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La última genialidad de Ziggy

miércoles, 13 enero 2016 - 09:11
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Sorprendente hasta el final, David Bowie se despidió con “Blackstar”, un álbum publicado a los 69 años, dos días antes de su muerte.
 
El domingo 10 de enero tenía ambiente festivo, pues la ceremonia de los Globos de Oro recién había terminado, cuando de repente una terrible noticia invadió las redes sociales: David Bowie había muerto. Parecía una broma de mal gusto, los críticos recién habían alabado su álbum “Blackstar”, salido al mercado el viernes 8 de enero, el día de su cumpleaños…
 
Muy pocos se marchan de este mundo dejando un vacío tan lleno. Cuesta asimilar la muerte de este maestro del renacimiento constante, de una leyenda del rock que fue capaz de rebasar los límites de la música y de su propia razón para producir canciones tan poderosas.
 
¿Qué deja Bowie? Un universo de creatividad y curiosidad musical lleno de glam rock, art rock, soul, dance pop, punk, música electrónica y jazz que se materializó en 26 discos y centenares de personajes distintos, imaginados gracias a su talento de mimo, su gusto por la moda y su afición por el teatro. Bowie deja una voz que pasaba de la caricia al grito con una especie de dramaturgia en la expresión. No le temía a ningún tema, tampoco a los distintos géneros musicales que revisitaba con una genial sinvergüencería.
 

Foto: Reuters
 
El camaleónico y extravagante Bowie era cantante, compositor, productor y actor. “Como todo rock’n’roll, era visionario, era de mal gusto, era glamouroso, era perverso, era divertido, era vulgar, era sexy y era confuso”, aseveró David Byrne, líder de los Talking Heads.
 
Podríamos hablar de títulos como “The Rise and Fall of Ziggy Stardust”, “Let’s Dance”, “Space Oddity” o la increíble “Heroes” que Bowie cantó al pie del muro de Berlín en el 87 anunciando su caída. Pero Bowie fue mucho más que eso, mucho más que un músico, fue un artista coherente con su propio personaje en constante revolución tanto a nivel estético como sonoro, alguien capaz de transmitir a los jóvenes la pasión por vivir sin represiones.
 
En el ámbito musical fue el andrógino Ziggy Stardust, Aladdin Sane o Thin White Duke; en el cine buscaba ayuda para salvar a su planeta en la película de Nicolas Roeg, “The Man Who Fell to Earth” en 1976 pero también fue Poncio Pilatos en “The Last Temptation of Christ” de Martin Scorsese (1988) y el rey de los duendes en “Labyrinth”.
 

Foto: Reuters
 
Sin duda hoy se apaga la estrella de un artista completo que logró vender más de 140 millones de discos, un creador capaz de influir en la obra de artistas desde Lady Gaga a Arcade Fire pasando por Nirvana o Blur.
 
En los últimos años, Bowie mantuvo un perfil bajo en su residencia de Nueva York. De él se dijo de todo pero no se sabía nada. Hace tres años lanzó “The Next Day”, su primera grabación en una década y dos días antes de su muerte salió “Blackstar”. En el tema que da nombre a este disco, Bowie se presenta con una voz adolorida como una “estrella negra”, a la vez astro y agujero y canta con rabia contra el infarto que sufrió en Alemania, por el que vivía con un triple bypass en el corazón. “Lazarus”, otro sencillo del disco, parece ser una despedida después de luchar 18 meses contra un cáncer que mantuvo en secreto: “Mira aquí arriba, estoy en el Cielo, tengo cicatrices que no pueden ser vistas” (…) “Mira aquí arriba, hombre, estoy en peligro. No tengo nada más que perder”, dice otro de los melancólicos versos.
 
 
Con este disco Bowie entrega un testamento místico donde nos presenta su último personaje: La Leyenda, que tras una vida de drogas, excentricidades y misterio se apaga en paz rodeado de su familia.
 
Bowie, quien empezó su carrera bajo los rasgos de un rockero alien bisexual, se extinguió lejos de las profecías que lo imaginaban viejo, acabado y loco. Su muerte no fue muy diferente de lo que fue su vida: una obra de arte.

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