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La fe como chivo expiatorio

lunes, 16 mayo 2016 - 12:04
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Monja por siete años, Karen Armstrong es una reconocida estudiosa de las religiones. Acaba de publicar “Campos de Sangre”. ¿Su tesis? La violencia en la humanidad no puede justificarse con los dogmas de fe.

“La fe es el chivo expiatorio de la sociedad moderna”. Así de devastadora es una de las conclusiones de la filóloga y pensadora inglesa Karen Armstrong. En tiempos de Guerra Santa, la exmonja católica (llevó hábitos durante siete años), se lanzó a la tarea de desmitificar una arraigada creencia del mundo contemporáneo. “He oído cómo comentaristas y psiquiatras americanos, taxistas de Londres y profesores de Oxford repetían esa frase como un mantra: ‘La religión ha sido la causa de las principales guerras de la historia’”.

Su investigación se traduce en un extenso y fundamentado alegato. Explora las relaciones entre sacralidad y violencia desde la antesala de la prehistoria humana hasta los tiempos actuales.


La ideología de los estados premodernos estaba imbuida
de religión: la guerra adquiría inevitablemente un carácter
sagrado. El real dilema de la humanidad es no entender la
civilización sin el uso de la fuerza.

La materia gris de cada persona es en realidad una sumatoria de tres cerebros desarrollados a lo largo de la evolución. El cerebro antiguo (reptiliano), que heredamos de los ancestros que vivían hace 500 millones de años. El sistema límbico, hace 120 millones de años, que motivó comportamientos como protección y alimentación a las crías. Y el neocórtex que surgió hace unos 20 mil años en los tiempos del Paleolítico. Esta, nuestra más reciente adquisición en materia de pensamiento, nos vuelve “Intensamente conscientes de la tragedia y de la perplejidad que provoca nuestra existencia”. Ello nos hace volcar en el arte la búsqueda incansable de algo trascendente: la expresión religiosa. Las escenas de caza en cuevas rupestres reflejan esta angustia vital de la necesidad de matar animales para sobrevivir en contradicción con la simpatía hacia estas formas de vida. La sangre de estas víctimas inocentes –y sus fluidos– está impregnada en la pintura que pervive en las paredes de la cueva, como una forma de “empatía y reverencia (religio)”.


“Campos de Sangre”. La religión y la historia
de la violencia”, de Karen Armstrong,
Edit. Paidós, 2014. 575 páginas.

La agricultura desarrollada posteriormente –explica la autora– permitió que un grupo de élite –quizás no más del dos por ciento de las sociedades de este tipo– viviera sin trabajar, mientras el 98 por ciento surcaba la tierra, abría canales, sembraba semillas, rezaba a los dioses por agua… Un sistema opresivo –que caracteriza a las sociedades premodernas– requería tres elementos: un Estado para organizar la sociedad y sus normas, un Gobierno para aplicarlas, y un Sistema de creencias (religión) para sostener y legitimar la violencia de los que mandan. Con lujo de detalles la autora relata cómo en la antigua Mesopotamia, un rey podía ser destituido si no practicaba los rituales que marcaban el fin de un año (cuando el poder del gobernante disminuía) y el inicio del siguiente, rito durante el cual se transfería al rey un poder renovado, que iba de la mano con la fe en que las cosechas fructificaran.

Pero los estados solo pudieron surgir gracias a la fuerza militar. Como la ideología “De todos los estados premodernos estaba imbuida de religión, la guerra adquiría, inevitablemente, un carácter sagrado”. Esta explicación da un sentido nuevo a las Cruzadas, la Inquisición, las Guerras Europeas… y a la propia Yihad, guerra santa de los musulmanes. El dilema de la humanidad es que a lo largo de los últimos milenios no comprendió la existencia de la civilización sin el uso de la fuerza para mantener o ampliar su poderío por las armas. “Desde Zoroastro, los movimientos religiosos que han intentado controlar la violencia de su época han absorbido parte de su agresividad (…) Los fundamentalistas y extremistas religiosos han utilizado el lenguaje de la fe para expresar temores que también afligen a los laicos…”.


La Filóloga Karen Armstrong (Reino Unido, 1944),
autora de una veintena de libros, es una de las voces más
reconocidas en estudios de religión comparada.

 

La religión, concluye la autora, llegó a ser fundamental para la existencia de los estados; los ritos y mitos retrataron al adversario como un enemigo monstruoso, “que amenazaba el orden cósmico y político”. Esta era la justificación para aniquilarlo, pero son otros tiempos.

La autora insiste en la urgencia de construir la ecuanimidad y empezar a responsabilizarnos por el sufrimiento del otro. “Todos, laicos o religiosos, somos responsables del estado actual del mundo”.

Culpar a la religión de la violencia no ayuda a solucionar la situación actual del planeta. La tentación de culpar a los dogmas de fe por los enfrentamientos entre estados y grupos beligerantes es absurdamente reduccionista y simplista.

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