por Bolivia (38), México (32,2) y Paraguay (28,3). En contraste con lo que sucede en estos países, los  habitantes de Uruguay, Chile y Costa Rica son quienes menos resultan afectados  por la corrupción, con un 5,9; 6,8 y 8,3  por ciento, respectivamente.
 
El 88 por ciento de encuestados cree  que por lo menos la mitad de los políticos está involucrada en actos corruptos;  incluso el 31,5 por ciento estima que todos son corruptos.
 
Casi la mitad de los encuestados  (45,7 por ciento) cree que la corrupción  en Ecuador es un problema generalizado. Esta percepción, dice el documento, “podría explicarse por los casos que  se han ido conociendo desde que RafaelCorrea dejó el poder”.
 
Los escándalos de corrupción vinculados a ese Gobierno, que se han destapado  durante los últimos años, han contribuido a que las percepciones de corrupción  política aumenten, dice el informe.
 
Pero la corrupción no solo es una  percepción que gira en torno a la política. El 26,6 por ciento de los encuestados para el estudio del Barómetro de  las Américas asegura haber sido afectado por alguna forma de corrupción durante el último año.
 
Paradójicamente uno de cada cuatro ecuatorianos considera que, “como están las cosas a veces es justificable el pago  de un soborno”. Y para mayor contradicción, quienes fueron víctimas de corrupción son quienes más dispuestos están a  tolerar las prácticas corruptas.
 
Además, según el estudio, aquellos  que se consideran interesados en la política nacional están dispuestos a tolerar la corrupción.
 
Desde 2001 (a partir del 13 de julio)  al 31 de diciembre de 2007, se han recibido 971 mil denuncias y se han desestimado 143 mil, por tanto, el sistema debió investigar 828 mil de ellas.  De estas, se brindó alguna respuesta (se emitió un dictamen, conversión, procedimiento  abreviado, llamamiento  a juicio, sobreseimiento o sentencias) en 142 mil ocasiones, lo cual  representa un 17 por  ciento de las denuncias,  resolviéndose efectivamente (conversión, procedimiento abreviado,  sobreseimiento y sentencia) un 3,4  por ciento.
 
Las sentencias representaron menos del 1,5 por ciento del total de denuncias no desestimadas, de las cuales 9.300 eran condenatorias (81 por  ciento) y 2.170 absolutorias (19 por  ciento). En apariencia, no se ha dado respuesta alguna a 685 mil denuncias, es decir, la criminalidad impune  se presentaría en un 82 por ciento de  las denuncias no desestimadas.
 
Reflexiones finales
Si bien el azote de la corrupción en la  región ha contribuido a que los ciudadanos empiecen a dudar de la eficacia de las estructuras vigentes para  combatirla, los datos del Barómetro  muestran una realidad preocupante: los ecuatorianos seguimos siendo  tolerantes a la corrupción. De hecho,  uno de cada cuatro ecuatorianos justifica pagar una coima; es decir, hay  una cultura de tolerancia a la corrupción si obtenemos un beneficio con  ella. Así se vuelve mucho más difícil  combatirla y seguramente acabar con  esa práctica tomará mayor tiempo del que pensábamos.
 
Corrupción e impunidad son fenómenos indisolubles; causa  y efecto en reciprocidad,  la agudización de una  genera la profundización de la otra. En sentido contrario, el combate a la corrupción es  también un combate a  la impunidad, y en la  medida que esos actos  de corrupción sean prevenidos, investigados y sancionados, el nivel  de impunidad disminuirá en la misma proporción.
 
En este contexto es comprensible la desconfianza de la población  en la administración de justicia, en  especial en las entidades responsables del orden y la paz social. La
justicia se aplica en forma discriminada, lo que explica la profunda  desconfianza que la población tiene  en la administración de justicia como institucionalidad pública.
 
La generalizada corrupción y la  impunidad demuestran que el sistema  judicial no está impartiendo justicia,  que la tolerancia, pasividad y resignación de la población son, en buena medida, cómplices y encubridores.
 
En definitiva, la corrupción y la  impunidad arrasan los principios  éticos y la sociedad queda inerme  ante grupos de poder. Su persistencia además destruye el tejido ético
de la colectividad. Los principales  causantes y cómplices son el sistema judicial y los poderes políticos y  económicos.
 
 

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