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Una mujer se infiltró como prostituta para encontrar a su hijo y esposo desaparecidos por los paramilitares

lunes, 1 febrero 2021 - 02:11
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El 18 de noviembre de 2004, los paramilitares del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (ACU) abusaron sexualmente de  Marisol Padilla, solo una semana después de que haya dado a luz a su bebé. Se llevaron a su esposo Marcos Antonio y a su hijo  Víctor Aguilar.
 
Antes de que llegaran los paramilitares desde hacía dos semanas la gente de la vereda Caravaggio, en Fundación (Magdalena),ya se hablaba de una posible toma de los paramilitares ante la negativa de los campesinos y finqueros de pagarles las “vacunas”, como se les conoce a las extorsiones. 
 
Según el diario El Espectador, cuando llegaron Marisol creía que no iban a molestar a su familia por su condición, pero a los guerreros poco les importó que estuviera débil. Les pidieron, a gritos, que salieran de la finca. 
 
Marcos Antonio Aguilar Orozco, el esposo de Marisol, se salió de control y comenzaron los golpes. Y mientras lo atacaban, su hijo mayor, Víctor Aguilar Padilla, se agarró de su pierna llorando.
 
 “En ese momento los sacaron. Yo me quedé adentro. Uno de ellos me miró y me dijo: ‘Todo es por culpa de esta malparida’. Empezó a quitarme la ropa, no le importó que yo tenía solo siete días de parida, empezó a tocarme, y de ahí no sé más. Yo por la debilidad, perdí el conocimiento”. 
 
Volvió en sí cuando era llevada al hospital de Fundación por una fuerte hemorragia, pero estaba muy débil para preguntar por su familia. Los médicos la ingresaron de inmediato a cirugía por la gravedad de las heridas. Durante el procedimiento los médicos decidieron sacarle la matriz.
 
Cuando despertó, confundida y adolorida, su suegra le contó que los paramilitares se llevaron a Marcos y Víctor, a sus 28 y 7 años.  
 
Estaba sola y con la responsabilidad de alimentar cuatro hijos más. El alcalde de Fundación le dijo que podía ayudarla con 200.000 para que se fuera de la zona por las amenazas que aún persistían. 
 
Durante meses, Marisol pensó que lo que ocurrió esa noche fue su responsabilidad. Y no sabía cómo “echar pa’ lante”, porque en ese momento no sabía leer ni escribir, sólo labrar la tierra junto a su esposo.
 
Echarse la culpa es una de las reacciones más frecuentes de las víctimas de este delito, que no son pocas. Sin embargo, las cifras aún siguen siendo dispares. Mientras el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) estima que en Colombia fueron violentadas sexualmente 15.076 personas, de ellas 13.810 son mujeres, 1.235 hombres y de 31 no se tiene información; el Registro Único de Víctimas habla de 32.953 víctimas, de ellas 29.989 son mujeres, 2.458 hombres, 501 lgbt, 3 intersexuales y 2 no informan. Sólo en Fundación se presentaron 263 casos.
 
Marisol llamó a una tía cercana que vivía en el municipio de Villanueva, en La Guajira, para pedirle posada. Ella, sin dudarlo, le tendió la mano durante un mes. Aunque allá estaba lejos de sus victimarios y contaba con el apoyo de su familia, no se sentía tranquila.
 
De acuerdo a El Espectador, en 2004, el Bloque Norte, el grupo comandado por Rodrigo Tovar Pupo, conocido como Jorge 40, ya estaba consolidado en el Magdalena, Cesar y Atlántico. En el caso de Fundación, el Frente William Rivas estaba desatado con los asesinatos selectivos, las desapariciones y los desplazamientos. 
 
De acuerdo con sentencias del Tribunal de Justicia y Paz, con el que se desmovilizaron los paramilitares, las víctimas eran comerciantes y propietarios de tierras y ganado que se negaran a pagar las extorsiones exigidas o entregar sus parcelas. La Unidad de Justicia y Paz, ocho años después, reportó 8.523 crímenes de dicho grupo armado, correspondientes a 6.384 víctimas, entre 2001 y 2005.
 
Marisol nació en San Antero, en el departamento de Córdoba, el 22 de enero de 1982. Sus rasgos son de indígena zenú: cabello negro lacio, tez trigueña, ojos rasgados y corpulenta. Para volver a Fundación a enfrentar a los paramilitares, decidió pintarse el pelo de rubio y maquillarse para que no la reconocieran. En medio de su investigación de cómo acercarse a los miembros de este grupo armado, Marisol conoció a un joven que era el encargado de llevarles prostitutas a un campamento por los alrededores de una sierra del río Frío.
 
 
“Les llevaba a las mujeres que se dedicaban a la prostitución. Al principio me dio miedo, no me le medía. Pero luego empecé a tener amistades con ellas, a darme cuenta de quiénes subían para sacar información. Recuerdo que había una muchacha llamada Mariana. A ella la desaparecieron ahí en la base. Ella subió un fin de semana y no volvió a bajar. Cuando a Mariana la desaparecen, me dice que suba, pero que me cambié el nombre. Me hice llamar Mariana, como la joven que no volví a ver”.
 
En total, subió tres veces. En la última visita, el joven enlace la miró a los ojos y le contó que sabía toda la verdad. “El muchacho se inventó que quería estar conmigo. Cuando entramos al lugar donde debíamos tener relaciones sexuales, me dijo: ‘Yo no te voy a tocar porque sé a qué viniste. Tú vas a pasar todo el fin de semana conmigo, no te voy a tocar, pero no subas más porque te van a matar si vuelves’. 
 
Yo solo le respondí: ‘Si tú sabes a lo que vine dime dónde está mi hijo, dónde está mi esposo. Dímelo por favor’”. La única pista que le dio fue que su esposo sí subió al campamento, pero su hijo no.
 
A ese hombre no lo volvió a ver jamás. Le dijeron que lo habían matado porque sus jefes se enteraron de que él les daba información a las familias. Al parecer, Marisol no era la única que se hacía pasar por prostituta. 
 
Marisol volvió a La Guajira y le confesó a su tía todo lo que pasó. En 2013 decidió mudarse al municipio de Ponedera (Atlántico), donde vivía su familia y había pasado parte de su niñez. Su nuevo objetivo era estudiar en la Universidad de La Salle, a través del Sena, unos cursos de ventas y comercialización. 
 
También hizo parte de la JAC. Desde ahí comenzó a moldearse como uno de los liderazgos en la búsqueda de desaparecidos del Caribe. Todo empezó con reuniones de apoyo semanales entre familiares de víctimas de desaparición de Ponedera.
 
En esa búsqueda encontró al Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), una plataforma en la que están más de 200 organizaciones de víctimas de desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales, asesinatos selectivos y desplazados, y que hoy está en 15 departamentos del país.
 
Fue regresando de una reunión entre el Movice y la Defensoría, que Marisol se encontró con la verdad: “Iba a coger el bus en la 38, en Barranquilla, para irme a Ponedera. En el paradero veo un hombre que me mira. Yo estaba asustada, porque eran las 10:00 p.m. y yo he recibido amenazas por mi liderazgo.”, dijo. 
 
Las conexiones fueron inmediatas: era uno de los exparamilitares del campamento que llamaban Patazorra. Él le explicó que se trató de una casualidad y le preguntó si seguía buscando a sus familiares.
 
“Ya sentados él me contó todo: ‘A tu esposo lo subieron y efectivamente lo mataron. Pero a tu niño no lo subieron, a él lo dejaron abajo. ¿Tú te acuerdas del palo de bonga que está en la parte de atrás de la estación? Ahí al lado hay un platanal. Mari, debajo de cada mata de plátano de esas hay un cuerpo enterrado… Y tu niño fue entregado a una familia. El comandante hacía dos cosas con los menores: los vendía a una familia que no pudiera tener hijos, con la ayuda de una enfermera, o se los daban a alguien que los criaba, pero no los mataban”.
 
“Me costó mucho, pero entendí que haber ido hasta ese campamento me llevó a saber la verdad, al menos, qué pasó con mi esposo. Sin eso, yo no hubiera conocido a ese hombre”, dijo la mujer. 
 
Actualmente, desconoce el paradero de su hijo y solo conserva de él una foto. 
 
“En 2019 hicimos por fin la denuncia formal en la Fiscalía, uno de los requisitos para empezar a rescatar ese cuerpo que está allá arriba y para buscar a Víctor. Ya se inició el proceso, ya tengo contactos con organizaciones que conocen a desmovilizados. Ahí se han regado fotografías y cosas que de pronto ellos puedan identificar. Se han creado líneas entre víctimas a través del Facebook y de WhatsApp. Ya las redes sociales se han articulado mucho”, explica.
 
Hoy trabaja en una empresa empacadora y comercializadora, de la cual es socia, donde trabajan 250 familias afectadas por el conflicto armado. También ha logrado construir un hogar. Fue beneficiaria en un proyecto de vivienda en Ponedera por ser víctima de desplazamiento forzado y se ha dedicado a decorar la casa a su gusto.
 
 En el amor se dio una nueva oportunidad, aunque advierte que lleva siempre presente a Marcos en sus recuerdos. Y, por supuesto, sigue con su liderazgo. Dice que no descansará hasta encontrar a su hijo y los familiares de las demás personas que representa.
 
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