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Narcos a la brasilera

viernes, 23 octubre 2015 - 10:16
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Una vez más la ‘NarcoColombia’ vuelve a la escena. Una vez más, colombianos protestan por la mala imagen contra el país. Y una vez más, Pablo Escobar está en las pantallas de todo el mundo, más malvado y más cínico. La diferencia es que en esta ocasión ni el criminal ni el país que lo engendró y lo padeció, son reconstruidos por colombianos o por familiares de sus víctimas, o por su propio hijo, o por productores norteamericanos.

Este Escobar y esta Colombia son creación de un gran actor brasileño, Wagner Moura, y de un productor brasileño, José Padilla. Una llave especializada en esto de trabajar sobre la realidad aunque no apegada a ella y triunfadora en la dura pero buena película “Tropa de élite”, sobre la cruenta recuperación de una favela de Río de Janeiro a manos de un escuadrón de la Policía.

Tal vez la distancia del país y la independencia que aún proporciona el sistema Netflix, le permiten a Padilla y a sus guionistas y directores de diversas nacionalidades, asumir el riesgo de tratar a Colombia, a sus políticos y gobernantes y a las autoridades norteamericanas de la época, como lo hacen en la serie.

Si bien cada capítulo lleva al comienzo olvidarla advertencia de que no todo lo que allí se cuenta es realidad y que la semejanza de algunos personajes con personas reales es pura coincidencia, los primeros minutos se dedican a ofrecer un contexto histórico muy preciso sobre el origen del tráfico de drogas con figuras que van desde Nixon a Bush y desde Reagan a Pinochet. Esto, además de la utilización de nombres propios y de recortes de periódicos y fragmentos de noticieros de televisión, no dejarían a muchos televidentes con la duda de si lo que aquí se cuenta realmente ocurrió.

Como si fuera poco el narrador en off y coprotagonista de la serie es el agente de la DEA, Steve Murphy, que vivió en Colombia durante parte de la era Escobar.

Con ese marco de realidad, los autores se toman libertades como mezclar hechos de un año con otros de años posteriores, mostrar encuentros que nunca se dieron y ubicar escenarios indistintamente en Medellín o Bogotá. Pero aunque en eso, y en el acento extranjero del Pablo Escobar, se basen algunas críticas desde Colombia, en eso no radica lo reprochable de “Narcos”.

Desde el comienzo la serie es dura con Colombia. Dice el narrador agente de la DEA que el narcotráfico no floreció en Chile porque Pinochet lo impidió con las armas, pero sí lo hizo en Colombia porque era Colombia. Y reiteradamente plantea que algo que en otro país no ocurriría, sí podía suceder en éste. Es Colombia al fin y al cabo, no hay que olvidarse, sugiere con insistencia.


Desde sus inicios como contrabandista hasta la “gran mentira” de su
prisión de lujo, pasando por sus fallidas aspiraciones políticas.
La primera temporada de “Narcos” tiene 10 capítulos.

En “Narcos” hay pocas personas buenas. Solo algunas de las víctimas, y van muriendo. Tampoco héroes. Los que combaten usan poco ortodoxas formas de lucha, porque en esa guerra todo valía. Los políticos, los magistrados, los guerrilleros, los militares y los policías eran todos comprables o prescindibles. Aunque la era Escobar abarcó a cuatro presidentes, al que se da más protagonismo y se identifica con nombre propio es a César Gaviria, pero se lo muestra inseguro y controlado por su joven Viceministro de justicia, que incluso lo consiente regalándole medias para mejorarle el ánimo. Así se describe al frágil Estado que enfrenta al sangriento y poderoso cártel de Medellín. Quizás una serie hecha por colombianos no habría tenido algunas consideraciones.

En “Narcos” si bien Estados Unidos se presenta como la fuerza que puede lograr lo que Colombia no alcanzaría, la forma de operación de sus representantes en el país no es la más loable. El desinterés inicial por el narcotráfico frente a la atención que se brindaba a la guerra contra el comunismo, las peleas y trampas en el interior de la embajada americana en Bogotá entre agentes de la DEA y la CIA, representantes del Comando Sur y la propia Embajadora y las alianzas hasta con el perro y con el gato por lograr sus propósitos, no dejan a los norteamericanos como Rambos en esta dolorosa etapa. Quizás una serie hecha con presupuestos de estudio gringo habría exhibido a unos agentes heroicos y a prueba de todo.


El autor de esta reseña en una escena documental sobre
el atentado de 1989 contra un vuelo de Avianca,
dirigido a matar al presidente Gaviria.

Estos riesgos hacen diferente e interesante a la serie. Lo del acento de Moura esforzándose por hablar como el ‘paisa’ Escobar se supera en el segundo capítulo gracias a una excelente interpretación. Al final el criminal produce más miedo cuando se queda en silencio que cuando imparte una orden. La ambientación es propia de las épocas y lugares que recorre y el reparto protagónico es en general bueno, aunque con increíbles desniveles.

La mayor parte de lo que muestra “Narcos” sí ocurrió. Pero no es seguro que ocurrió así. Muchos protagonistas ya no viven y los sobrevivientes prefieren no recordar o ajustan sus versiones. Lo que no puede aceptarse como cierto es que todo ocurrió porque Colombia se lo merecía.

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