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Monseñor Luna Tobar, un hombre con los pies en la Tierra

jueves, 2 marzo 2017 - 06:18
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Era un hombre con los pies en la Tierra. Monseñor Luis Alberto Luna Tobar nació y vivió para llevar luz a otras vidas.
 
Juan Cuvi es un militante de izquierda, que en su juventud comulgó con la lucha armada. “Dos situaciones especiales nos acercaron”, describe Cuvi.  “La primera, su firme decisión por facilitar que la Conferencia Episcopal Ecuatoriana se convirtiera en garante del acuerdo de paz entre el Movimiento Alfaro Vive Carajo y el gobierno de Rodrigo Borja”.
 
Cuvi había integrado las filas de los armados, en la década de los años 80. La experiencia del secuestro a Nahím Isaías, que tuvo como trágico desenlace la muerte del cautivo, significó para él la cárcel.
 
Esto desencadenó la segunda causa de su acercamiento a Monseñor Luna: “Su apertura para ofrecerme, luego de mis largos años de prisión, un espacio de trabajo social, que además me asegurara un respaldo laboral”.
 
Un sabio, pero sobre todo un hombre. “Mirar los problemas del mundo con la misma dedicación con que se mira los problemas del más humilde feligrés no tiene otra consecuencia que una sólida vocación por el respeto y la tolerancia. Implica aceptar la diversidad política y cultural como una energía creativa, y el drama personal como parte sustancial de la vida”. Así recordará Juan Cuvi al monseñor de los pobres.
 
Monseñor Luna había nacido en Quito, donde fue sacerdote de las élites: oficiaba en la iglesia de Santa Teresita. Pero a inicios de los 80 llegó a Cuenca, allí renació como sacerdote de los humildes. Sus sermones dominicales –duraban entre cinco y siete minutos- arrancaban lágrimas.
 
 
Fue a mediados de los 90, él ya rondaba los 70 años, cuando la casualidad quiso que fuera vecino de dos periodistas jóvenes que llegaron a vivir temporalmente en Cuenca, desde Quito, como corresponsales de noticias. Quizás intuyó en ellas el desarraigo y el desconcierto de trabajar en una tierra ajena: las acogió con calidez. Alguna vez las llevó hacia el centro de la ciudad en el jeep destartalado y blanco, con el que se desplazaba por las zonas afectadas por el desastre de La Josefina. Él fue uno de los puntales de la reconstrucción, desde la Curia. Fue arzobispo de Cuenca.
 
Desde 1990, monseñor era Canciller de la Universidad del Azuay. Esa función la ostentó hasta fines del año 2000.
 
Sus últimos años constituyeron la mayor prueba de su vida y su fe: una enfermedad le arrancaba la lucidez. Él, portador de la luz, caía en instantes de oscuridad.
 
En enero de este año, Francisco Salgado asumía el Rectorado de la Universidad del Azuay. En su discurso inaugural, tuvo palabras de nostalgia y cariño hacia Monseñor, ya gravemente enfermo. “Recordaba la última visita que hice a Monseñor, en tiempos en que ya no me reconocía. De pronto, en ese encuentro, se irguió, me abrazó y mirándome a los ojos (pude atisbar un momento de luz en su mirada). Me dijo: ‘¿Hicimos mucho bien, ¿verdad?.. Dime si hicimos el bien’, y una lágrima apareció en sus ojos”.  

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