<img src="https://certify.alexametrics.com/atrk.gif?account=fxUuj1aEsk00aa" style="display:none" height="1" width="1" alt="">

La historia de seis chicos que sobrevivieron solos a un naufragio en medio del Pacífico

miércoles, 20 mayo 2020 - 05:25
Facebook
Twitter
Whatsapp
Email

Conocido como el Milagro de Tonga, es la historia de seis chicos que vivieron 15 meses en una isla deshabitada llamada ’Ata. Tenían entre 13 y 16 años y crearon una comunidad de ayuda mutua para poder sobrevivir.
 
El best seller e historiador holandés,Rutger Bregman contó su historia a partir de un diálogo con uno de ellos y con el capitán del barco que los rescató. El historiador esta impresionado de la historia de un grupo de chicos como él perdidos en una isla desierta se le hacía demasiado oscura. Él y sus amigos no habrían actuado así, pensaba, si hubieran debido sobrevivir solos a un accidente de aviación. En 1965 un grupo de adolescentes de Tonga se lanzaron al mar y naufragaron en una isla desierta. Sobrevivieron 15 meses. Bregman investigó en los medios de Australia, y no encontró nada, pero no se rindió para enontrar esta historia.  
 
Escribió Bregman en Humankind, su nuevo libro, que la historia aludía a seis niños que tres semanas antes habían aparecido perdidos en un islote rocoso al sur de Tonga, en el océano Pacífico. “Los niños habían sido rescatados por un capitán australiano después de haber quedado varados en la isla de 'Ata durante más de un año. Según el artículo, el capitán incluso consiguió que un canal de televisión hiciera una recreación de la aventura de los muchachos”, citó en su libro.
 
Bregman comenzó a buscar al capitán Peter Warner, quien tenía 83 años y encontró a uno de aquellos chico, ahora de 67 años, llamado Mano Totau. Así pudo reconstruir la historia. 
“Peter era el hijo menor de Arthur Warner, quien alguna vez fue uno de los hombres más ricos y poderosos de Australia”, escribió el historiador holandés. En la década de 1930, Warner padre dirigía el emporio Electronic Industries, que dominaba el mercado de las radios en el país. Se suponía que Peter sería el heredero, y para eso su padre lo había educado. Pero a los 17 años, Warner se escapó de su casa. Navegó hasta Estocolmo para obtener su certificado de capitán. 
 
Sin embargo, no fue suficiente para su padre, por lo que empezó a trabajar en Electronic Industries. Pero mantuvo su corazón cerca del mar: cada tanto navegaba, y por fin creó, en Tasmania, una pequeña flota pesquera.
 
Así fue cómo llegó a Tonga en el invierno de 1966. Al regresar notó algo rato en una isla que estaba desierta desde 1863. “Mirando a través de sus prismáticos vio manchas quemadas en los acantilados verdes”, reconstruyó Bregman. “En los trópicos es raro que los incendios comiencen espontáneamente”, le dijo Warner cincuenta años más tarde.
 
Entonces vio a un chico.“Desnudo, con el pelo hasta los hombros. Esta criatura salvaje saltó desde el acantilado y se arrojó al agua. De pronto otros niños lo siguieron, gritando con todas sus fuerzas. No pasó mucho tiempo hasta que el primer muchacho llegara a su barco. ‘Me llamo Stephen’, gritó en perfecto inglés. ‘Somos seis y creemos que llevamos aquí unos 15 meses’”, se lee en Humankind.
A bordo, los niños le contaron que eran estudiantes de un internado en Nuku‘alofa, la capital tongana. Hartos de la comida de la escuela, habían decidido salir a pescar un día. Una tormenta les hizo imposible la navegación, y se perdieron.
 
Peter informó por radio lo que sucedida, la historia le resultaba tan increíble como verosímil. El operador respondió 20 minutos después emocionado “¡Los encontró! A esos chicos los habían dado por muertos. ¡Se han hecho funerales! Si son ellos, es un milagro.”
 
Bregman seguía intentando reconstruir con la mayor precisión posible lo que sucedió. La historia comenzó en junio de 1965 en un internado católico muy estricto, donde seis niños de 13 a 16 años, Mano Totau, Tevita Siola’a, Sione Fataua, Luke Veikoso, Fatai Latu y Kolo Fekitoa, alimentaban fantasías de viajes. Querían ir a Fiji, a unos 800 kilómetros.
 
Ninguno tenía un barco. Así que el día que lograron escapar de la escuela debieron improvisar una solución, y tomaron prestado el de un pescador. Lo cargaron con dos bolsas de bananas, algunos cocos y un pequeño quemador de gas. A ninguno se le ocurrió llevar un mapa o una brújula.
 
“Esa noche los muchachos cometieron un error grave: se durmieron. Horas más tarde se despertaron porque el agua les golpeaba las cabezas. Estaba oscuro. Izaron la vela, que el viento despedazó rápidamente. Lo siguiente que se rompió fue el timón” escribió el autor.
 
Quedaron a la deriva durante ocho días. “Sin comida, sin agua”, recordó Mano. Trataban de atrapar peces con las manos y de juntar agua de lluvia en las cáscaras vacías de los cocos. Compartían equitativamente lo poco que conseguían.Entonces, en el octavo día, observaron un milagro en el horizonte.
 
Pero 'cuando llegamos”, escribió el capitán Warner en sus memorias, ‘los niños habían establecido una pequeña comuna con un jardín de vegetales, troncos de árboles ahuecados para almacenar agua de lluvia, un gimnasio con pesas curiosas, una cancha de bádminton, corrales de gallinas y un fuego permanente, todo hecho con sus manos, con la hoja de un viejo cuchillo y mucha determinación’.
 
Para trabajar, los adolescentes se dividieron en tres grupos de dos, que rotaban en el cuidado del jardín, las tareas de cocina y la guardia por si alguien divisaba el fuego y se acercaba. Las peleas nunca llegaron a mayores, y en general se arreglaron separando un rato a quienes las habían causado. Empezaban y terminaban sus días con una oración y una canción: Kolo hizo una guitarra con un trozo de madera, medio coco y seis cables recuperados del naufragio.
 
Un día, Stephen se resbaló en un acantilado y cayó. Se rompió una pierna. Los otros lo subieron y le inmovilizaron la pierna con palos y hojas.Al comienzo se alimentaron de peces, cocos, huevos de aves marinas y aves, de las que también bebían la sangre. Luego exploraron el terreno y encontraron un antiguo cráter de volcán, donde habían vivido los habitantes originales. Allí encontraron malanga salvaje, plátanos y pollos, que se habían reproducido libremente durante los 100 años que la isla estuvo deshabitada.
 
El 11 de septiembre de 1966, Warner los rescató. El médico que los revisó no podía creer que el hueso de Stephen hubiera soldado tan bien.
Todo parecía de cuento de hadas hasta que la policía de Nuku‘alofa se presentó y dijo que tenía una orden de arresto para los seis por haber robado el barco de Uhila. El pescador seguía furioso y los había denunciado.
 
Warner no podía creer el giro surrealista del asunto. Se le ocurrió entonces una idea: el naufragio parecía hecho para Hollywood, así que llamó al gerente del Canal 7 de Sídney, con quien tenía negocios por la empresa familiar, y le ofreció los derechos de la historia para la televisión australiana. Con eso, los chicos pagaron 150 libras a Uhila en compensación por el barco destruido, y quedaron en libertad. 

Más leídas
 
Lo más reciente